Su frase podría resultarle especialmente útil al presidente Mauricio Macri para entender el comportamiento de la oposición peronista y del gremialismo ante su gobierno.
Como los temibles tiburones blancos, capaces de oler la sangre de sus presas
a varios kilómetros de distancia, dirigentes peronistas que hasta un par de
semanas atrás mostraban vocación cooperadora con el oficialismo y casi todo el
sindicalismo parecen hoy dispuestos a complicar la gestión del Gobierno. Cuanto
peor empiezan a verlo, más se animan a contradecirlo y a enfrentarlo.
No es que Macri esté débil en la opinión pública. Distintas encuestas dan cuenta de que su gestión goza aún de un amplio respaldo de la sociedad. Pero bastó que su imagen favorable cayera unos pocos puntos y que se insinuara cierto mal humor social frente a un ajuste de tarifas en los servicios públicos no muy bien explicado para que la oposición se animara a desafiar al Gobierno.
Según un reciente sondeo de la consultora Management & Fit, el nivel de
aprobación del gobierno de Macri descendió del 50,7% en marzo al 45,8% en abril.
Entretanto, la confianza del consumidor cayó también este mes 10,3 puntos
respecto de marzo, de acuerdo con el índice de la Universidad Di Tella.
Abril marcará, según fuentes del propio gobierno nacional consultadas por LA NACION, un récord cuando se conozca el aumento del costo de vida, que podría redondear el 6 por ciento, como consecuencia del impacto de los incrementos en el transporte público de pasajeros y los servicios eléctricos, además de las correcciones en los precios de los alimentos.
Ni lerdo ni perezoso, poco después del relanzamiento público de Cristina Fernández de Kirchner, el peronismo no kirchnerista buscó marcarle la cancha al oficialismo macrista y vio en los proyectos de ley para frenar los despidos e imponer la doble indemnización laboral una alternativa para ganar terreno y hacer sucumbir al Gobierno en una discusión que le puede resultar inconveniente. La media sanción de una de estas iniciativas, tendiente a prohibir los despidos por 180 días, en el Senado, ha sido un baldazo de agua fría para el Gobierno y para muchos sectores empresariales.
La movilización convocada para hoy por las cinco centrales sindicales pasó de ser una simple celebración por el Día del Trabajador a convertirse en una jornada de "protesta" en contra de los despidos en los sectores público y privado, según la definición del propio secretario general de la CGT Azopardo, Hugo Moyano. El hecho de que el Partido Justicialista adhiriera a la marcha, al igual que varios movimientos políticos y sociales alineados con el kirchnerismo o con fuerzas de izquierda, le confirió al acto un carácter claramente opositor al Gobierno. Esta situación provocó ciertas desinteligencias en el sindicalismo: el líder de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales, Gerónimo "Momo" Venegas, de buena llegada al macrismo, decidió no participar del mitin; en tanto, el gastronómico Luis Barrionuevo optó por bajarse de la lista de oradores.
Lo cierto es que Macri afronta el primer test de gobernabilidad que tendrá la calle como escenario principal, a sólo 150 días de haber llegado a la Casa Rosada.
Desde los despachos gubernamentales se ha intentado minimizar el posible impacto de una concentración que, en función de los aparatos de movilización previstos, se estima multitudinaria. Distintos funcionarios se preocuparon por poner de manifiesto la "buena sintonía" que existe entre el titular del Poder Ejecutivo y los líderes gremiales, al tiempo que dicen no ver una unidad sindical contra el Gobierno.
Efectivamente, sería una equivocación pretender ver en la convocatoria sindical de hoy una conspiración contra el Gobierno, aun cuando en ella se prendan sectores nostálgicos de la década kirchnerista que definitivamente desean que a Macri le vaya mal. Sin embargo, cometería el Gobierno un error de percepción si creyese que el grueso del sindicalismo peronista aceptaría una lógica distinta a la que está acostumbrado sólo porque al Gobierno le convenga. Desde los tiempos de Augusto Vandor, uno de los lemas preferidos del gremialismo ha sido "golpear y negociar".
Macri dista de ser un ingenuo, conoce a los dirigentes sindicales y sabe bien cómo negociar con ellos. El temor que manifiestan especialmente algunos empresarios y economistas es que, en un país tan necesitado de un clima de negocios para la generación de empleos, la nueva pulseada y la tensión política comiencen a desgastar al Gobierno y a demorar las decisiones de inversión.