En la Argentina existen motivos adicionales para la ansiedad. Despejar la
incógnita es crucial para entender si el núcleo central de la política
macroeconómica del presidente Macri, el gradualismo fiscal, podrá seguir
encontrando fondos dispuestos a financiarlo en el electoral 2017 o si,
escaseando éstos, el Gobierno deberá adelantar un ajuste presupuestario que sólo
estaba pensado para ser implementado en 2018. Por ahora sólo hay especulaciones
y muy poca información. Por ejemplo, no se sabe aún si el secretario del Tesoro
será alguien como Jamie Dimon, el prestigioso presidente de J.P. Morgan que
aseguraría la continuidad de las políticas pro globalización del presidente
Obama, o si será designado un industrial de espíritu proteccionista que confirme
los temores acerca de la configuración de las políticas del próximo gobierno.
Recordemos que dentro de sus propuestas de campaña el ahora presidente electo
hizo eje en modificar la política fiscal y comercial de Estados Unidos: prometió
una reducción de impuestos a las ganancias y otorgar beneficios impositivos para
aquellas empresas que decidieran repatriar sus utilidades en el país. Por el
lado del gasto, anunció que llevaría a cabo un incremento en la inversión
pública en infraestructura. Sumando ambos efectos, entre la reducción de
impuestos y el aumento del gasto, el déficit fiscal pasaría fácilmente desde 4%
del PBI a por lo menos 6%. Con respecto a la política comercial, Trump propuso
abandonar el acuerdo comercial Transpacífico y renegociar los acuerdos con
México y Canadá. Además, amenazó con implementar elevados aranceles a la
importación de productos de China y México, los dos socios comerciales más
importantes de Estados Unidos.
Un eventual aumento sostenido en el gasto público presionará sobre la tasa de
inflación, a la vez que el aumento del déficit aumentará la colocación de deuda
por parte del Tesoro norteamericano, lo que en ambos casos llevaría a un aumento
en las tasas de interés en ese país. A su vez, un alza en las tasas de interés
en Estados Unidos generaría un aumento de mayor magnitud en las tasas que
enfrentarían los países emergentes, de la mano de la salida de fondos de estas
economías hacia América del Norte. El movimiento conjunto de tasas en alza y
salida de fondos desde el mundo emergente llevaría a un fortalecimiento del
dólar respecto del resto de las monedas, lo que podría aumentar el ritmo
inflacionario fuera de los Estados Unidos.
Tiempo atrás, en una pequeña reserva de nativos americanos en los Estados Unidos, el anciano brujo decidió pasarle la posta a su sucesor para que éste continuara con su principal tarea: predecir cuán frío sería el siguiente invierno y así saber cuánta leña habría que acumular. Temeroso de fallar en su pronóstico, el nuevo brujo tomó dos decisiones: aumentar el ritmo de la tala de árboles -por las dudas- y viajar al pueblo más cercano para consultar al servicio meteorológico. Allí le dijeron que el siguiente invierno sería muy frío. Y agregaron: "En realidad no tenemos idea de que irá a suceder, pero las imágenes satelitales muestran que los indios no paran de cortar leña".
A una semana de su victoria, los mercados piensan que la agenda fiscal expansiva de Trump será implementada y que probablemente archive alguno de los aspectos más controvertidos de su agenda populista: la tasa de los bonos del tesoro norteamericano a diez años subió de 1,8% a 2,2%, y el dólar se fortaleció algo más de 3% respecto del promedio de todas las monedas mundiales. Por su parte, las tasas en los emergentes subieron aún más que en Estados Unidos. Todos estos fenómenos anticipan, casi calcados de un manual de economía, los efectos que se producirían si Trump avanzara con su agenda fiscal expansiva. La dosis de suba de tasas y apreciación del dólar de los últimos días todavía es pequeña comparada con lo que sería un evento de crisis financiera. Pero si la incertidumbre no se calma, el efecto "anticipación" puede seguir escalando. Por otro lado, la tranquilidad en las tasas y en el tipo de cambio en China muestran que las amenazas de guerra comercial con ese país no son tomadas en serio por los mercados. Y la caída abrupta del peso mexicano contra el dólar, de 11% de los últimos días, habría sido mucho mayor si efectivamente Trump fuera a repudiar el Nafta. Como los meteorólogos del cuento, estamos imaginándonos cuán populista será Donald mirando la reacción de los mercados.
Si los mercados se equivocan y Trump es un populista, el eventual incremento en el proteccionismo tendrá como resultado un aumento permanente en el nivel de precios en los Estados Unidos y más subas en las tasas de interés, más devaluación y más inflación en los países emergentes.
La Argentina necesita que el mundo no haga olas. Que la liquidez se mantenga y genere demanda para los bonos emitidos por nuestro país. Además, necesita de cierta dosis de estabilidad cambiaria para que la inflación siga bajando. Si las monedas de nuestros socios y vecinos se deprecian, el peso deberá devaluarse también. Sin embargo, habiendo iniciado hace pocos meses el camino de la flotación cambiaria con metas de inflación, el movimiento del tipo de cambio local se traspasa mucho más a la inflación que el impacto inflacionario que sufren Brasil, Chile o Perú cuando sus monedas se mueven. Un eventual cambio de escenario encuentra a la Argentina muy poco preparada para enfrentar el shock. Recién empezábamos.