Cristina Kirchner y Hugo Moyano hablan en nombre de la población más vulnerable. El momento es oportuno. La economía está impactada por dos medidas transitorias, pero antipáticas: la devaluación y el aumento de tarifas. Sobre ese telón de fondo, la ex presidenta y Moyano intentan adueñarse de la bandera de la justicia social.
Pero la intervención de estos dos dirigentes entraña una llamativa paradoja.
Moyano y la señora de Kirchner bloquean, por su estilo y su ubicación en el
tablero, la formación de un frente organizado. Macri estaba expuesto a una
amenaza delicada: al cabo de los próximos cuatro meses, tendría frente a sí a un
PJ desintoxicado, y a un movimiento obrero unido. Es decir, la distribución de
poder efectivo, duro, comenzaría a jugarle en contra. La ex presidenta y el
camionero se encargaron de desbaratar ese proceso. El peronismo seguirá
desarticulado. Y el incipiente camino hacia la unidad sindical quedó detenido.
El balance para Macri puede ser alentador. Quienes expresan en voz más alta el malestar frente al ajuste están inhabilitados para proveer a ese malestar una organización operativa
El egocéntrico Moyano consiguió lo que anhelaba: ser la referencia principal
de una manifestación masiva. Pero pagó un costo institucional extraordinario.
Atrapado en la intransigencia de las dos CTA, la de Pablo Micheli y la de Hugo
Yasky, comenzó a ser abandonado por el resto del sindicalismo. El pionero de ese
éxodo fue Luis Barrionuevo, en cuyo sindicato Macri homenajeó ayer a los
trabajadores. Lo siguieron Gerónimo Venegas (rurales), Armando Cavalieri
(Comercio) y Carlos Acuña (estaciones de servicio). Sólo dos gremialistas
tradicionales escoltaron al camionero en el palco: el metalúrgico Antonio Caló,
de la CGT oficial, y el "Centauro" Andrés Rodríguez, de UPCN, que debe simular
cierta agresividad para que ATE no robe su clientela.
La dispersión había comenzado antes. El vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, visitaron a Cavalieri, Carlos West Ocampo, Héctor Daer, Víctor Santa María, Lingeri y Caló en lo del "Centauro". Quintana y Triaca tuvieron un gesto inesperado para su nivel de educación: enrostraron a sus interlocutores lo concedido en los cinco últimos meses. El que peor la pasó fue Caló, cuando Triaca le preguntó: "Te quejás por el desempleo, pero ¿cuántos subsidios pediste?". El ministro recordó que las ayudas antidespidos son un tercio de las que había en noviembre. La reunión terminó con reproches entre los propios anfitriones. Quintana, que viene de negociar con Paul Singer, quedó asombrado.
Uno de los problemas de Moyano es que muchos de sus colegas se entusiasman con el parque de atracciones al que los invita Macri. La Uocra de Gerardo Martínez está afectada por la paralización de la obra pública. Pero Rogelio Frigerio la incluyó en el plan de infraestructura. Barrionuevo acaba de pactar con Gustavo Santos, el ministro de Turismo, y Fernando De Andreis, secretario de la Presidencia, un programa para reactivar la hotelería. Pero el más agradecido es Lingeri, "Mr. Cloro": puso a uno de sus médicos, Luis Scervino, al frente de la Superintendencia de Salud, que él mismo manejó con Carlos Menem. "Cloro" revive sus dorados 90: detrás del ministro de Salud, Jorge Lemos, mueve los hilos Alberto Mazza, que ocupó esa cartera con el riojano.
Para Moyano, esas delicias son irritantes. Es cierto que su vínculo con Macri es muy frecuente. Y, sobre todo, con Nicolás Caputo, a través de Patricio Farcuh, el titular de OCA, donde Moyano influye como si fuera el dueño. Sin embargo, está despechado. Además de no haber instalado en Trabajo a su amigo Diego Santilli, lo indigna que en Transporte no esté Guillermo López del Punta. Es su segundo fracaso. Cuando quiso imponer a Del Punta con Néstor Kirchner, debió soportar a Ricardo Jaime. Ahora la experiencia es más desafiante: tratar con el ciclista Guillermo Dietrich. Choque de civilizaciones.
Al menoscabar a Moyano, Macri se vuelve más simpático para los demás sindicalistas. Ellos no quieren fortalecer al camionero para repetir la burlona experiencia kirchnerista: el voraz Moyano se quedaba con lo que recibía en nombre de todos.
