Aunque tienen raíces en la más que desastrosa "herencia maldita del kirchnerismo", no puede negarse que la crisis en el Indec y la postergación en las soluciones del impuesto a las ganancias tienen una dosis de primeros errores propios de la nueva administración.
Es una pena que, tratándose de problemas más que conocidos antes de asumir,
no se haya contado con una mecanismo de solución anterior que no llevara a la
crisis.
Lo del Indec parece menos explicable que lo del impuesto a las ganancias, con múltiples objetivos y dificultades. Es justo, sin duda, luego del brutal ajuste supuestamente progresista de los salarios que aplicó el kirchnerismo y que no tiene antecedentes.
Pero el contexto es de déficit fiscal y es difícil no acrecentarlo si al
bajar tributos no hay recuperación de la economía, que viene mal y con inflación
creciente. Para colmo, se sumó el daño externo de Brasil. El equipo de Macri
comenzó a cometer errores propios justo cuando la situación empieza a empeorar.
También la baja de Ganancias debe o debía contener los reclamos en paritarias para evitar volver al atraso cambiario que sacó varias actividades de juego. Y, además, debe compensar de alguna manera el incremento del costo energético de los hogares para poder salir del esquema desquiciado del kirchnerismo, que dejó el sistema en la peor situación en más de 30 años.
Pero la reforma verdadera no llegará hasta 2017. Y habrá que ver si llega. La lista de los ministros que asumen y descubren necesaria una reforma fiscal es interminable.
El sistema tributario argentino es de una complejidad y una perversidad inconmensurables. Un buen recuerdo de aquella biblioteca de Babel borgiana que tan bien refleja Umberto Eco en El nombre de la rosa, su colosal homenaje a Borges desde el título, y que Jean Jacques Annaud reflejó en su éxito cinematográfico.
¿Quién otro, sino Borges, podría ser el bibliotecario que se quedó ciego como en su maravilloso "Poema de los dones", cuando lo nombraron?
El problema de la reingeniería tributaria siempre declamada, jamás iniciada en serio aunque lo exija la reforma constitucional de 1994, es que todos acuerdan porque quieren más que lo hoy reciben, sin beneficio de inventario de las responsabilidades que asumirán. Los gobernadores quieren más; los intendentes, también; el Estado nacional, lo mismo; todo a cuenta de los demás o, para no quedar mal, se dice, de la coparticipación.
Las reformas postergadas han terminado siendo reforma cero. Sería tristísimo que volviera a ocurrir, lo mismo que no volver a tener estadísticas de primera calidad mundial, como las que hubo en el Indec luego de la reforma que hizo en los 90 Juan José Llach, con un equipo de excelencia.
La Argentina logró entonces cumplir los nuevos estándares mundiales más exigentes aun antes que los Estados Unidos y recibió múltiples felicitaciones por ello. ¿Por qué no puede hacerse nuevo? ¿El país no puede ser otra vez un ejemplo de lo que puede hacerse mejor que nadie? ¿Con Llach, Bevacqua, Todesca? Cuentan con la experiencia y la capacidad. ¿Falta en este caso gestión, que alcanzó en otros muy difíciles como el de la salida del cepo?
Desde el título, El nombre de la rosa alude al poema de Borges "El Golem", aquel en el cual ironiza y hasta se conduele de Judá León, rabino en Praga, y por su intermedio, de todos los hombres jugando a ser Dios, nada menos, y creando una criatura viva pero monstruosa y defectuosa, "a pesar de tan alta hechicería".
El riesgo de errores clave cuando se intentan soluciones cruciales no es bajo.
El dilema es cuál es el margen de error disponible para las autoridades en estas materias. Pareciera ser que en la inflación y en el impuesto a las ganancias sobre los ingresos provenientes del trabajo es menor que en otros dilemas que parecen encaminados más rápido y mejor. El cepo ya mencionado y la que parecía una inacabable pelea con los holdouts. No es poca cosa.
Pero vale recordar que en el poema de Borges que inspiró a Eco, el Golem al principio funciona...
Para empezar como Borges lo hace y Eco remedó, "El nombre es arquetipo de la cosa". Lo primero que habría que hacer es cambiar el nombre del tributo, puesto que los ingresos del trabajo no son necesariamente ganancias, sino "rentas", como se las llama en otros países.
Y ya se sabe que, según Borges, "En las letras de rosa está la rosa/Y todo el Nilo en la palabra Nilo".