Es decir: el de la sospecha hacia la búsqueda de transparencia. Macri creció en el mundo de los negocios y fue testigo privilegiado de las trampas y las ventajas de las que se sirvió su padre, Franco Macri, para levantar un imperio económico que con el tiempo se fue achicando hasta perder la mínima influencia. Los detalles de cómo lo hizo se pueden encontrar en Los dueños de la Argentina, publicado en abril de 1992. Necesitó muchas horas de psicoanálisis para comprender que su padre todavía compite con él. También necesitó mucho dinero para pagar a los abogados por asuntos judiciales en los que Franco lo habría metido sin consultar. O, como les dice a sus amigos, "sin comerla ni beberla". La causa de las escuchas a su ex cuñado fue el desaguisado que más dolores de cabeza le trajo. Y todavía está lidiando con los Panamá Papers. Aunque parezca mentira, aún no consigue que su padre le confirme, de manera fehaciente, en qué otras empresas offshore lo habría incluido, según él, sin consultarlo.
Hace tres años, en tono de confesión, Macri le dijo a un periodista -palabras
más, palabras menos-: "Yo ya estoy hecho. No vivo ni gasto como un
multimillonario. Pero podría vivir de rentas sin ningún sobresalto". Todavía era
jefe de gobierno de la ciudad. Lo explicitó, a manera de introducción, para
hacerle entender a su interlocutor que deseaba ser presidente sólo para lograr
un lugar en la historia del país. Sin embargo, así como todavía mucha gente
tiene el prejuicio de que Macri gobierna para los ricos, una cantidad
considerable de argentinos sospecha que sus papeles personales no están
completamente en orden. Volvió a suceder después de que se hizo pública su
última declaración jurada. Tres dudas surgieron después de la presentación: que
fuera casi el doble de la última que había presentado como jefe de gobierno, que
apareciera prestándole a su amigo Nicolás Caputo casi 30 millones de pesos y que
hubiera depositado 18 millones de pesos en una cuenta con sede en las Bahamas. A
los tres interrogantes, fuentes cercanas al Gobierno respondieron con
explicaciones lógicas. Lo que hizo casi duplicar el resultado final de su
declaración jurada fue un poco la devaluación y, mucho más, el hecho de que el
formato de presentación de declaración para los funcionarios porteños permite
asignarles a las sociedades el valor simbólico de un peso. El dinero que
Mauricio le prestó a Caputo está registrado y en blanco. Y la empresa a la que
Macri contrató para que invierta su dinero en efectivo se mudó a Bahamas, pero
no hay nada irregular en ello; se trata, otra vez, de plata que está declarada y
paga impuestos en la Argentina.
La semana pasada, Macri le preguntó a su mesa chica: "¿Hasta cuándo debo seguir dando explicaciones?". Y un hombre de su absoluta confianza le respondió: "Todas las veces que sea necesario". El problema, explican otros altos funcionarios que hablan todos los días con él, es que tampoco el Presidente se la puede pasar dando explicaciones a cuestiones que considera no tan urgentes. No comparto esa idea. Creo que cuanto más claras y precisas sean las explicaciones, más imagen de transparencia dará. Por ejemplo, me parece una buena decisión la de trasladar su cuenta de Bahamas a la Argentina, en el medio de un proyecto de ley que vincula el blanqueo de capitales con la obtención de fondos para la reparación histórica a los jubilados. Sin embargo, considero que debería sumarse la aclaración sobre cómo podría tomar el Presidente semejante decisión si su fortuna ya había sido entregada para ser administrada en el marco de un "fideicomiso ciego".
Por suerte, Macri todavía no se hace el distraído y comprende que está siendo
prisionero de sus propias promesas de campaña e incluso del nombre que le puso a
la nueva alianza. "Cambiemos" significa: seamos distintos de verdad. Y cambiar
de verdad, para el jefe del Estado, significará responder a la demanda de
trasparencia de manera positiva. Y hacerlo aun cuando en el camino deban ser
investigados, por ejemplo, su primo Ángelo Calcaterra u otros amigos de la vida.
Macri es consciente, también, de que los vericuetos de la historia lo pueden colocar en la vereda de enfrente de la dinastía a la que venció, representada por Néstor y Cristina. Kirchner llegó al poder con la promesa de combatir la corrupción, de colocarles "traje a rayas a los evasores" y de hacer de la Argentina "un país en serio". Además del hartazgo por la crisis social y de gobernabilidad que arrastraba la administración de Fernando de la Rúa, Kirchner se transformó en presidente porque también estaban dispuestos a votarlo quienes se indignaron, por ejemplo, con el caso de las coimas en el Senado. El triunfo en la primera elección presidencial de Cristina Fernández se podría explicar por los buenos resultados de la política económica y por la fantasía de que ella agregaría la dosis justa de república a una gestión que no tuvo más remedio que administrar con la emergencia. "Cristina iba a poner la casa linda y ordenada después de que Néstor entrara con el hacha de bombero para apagar el incendio y salvar a los bebes, las mujeres y el jefe de la familia", le gusta ejemplificar al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. Pero nada de eso sucedió. Al contrario. La supuesta lucha contra la corrupción que iba a encarar la entonces sí jefa del Estado se transformó en encubrimiento e impunidad días después de asumir, cuando argumentó que la aparición de Antonini Wilson con una valija de dinero negro era una operación de la CIA contra el gobierno que encabezaba. Años después, la inesperada muerte de su marido la puso en el lugar de víctima. Entonces el círculo rojo y la mayoría de los argentinos empezaron a suponer que, con su partida, Néstor se había llevado todo lo malo y que Cristina encararía una nueva limpieza a fondo para terminar con los negocios sucios de los amigos del ex presidente. El video de La Rosadita, las incontables propiedades que le están encontrando a Lázaro, los detalles de causas como Hotesur y Los Sauces y todas las evidencias que aparecen día a día demuestran que Néstor lo hizo y que Cristina sabía. Es más: algún fiscal debería citarla a declarar para comprobar si es cierto, como declaró Leo Fariña, que mandó llamar a Báez para preguntarle si estaba fugando dinero hacia el exterior y si además le reclamó que le diera parte de esa plata.