Entre el gremialismo y Macri también hay miedo. Hoy los dirigentes prestan atención a cuatro peripecias policiales. Primera: la intervención en el sindicato marítimo del "Caballo" Omar Suárez, donde entre mil desaguisados aparecen autos a nombre de diputados kirchneristas. Suárez amenaza con atenuar el escándalo denunciando los sueldos que habría asignado a sus delegados el juez Canicoba Corral. "Caballo" descubrió la austeridad. Segunda: la causa por lavado de dinero contra los dirigentes de la UOM, por la tormentosa sucesión del asegurador Julio Raele, a quien los metalúrgicos evocan como "Lázaro". Tercera: la incautación por parte de María Servini de Cubría de dos millones de dólares en una fundación de Sergio Marchi, el titular de futbolistas agremiados, involucrado en los negocios del kirchnerismo con la AFA. Cuarta: el desfalco, durante la gestión de Daniel Scioli, en IOMA, donde el docente Roberto Baradel era director. El Presidente, que hunde sus raíces en Calabria, alarmó a los gremialistas en su última reunión. Con la mejor cara de póquer -su pasatiempo favorito-, reflexionó: "Este mani pulite que se ha lanzado es peligroso; como nadie lo controla, puede afectar a cualquiera...". Duda gremial: el proyecto de Elisa Carrió para extender a los sindicalistas la figura del enriquecimiento ilícito, ¿tiene una venia de Macri?
A estos factores de dispersión Moyano agregó un error político: contaminó la operación sindical con la interna peronista. A instancias de "Centauro" y de Caló, incorporó al rebaño disperso de Cristina Kirchner, encabezado por Scioli. Para Barrionuevo y Venegas fue la excusa para dejar el barco. Antikirchneristas furiosos, ellos se atribuyen parte del triunfo de Macri sobre Scioli. Les resultaría una pesadilla marchar junto al candidato derrotado, a Aníbal Fernández o a enviados de DElía. "Lo único que faltaba es que nos traigan a Boudou", se burló Barrionuevo.
El afán de protagonismo impidió a Moyano entender un fenómeno central: con su jefa visitando Tribunales, muchos kirchneristas buscan una fuente de legitimidad alternativa, aunque sea defectuosa. Sobre todo para atemorizar a los jueces federales. El camionero el viernes les proporcionó una. Otros, más audaces, como Emilio Pérsico, del Movimiento Evita, o la procuradora Alejandra Gils Carbó, se guarecen bajo la sotana inmaculada de Francisco.
La disidencia sindical no está moldeada sólo en el pasado. También trabaja el futuro. El alejamiento de Barrionuevo de Moyano fue una apuesta: como en 1989, con Menem, el gastronómico se propone ofrecer al oficialismo una plataforma sindical. Aunque ayer, aprovechando una fuerte gripe, no se haya fotografiado con el Presidente. En la base de la divergencia está el conflicto entre dos hipótesis sobre lo que vendrá. También aquí se repite el 89: Barrionuevo, con el padre del ministro Triaca, lideraba a quienes suponían que el ajuste de Menem sería exitoso. Frente a ellos, Saúl Ubaldini, que no manejaba los camiones de Moyano pero también era sostenido por la UOM, profetizaba una catástrofe.
Esta distinción se extiende a toda la política. Durante las reuniones que mantuvo en Buenos Aires, Cristina Kirchner pronosticó el derrumbe del Gobierno. "Está todo a la vista: los despidos, la inflación, el tarifazo. Esto no se sostiene", repitió. Esa prédica es insuficiente para reconstruir un liderazgo. La ex presidenta demostró que no había revisado ninguna de las causas de la derrota. Su explicación alarmó a sus interlocutores: "No me culpen a mí. Puse como candidato a Scioli porque me lo pidieron ustedes. Y el otro, Randazzo, no sé..., parece que se enojó".
La señora de Kirchner agrega a esto sus problemas judiciales. Es probable que esta semana Claudio Bonadio la procese por las operaciones con futuros. Y la causa Báez tiende a complicarse. Más allá de las afinidades con el juez Sebastián Casanello, los estrategas de la ex presidenta confían en María Laura Roteta, la fiscal que reemplazó a Carlos Gonella en la procuración sobre lavado de activos. El objetivo es cerrar el expediente como un caso de lavado de dinero cuyo máximo culpable sería Báez. Incógnita elemental: ¿convencieron a Báez de que acepte? Hay un escenario en cual el presunto testaferro se resiste a inmolarse por Cristina Kirchner y arrastra a ella y a Julio De Vido a cambio de recobrar la libertad.
Desde este laberinto judicial es imposible liderar el peronismo. Igual que es difícil que Moyano consiga la unidad sindical, programada para agosto. Pero esas dificultades pertenecen al campo del poder organizativo, institucional, fáctico. No deberían ocultar que, a pesar de ellas, la señora de Kirchner y el camionero plantean una tensión discursiva que condiciona a los demás actores.
El más inmediato es el Gobierno. Buena parte del gabinete pretende saldar la discusión principal: si Federico Sturzenegger bajará la tasa de interés. ¿Comenzará mañana, con la licitación de las Lebacs? El desafío opositor activa además en el seno de Cambiemos un debate sobre la necesidad de explicar con mayor sistematicidad la estrategia económica. Cristina Kirchner y Moyano se benefician de esa deficiencia discursiva, mientras aseguran a Macri una ventaja inapreciable: que el peronismo, político y sindical, siga dividido.