En su nueva etapa, sin un liderazgo tan fuerte y personalista como el de Hugo Moyano, la CGT unificada se respalda sobre una estructura más horizontal, en la que la toma de las decisiones es ahora sometida a un debate previo. Es lógico: después de ocho años de divisiones, el rompecabezas debe lucir unido, con forzadas coincidencias entre el moyanismo, el puñado de gremios que se referencia con Luis Barrionuevo y "los gordos" e "independientes" que estuvieron bajo la órbita del kirchnerismo.
El triunvirato que integran Juan Carlos Schmid, Héctor Daer y Carlos Acuña
fue consecuencia de la falta de consenso para elegir un secretario general
único. Así lo reconocen desde los tres sectores. Pero quienes más lo asumen son
los propios miembros del triunvirato. "Sería horrible que todos dijéramos que
sí. La diversidad nos enriquece", dice Schmid, en un intento de exhibirse
pluralista. Y Daer agrega: "Las reuniones de consejo duran tres horas y media
porque intervienen todos los dirigentes".
El debate sobre la sindicalización de la policía, que no está por ahora en los
planes de la CGT, deja al descubierto esas diferencias. Schmid está a favor,
mientras que sus dos pares se oponen.
La nueva etapa guió a la CGT hacia un nuevo perfil, mucho más político y estratégico. En ese trayecto, la central anudó una alianza con los movimientos sociales y piqueteros, un pacto que alarmó al Gobierno y a los empresarios. Detrás de ese plan se esconde algo mucho más elocuente: la necesidad de la CGT de convertirse en el conductor del conflicto social después de lo que fue el avance de la izquierda y las CTA. Y también hay un esmero por reconstruir el PJ tras el ninguneo que soportaron los gremios durante los años de kirchnerismo. El desafío es construir poder y volver a ser influyente a partir de la unidad.