Mauricio Macri formulará de nuevo hoy, en su mensaje al Congreso, los tres objetivos que se propuso durante la campaña y mencionó en el discurso inaugural del 10 de diciembre: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico, unidad de los argentinos. Pero esta vez agregará una descripción de la situación que recibió del gobierno de Cristina Kirchner. Para Macri es cada vez más indispensable realizar esa reconstrucción. La necesidad tiene que ver con la gestión económica, pero también con su sustentabilidad política. Sólo con una caracterización detallada del desaguisado que heredó puede justificar los aspectos más antipáticos del reordenamiento que está llevando a cabo. Además, sin el recuerdo constante del pasado kirchnerista le resulta muy dificultoso mantener la cohesión de su base electoral. El problema es que esta estrategia desmiente algunos rasgos de la imagen con la que el Presidente pretende ser reconocido. Las urgencias de la política chocan contra los límites del marketing.
La necesidad de describir la plataforma desde la que la nueva administración
se ha puesto a trabajar se basa, en principio, en razones de gerenciamiento
económico. La falta de claridad respecto del punto de partida impide al Gobierno
presentar los costos de sus determinaciones como inevitables, y también como
transitorios. Si no se explica, por ejemplo, que la devaluación y el aumento de
tarifas son la única salida posible a la crisis cambiaria y energética que dejó
la señora de Kirchner, es difícil que esas medidas sean toleradas. Al contrario:
la ausencia de una referencia al pasado facilita la visión según la cual Macri
adopta esas resoluciones por una falta de sensibilidad social intrínseca a los
ricos. Es decir agrava su mayor vulnerabilidad frente a la opinión pública.
Del mismo modo, si no se inscribe la política económica en una serie temporal, fenómenos episódicos son percibidos como un agravamiento de las penurias preexistentes. Es lo que sucede con la inflación: hasta ahora el oficialismo ha sido incapaz de argumentar que la suba de los precios es un efecto inexorable, pero previsible, del ajuste cambiario y tarifario. Y tampoco ha podido explicar que es un malestar pasajero, igual que la caída en el nivel de actividad que se irá notando en las próximas semanas y que debería comenzar a revertirse hacia el último trimestre de este año. Prat-Gay calculó varias veces ante Macri y los demás ministros que el crecimiento para 2017 estará entre 3 y 5%. Pero el oficialismo ha decidido esconder ese horizonte como un secreto.
Sin este desarrollo, el Gobierno carece de respuestas del centro hacia la
izquierda. Es decir, no puede justificarse frente a los que se ven afectados en
su bienestar por sus medidas. Pero tampoco ofrece un argumento del centro hacia
la derecha. Los mercados plantean dudas sobre la posibilidad de normalizar la
economía sin un gran recorte fiscal. Y eso sucede porque todavía el oficialismo
no aclaró cómo financiará el déficit. Ésta es la razón por la cual el vicejefe
de Gabinete, Mario Quintana, y Prat-Gay pretenden aprovechar el acuerdo con los
holdouts para relanzar su plan. Balance provisional: al kirchnerismo le faltaba
programa y le sobraba relato. La administración actual, en cambio, tiene un
programa minucioso, diseñado durante la campaña, del que no se aparta un
milímetro. Pero carece de relato. Y la razón principal de esa carencia es la
negativa a hablar de la economía recibida.
Jaime Durán Barba es quien más defiende la prohibición bíblica de mirar atrás. Hernán Iglesias Illa expuso las razones en su muy ilustrativo libro Cambiamos. Para el ecuatoriano, la referencia al desastre kirchnerista alarmará a la gente con la perspectiva de una restricción brutal. Según él, ningún presidente que pierde popularidad por un ajuste logra recuperarse. Lo que esa receta no asegura, como señalaba ayer un agudo analista político, es que el perro Balcarce, las fotos de Macri con desposeídos de Aldo Bonzi o la oleada de "Me gusta" en Facebook logren disimular el malestar de las restricciones. Por ejemplo, el del aumento que el próximo jueves se anunciará para la factura de gas y los pasajes de colectivo y subte. O el del pago a los holdouts.
