Por los daños que provocaron las intensas lluvias de abril, la asociación que
reúne a la cadena sojera (Acsoja) le pidió al Gobierno nacional que evalúe
"medidas extraordinarias" que contribuyan a enfrentar esta adversa realidad y
permitan reconstruir el sistema productivo.
Desde la entidad, explicaron que en las provincias del centro del país se
vive un verdadero "desastre hídrico" en el momento crítico de la cosecha y que
se proyectan fuertes pérdidas.
Durante abril, en Santa Fe se acumularon entre 600 y 700 milímetros, con
picos todavía más altos en el centro norte de esta provincia y de Entre Ríos. De
acuerdo a los registros del INTA es el cuarto abril más lluvioso desde 1970 en
el norte de la región pampeana.
En este contexto, los técnicos del INTA proponen sumar cultivos a los
sistemas actuales de producción y adoptar estrategias para mejorar la estructura
y las propiedades de los suelos, como los cultivos de cobertura en el invierno,
que aportan sustentabilidad y consumen más agua.
Héctor Espina, director nacional del INTA, dijo que no se puede decir que la
soja es la culpable, sino que en todo caso los problemas hídricos se agravaron
por el monocultivo de la oleaginosa. Por eso, aseguró que es necesaria la
rotación de cultivos para conservar el “capital suelo”.
“Las obras de infraestructura, como los canales que ayudan a conducir el agua
de la superficie, son importantes. Sin embargo, en el caso puntual de lugares
con pendientes muy débiles como la zona pampeana, esas obras ayudan a sacar el
agua de la superficie pero no la que está en las napas”, aclaró Espina.
Según los datos del INTA, fue el cuarto abril más lluvioso desde 1970 en el
norte de la región pampeana.
La incorporación del trigo en los esquemas de doble cultivo resulta
fundamental debido a que absorbe hasta 500 milímetros de agua. “Donde hay doble
cultivo con trigo, se nota cómo baja gradualmente la napa”, aseguró el director
del INTA.
“Esta primavera, toda la región debe estar pintada de verde”, coincidió
Fernando Martínez, jefe de la agencia del INTA en Casilda (Santa Fe). La
incorporación de alguna gramínea -trigo, cebada y centeno, entre otras- como
cultivo de invierno permitirá consumir excesos de agua, competir con malezas de
difícil control y mejorar las condiciones físicas y químicas de los lotes.
El problema es que durante los últimos años, en parte por las dificultades
comerciales que padecieron el maíz y el trigo, se conformó un modelo productivo
con un fuerte protagonismo del monocultivo de soja. “Se desarrolló sobre suelos
desnudos, después de largos barbechos de 6 a 7 meses de duración y con la
aplicación de escasas dosis de fertilizantes”, advirtió. Según las estadísticas
del INTA, en los últimos años más del 70 % de los suelos de la región pampeana
se destinaron a la siembra continua de soja.
En este sentido, Martínez explicó que el monocultivo con la oleaginosa impide
la infiltración de gran parte del agua. De hecho, un estudio que se realizó en
el centro sur de Santa Fe analizó el consumo de agua del cultivo en comparación
con el promedio anual de lluvia en la zona. “Si a los 600 milímetros anuales en
promedio que consume el monocultivo sojero le restamos los 1.100 milímetros en
promedio que cayeron en 2014, la diferencia positiva de agua que ingresa al
suelo se suma a las napas y genera su ascenso hacia la superficie”, señaló
Martínez.
Para Julia Capurro, del INTA Cañada de Gómez (Santa Fe), el desplazamiento de
cultivos tradicionales como trigo, maíz y pasturas por soja de primera originó
cambios importantes en la cobertura de los suelos debido a que los rastrojos de
este cultivo son escasos y se descomponen con rapidez, por lo que no logran
generar una capa protectora de la superficie.
“Gran parte del agua de lluvia que no puede ser consumida en este sistema de
monocultivo de soja, genera escurrimientos superficiales de gran magnitud en las
áreas onduladas, que arrastran, junto a los rastrojos de los cultivos,
sedimentos muy ricos en materia orgánica, nitrógeno, fósforo y otros nutrientes
esenciales para la producción agrícola”, aseguró la experta.
Según Martínez, la inclusión de gramíneas invernales, como cultivo de cobertura, resulta fundamental en esquemas de producción sustentables, debido a que las raíces favorecen la aireación del suelo y, luego de su descomposición, dejan conductos que facilitan el ingreso del agua a capas más profundas.