No sólo debe revertir una generalizada expectativa que favorece a su rival, Mauricio Macri, frente a la segunda vuelta electoral del domingo 22, sino que ahora parece forzado a ensayar un discurso en defensa de un intervencionismo estatal que difiere de las propias enseñanzas que le inculcó su padre, José Scioli, quien desde abajo se convirtió en un emprendedor y lideró una recordada cadena de venta de artículos para el hogar.
En rigor, ni el candidato presidencial del Frente para la Victoria descree de
la iniciativa privada como motor de la economía ni desconfía del mercado. Pero,
alentado por sus guionistas de campaña, ha optado por intentar persuadir a los
ciudadanos indecisos que mientras él defiende los intereses argentinos y el
Estado, su contrincante representa al mercado y a los intereses de los "grupos
concentrados", esa despectiva expresión tan cara a la cultura política
kirchnerista.
El objetivo de Scioli es mostrar que existen dos visiones antagónicas del país, y que los más claros indicadores de los intereses que representaría su rival son la presencia de un ex presidente de Shell como su referente en política energética, de un ex gerente de la empresa LAN en el área de política aeronáutica y de un ex directivo de Monsanto en su equipo agropecuario. Allegados al gobernador bonaerense le han sugerido que no deje de señalar que Franco Macri, el padre del candidato presidencial de Cambiemos, fue uno de los primeros artífices de las relaciones comerciales con China, ahora cuestionadas por sectores que apoyan al macrismo.
Difícilmente le alcance a Scioli con esos argumentos para revertir la
desventaja que le diagnostican todas las encuestas. De ahí que muchos piensen
que, en el primer debate de la historia argentina entre dos candidatos
presidenciales, el postulante del oficialismo pondrá toda la carne en el asador
y buscará incomodar a su adversario, intentando desnudar la supuesta
insensibilidad de Macri e identificándolo con la "derecha".
La apuesta de Scioli al debate es mayúscula, porque sabe que tras él, sólo quedarán cuatro días de campaña en los que cualquier traspié difícilmente podrá revertirse.
Lo que no ha podido lograr Scioli es desembarazarse de los costos derivados
de los desaciertos del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y de la crisis
política del oficialismo. Hubiera sido positivo para la campaña del mandatario
bonaerense que la Presidenta optara por el silencio en las últimas semanas; sin
embargo, no sólo siguió siendo protagonista de la campaña, sino que hasta
suspendió su viaje a Turquía y su participación en la reunión del G-20 para
seguir de cerca el proceso electoral.
El riesgo de ingobernabilidad, que desde el kirchnerismo se buscó presentar como el punto débil de Macri, ha pasado a ser hoy patrimonio del oficialismo, si se advierte que ni siquiera el bloque de diputados nacionales del Frente para la Victoria escuchó las sugerencias de Scioli de no avanzar con las polémicas y apresuradas designaciones en la Auditoría General de la Nación.
Los apuros del kirchnerismo, más preocupado por asegurarse espacios de poder en la estructura del Estado que por las elecciones, generaron un clima de retirada que tampoco ayuda a Scioli. Hasta la desesperación divide al partido gobernante.