La reticencia del marketing oficial a hablar del pasado se explica en otro factor: las encuestas indican que, al cabo de 12 años de belicosidad, el electorado espera diálogo y armonía. Para ponerlo en otros términos: demanda lo que Macri denomina "la unidad de los argentinos". Sin embargo, satisfacer esa expectativa representa para él un dilema de dificilísima resolución. El Presidente obtuvo 24% de los votos en las primarias; 32% en la primera vuelta, y 51% en el ballottage. Es bastante obvio que el caudal que va de 24 a 51%, o por lo menos de 32 a 51%, se formó más por oposición al kirchnerismo que por identificación con Macri. Por lo tanto, la rememoración del gobierno anterior y el relevamiento de su herencia son recursos sin los cuales a Macri le costará mucho fidelizar a quienes lo eligieron para castigar a sus rivales. Es decir, la contradicción con el kirchnerismo es uno de los fundamentos de la legitimidad del nuevo gobierno, en especial en la etapa de las mayores limitaciones económicas.
Al oficialismo no se le escapa que está atrapado en esta física. Por eso, mientras promete no mirar hacia el pasado, filtra a la prensa un anecdotario infinito de las miserias y excentricidades de sus antecesores. De modo que la obsesión retrospectiva no fue anulada, sino tercerizada. La cuestión cobija problemas más complejos. ¿Hasta dónde se remonta la herencia recibida? ¿A cuántos involucra? ¿Se limita a Cristina Kirchner y La Cámpora? Hasta ahora Macri se detuvo en esa frontera, para alegría de los gobernadores y legisladores que han mutado hacia un inesperado "peronismo racional". El que mejor los representa es Miguel Pichetto, para quien los males heredados se deben a Axel Kicillof. Y no también a quienes, como él, gestionaron las disparatadas ocurrencias del ministro en el Congreso. No hay que sorprenderse con el ardid: a fines de los 90 el papel de Kicillof lo ocupaban los Alsogaray.
Para el Presidente admitir que sus rivales crucen el Jordán con tanta velocidad plantea un dilema. Por un lado debe admitir la ficción según la cual los gobernadores y legisladores del PJ, incluido Sergio Massa, son ajenos al inventario de dificultades que dejó el kirchnerismo. Si no extiende esa disculpa, a Macri le resultará más difícil conseguir los acuerdos parlamentarios indispensables para administrar. Por otro lado, si concede una indulgencia plenaria a esos dirigentes, debe soportar contradicciones que lo irritan: por ejemplo, que los peronistas cobren un peaje cada vez que colaboran con la resolución de un problema que ellos mismos provocaron.
Existe una dificultad más amplia. Sin una impugnación del gobierno anterior, a Macri le costará obtener consenso para sus decisiones. Pero esa impugnación mantiene vivo un conflicto incompatible con el afán de alcanzar "la unidad de los argentinos".
Este problema tal vez explique parte de la frialdad que se advirtió en el Vaticano. El jueves pasado, el Papa recibió a Eduardo Murúa y Guillermo Robledo, de la empresa recuperada IMPA. Al salir del encuentro, de casi dos horas, los dos cooperativistas atribuyeron a su anfitrión esta frase: "Yo viví el 55, y jamás pensé que la Argentina volvería a ese revanchismo". Francisco tiene derecho a condenar el revanchismo: en su relación con Cristina dio una lección magistral de magnanimidad, que quizá pronto llegue a Massa.
Sin embargo, lo que el jefe de la Iglesia repudia no es fácil de resolver. Es difícil convalidar una política de "unidad de los argentinos" si un sector importante de la sociedad interpreta, por ejemplo, que lo que se presenta como investigación de la corrupción es, en realidad, la ejecución de una venganza. En el mismo mensaje de Jorge Bergoglio hay una tensión que no se termina de liquidar: él, que ha dicho que "la corrupción apesta", alentó a varios magistrados cuyas resoluciones son vistas por la anterior administración como parte de una persecución política. El kirchnerismo tiene derecho a sospechar de una animadversión: la ex presidenta, igual que su esposo, utilizó a los jueces y fiscales que ahora la investigan para proteger a sus aliados o perseguir a sus rivales. Se trata de un problema difícil de resolver. La "unidad de los argentinos" puede ser una quimera en un contexto político dominado por la corrupción, por la falta de calidad judicial y por una fractura ideológica que sigue expuesta.
Quien encontró la fórmula para resolver este problema parece haber sido Susana Malcorra. En su exposición ante el Council on Foreign Relations, en Nueva York, presentó el objetivo de "unir a los argentinos" en términos de una reconstrucción de la institucionalidad democrática. Es decir, el consenso que debe alcanzarse no debería ser un consenso sobre contenidos, sino sobre reglas y procedimientos. Tal vez la sugerencia de Malcorra tuvo cabida en el plan general de Macri. Mañana él hablará de un plan contra la corrupción. Hasta ahora la necesidad de una regeneración de las instituciones ocupó un lugar marginal en su discurso.