Sabe que su gran desafío del momento es la inflación y está convencido de que debe resistir las presiones y tironeos de uno y otro lado, capaces de conducirlo a una inestabilidad aún mayor.

En los últimos días, frente al aumento del costo de vida que, según estimaciones privadas, se resiste a caer por debajo del 3% mensual, recrudecieron las presiones para reactivar los controles de precios propios de la era kirchnerista. Para no ser tildado de insensible, Macri admitió 48 horas atrás que los aumentos de precios lo preocupan. Pero ayer, cuando se anunció el incremento del 15,35% a jubilados para los próximos seis meses, el primer mandatario fue más preciso sobre su posición ante la inflación. "Nos estamos ocupando de las cuestiones de fondo que han llevado a esto", enfatizó, antes de aclarar que, a su juicio, el Gobierno no debería gastar más de lo que recauda con sus impuestos.

Entre 2003 y 2015, el gasto total del Gobierno pasó del 20,6% del PBI al 40,3%. De acuerdo con el economista Iván Carrino, cada argentino pasó de gastar 822 dólares en 2003 a 3492 dólares en 2015 para sostener el funcionamiento del Estado. El problema no concluye allí: al ser ese gasto mayor que los ingresos, el gobierno kirchnerista acudió a una fuerte emisión monetaria para paliar el creciente déficit fiscal, generando inflación. Y para frenar sus efectos, recurrió a controles de precios y congelamientos de tarifas, que sólo provocaron más inflación reprimida.

Es curioso que desde distintos sectores se cuestione al gobierno macrista por el aumento que en las últimas semanas experimentó el kilo de asado, cuando entre diciembre de 2003 y noviembre de 2015 su precio sufrió un incremento de nada menos que 1400%, revelador de que la responsabilidad de esa exorbitante alza no guarda relación con el margen de rentabilidad de carniceros o supermercados, sino con un proceso mucho más complejo dado por la desvalorización de nuestra moneda, además de una política que hizo desaparecer 10 millones de cabezas de ganado.

La estrategia macrista para vencer a la inflación pasa por disminuir progresivamente el déficit fiscal y la emisión, y recomponer el frente externo, arreglando con los holdouts, para bajar el riesgo país y volver al crédito internacional en condiciones accesibles, como lo han hecho varios de nuestros vecinos.

Pero así como lo acosan presiones por izquierda, tendientes a que reinstale controles de precios o que reincorpore a los empleados de la Secretaría de Comercio que relevaban las góndolas de los supermercados y que fueron echados, Macri también recibe desde otros sectores sugerencias para reforzar los ajustes y plantear metas de inflación menos moderadas que las anunciadas por el ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay. Éste ha previsto una inflación que no supere el 25% este año y que descienda a un rango entre 12 y 17% en 2017, a una franja del 8 al 12% en 2018 y al 5% en 2019. A algunos economistas del propio macrismo les agradaría un mayor esfuerzo por revertir el proceso inflacionario en menor tiempo. Pero por ahora el jefe del Estado avala el gradualismo antes que cualquier política de shock.

En su encuentro de ayer con el sindicalismo, el Presidente se habría cuidado de sugerir pautas de negociación salarial. Pero enfatizó el esfuerzo que se hará desde su gobierno para mejorar el ingreso de los trabajadores por la vía de la elevación del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias, como una forma de persuadir a los gremialistas de ser prudentes.

La reunión con los popes de tres centrales sindicales que no se juntaban desde hacía mucho tiempo fue un gesto que permitió la habilitación de un espacio de diálogo. A Macri le permitió exhibir un importante poder de convocatoria. A muchos gremialistas, tener un ámbito desde donde plantear un tema que puede resultarles más decisivo que los salarios: la deuda del Estado con las obras sociales. En otras palabras, la caja sindical.