Dado el perfil que ha adquirido el gabinete nacional entrante, surge la tentación de realizar un análisis FODA de la economía argentina, en el que las Debilidades y Amenazas deben ser contrastadas con Fortalezas y Oportunidades para definir la tendencia. La persistente caída del precio del dólar “blue” de los últimos días podría estar indicando que en el mercado financiero predominan los que consideran que los riesgos podrán ser neutralizados. Sin embargo, no debería subestimarse el tamaño de las dificultades (ni conviene que las nuevas autoridades “bajen la guardia”) en una transición en la que lo visible es un incremento explosivo del gasto público y lo opaco es el monto de la hipoteca que queda como herencia.

Los contratiempos en el traspaso de información de los funcionarios salientes a los entrantes no constituyen un problema de “modales”: pueden ser vistos como un intento del gobierno que termina de diluir y postergar la difusión de los pasivos del inventario que transfiere, como un modo de lograr que la población no tenga elementos para justificar las medidas menos simpáticas que el nuevo gobierno deba adoptar. No obstante, hay Fortalezas y Oportunidades que, si logran ser activadas, ayudarán a aliviar la transición.

La metodología de análisis tipo FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas) puede ser útil para ordenar la información sobre la economía argentina en función del cambio de ciclo político que tendrá lugar cuando Mauricio Macri asuma la presidencia este 10 de diciembre. La principal Debilidad que debe subrayarse es la existencia de un déficit fiscal prácticamente fuera de control que deja como hipoteca el gobierno saliente. De cada 100 pesos que gasta el sector público nacional, sólo 75 pesos tienen financiación genuina.

Dado que la presión tributaria es récord y ha comenzado a afectar la dinámica del sector privado, el ajuste fiscal no tiene otra opción que realizarse por el lado del gasto, cuidando de no afectar las partidas sociales. A su vez, volver al equilibrio fiscal llevará varios años, dada la magnitud del déficit (7 % del PIB) y la existencia de numerosos “esqueletos” (cuentas a pagar). Por ende, al principio el nuevo gobierno deberá apelar a la colocación de importantes montos de deuda pública, pero no debería olvidar la prudencia fiscal, para evitar que esta Debilidad se transforme en la próxima Amenaza.

En el presente, la Amenaza que domina el escenario es el riesgo de una espiral de precios, salarios y tipo de cambio, en caso que el gobierno entrante no logre encausar estas variables tras el levantamiento de los cepos. Es posible que el nuevo régimen para el cambio y el comercio exterior cobre forma tras una serie de etapas, no de una vez. Por ejemplo, la normalización del mercado cambiario podría ser rápida para los flujos de comercio exterior, e incluso de ciertos movimientos de capital, pero más lenta para las operaciones pendientes (dividendos, importaciones anteriores).

La velocidad dependerá del éxito del Banco Central en conseguir reforzar las reservas, que si bien conservan un saldo positivo en términos de caja, son negativas si se restan los pasivos de corto plazo (swap de China, entre otros). De igual modo, las trabas al comercio exterior habrán de quitarse inmediatamente para exportaciones agropecuarias, para operaciones de admisión temporaria y otras, pero más lentamente para los denominados sectores sensibles (indumentaria, calzado, juguetes, electrónica). Al respecto, el gobierno entrante solicitaría una prórroga ante la Organización Mundial de Comercio vinculadas con las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación.

Dada la magnitud del atraso en las tarifas de gas y electricidad (particularmente en CABA y algunas zonas del Gran Buenos Aires) y el inevitable impacto del ajuste cambiario, inicialmente los índices de inflación habrán de moverse hacia arriba. Sin embargo, si los agentes económicos, las empresas y, particularmente, los sindicatos, lograran diferenciar entre “inflación reprimida” e “inflación esperada”, esto podría ayudar a una reversión de esta tendencia desde el segundo trimestre de 2016, lo que a su vez permitiría una recuperación más rápida del nivel de actividad. Es clave el hecho que la nueva gestión no depende inicialmente del Congreso para avanzar en las medidas más contundentes, una gran ventaja si se compara con las tribulaciones de Dilma en Brasil, donde las decisiones más urgentes dependen del aval de los legisladores.

Por supuesto que el escenario externo también conlleva amenazas. Desde un aterrizaje brusco de la economía China hasta una suba de tasas más agresiva respecto de lo que se espera en Estados Unidos, pasando por una eventual prolongación de las crisis en Brasil.

Del otro lado, la economía argentina ofrece Fortalezas y Oportunidades significativas, que podrían ser potenciadas en caso que Amenazas y Debilidades puedan ser neutralizadas.

Respecto de las Fortalezas, puede decirse que la capacidad instalada en recursos humanos y físicos es muy valiosa, aunque hay sectores en los cuales haría falta una reconversión para afrontar el desafío de salir a competir en el mercado global. Esta limitación aparece en ciertos rubros industriales y también en algunas economías regionales. De todos modos, en muchos sectores los resultados del cambio de política económica podrán verse rápidamente, caso de la agroindustria, servicios tecnológicos, profesionales y turísticos, entre otros.

Una ventaja importante es el bajo endeudamiento que exhiben en general las empresas, en marcado contraste con lo que ocurre en buena parte de los países vecinos. Y, por si esto fuera poco, están los más de 200 mil millones de dólares del “fondo anticíclico privado” (los dólares del “colchón”, cajas de seguridad y en el exterior), una peculiaridad de la Argentina.

Justamente, para que esos capitales pasen a hacer un aporte productivo, no hace falta sólo un “blanqueo”, sino que sus tenedores vuelvan a encontrar oportunidades de negocios en el país.

El capítulo “Oportunidades” del FODA incluye un abanico amplio. En primer lugar, es posible que nos sorprenda un salto en la productividad, que ha sido frenada por la multiplicación de trámites, trabas, restricciones y cupos de los últimos años. La mejora del tipo de cambio para los exportadores no será comparable con la de 2002, ya que ahora quizá haya que esperar una variación de entre 20% y 25 % descontada la suba de costos, pero la mayor productividad puede potenciarla, junto con el hecho que la eliminación de retenciones es un plus significativo para los sectores beneficiados, por fuera del efecto de la devaluación.

A diferencia de 2002, la infraestructura ahora está colapsada, por lo que el sinceramiento de las tarifas junto con un arreglo con los holdouts que reduzca la tasa de riesgo país podría lograr un importante envión de inversiones. Será clave un plan federal empujado por el sector público, en alianza con privados y con la activa participación de las provincias.

En la amplia lista de las Oportunidades también hay que incluir el cambio en el clima de negocios, la posibilidad de cerrar el gap tecnológico que se ha abierto en muchos sectores (Comunicaciones!), los efectos de una mejora sustancial en la gestión del Estado, el hecho de volver a figurar en el radar de los mercados y de los inversores externos, completar cadenas de valor que han quedado truncas. Además, en un país bimonetario como la Argentina, la unificación del mercado de cambios devolverá dinamismo a actividades como la inmobiliaria, muy afectadas por el cepo.

Fuente: Fundacion Mediterranea