Los renovados gestos de apoyo de los Estados Unidos al gobierno de Mauricio Macri y la clara actitud que han tomado las autoridades argentinas frente al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela evidenciaron una vez más que la política exterior argentina sigue siendo el área más novedosa de la gestión gubernamental respecto de la administración kirchnerista. En la visión de Macri, no fue el mundo el que se cayó encima de la Argentina, como sostuvo públicamente Cristina Fernández de Kirchner, sino nuestro país el que se cayó del mundo y debe volver a subirse a él.
La presencia en el país del secretario de Estado norteamericano, John Kerry,
no fue un hecho demasiado sorprendente, tras la histórica visita oficial que en
marzo hizo el propio Barack Obama a la Argentina y que puso a Macri en las tapas
de muchos prestigiosos medios periodísticos del mundo. Sin embargo, no dejó de
constituir un paso más en el proceso de reinserción argentina en el escenario
internacional.
No es poca cosa que el secretario de Estado haya expresado públicamente que su país "apoya firmemente la decisión del presidente Macri de insertar a la Argentina en la economía mundial" y admitido que "ha tomado decisiones valiosas y difíciles para empujar a la Argentina al futuro". El anuncio de que los argentinos podrán usar el servicio Global Entry al ingresar a los Estados Unidos para evitar las filas en los puestos de migraciones; el respaldo norteamericano al programa del gobierno argentino para refugiados sirios, y la entrega de 4000 documentos desclasificados de la inteligencia y la defensa norteamericanas que datan de la época de nuestro último régimen militar son señales que dan cuenta de la creciente confianza entre las autoridades de ambos países.
Es cierto que, hasta ahora, la visita no fue acompañada de anuncios
relevantes en materia de inversiones de capitales norteamericanos. Esto le
hubiera venido muy bien a la Argentina, en momentos en que se están conociendo
cifras de un primer semestre demostrativas de una fuerte baja del consumo en
algunas actividades y de un crecimiento del desempleo, al tiempo que la mayor
esperanza para los próximos meses parece pasar casi exclusivamente por el
impacto del blanqueo.
La Argentina ocupa el triste puesto 53° entre los socios comerciales de los Estados Unidos y el comercio entre ambos países exhibe su más bajo nivel desde 1934.
Remontar la cuesta, desactivar las bombas heredadas del kirchnerismo y lograr que la confianza se traduzca en inversiones productivas no le está resultando fácil al gobierno de Macri. No se sale rápida y fácilmente de una década de aislamiento internacional. Mucho menos cuando los operadores económicos, tanto extranjeros como locales, manifiestan sus dudas sobre el futuro político, pese a los no menores logros del oficialismo en materia de gobernabilidad en sus primeros ocho meses de gestión. Uno de los desafíos de Macri continúa siendo convertir las expectativas favorables en inversiones. Algunos observadores, pesimistas, creen que para eso habrá que aguardar al resultado de las elecciones legislativas de 2017.
Los cambios en la política exterior argentina han alentado otros en la región. A poco de iniciado su mandato presidencial, Macri dio la nota al cuestionar con firmeza las violaciones de los derechos humanos en Venezuela y las persecuciones contra opositores al régimen de Maduro. En sus próximos rounds ante el mandatario venezolano, ya no estará tan solo. Tanto el presidente brasileño, Michel Temer, como el paraguayo, Horacio Cartes, se oponen a que Venezuela asuma la presidencia del Mercosur. Es probable que hoy, aprovechando su presencia en Río de Janeiro por la inauguración de los Juegos Olímpicos, ambos mandatarios y Macri traten el futuro de un bloque regional gravemente herido. Tras la escalada verbal contra Brasil, Paraguay y la Argentina que desató Maduro, y las últimas denuncias sobre episodios de tortura contra opositores al chavismo, la suerte del régimen venezolano en el Mercosur parece estar echada.