Casi a la misma hora, en un set de la cadena de noticias CNN, Mauricio Macri enseñaba, también fuera de cámara, otra medición que aseguraba que habría una segunda vuelta el 22 de noviembre. Así están las cosas cuando faltan apenas cuatro días para las elecciones que podrían indicar quién será el próximo presidente de los argentinos. Las elecciones más imprevisibles desde 1983 y en las que, por eso, los encuestadores se convirtieron en protagonistas centrales del proceso electoral. En 2003 también fueron inciertas, pero se sabía con anticipación, y con certeza, que habría segunda vuelta, abortada luego por la deserción de Carlos Menem.

La conclusión unánime de los encuestadores es decepcionante: con los números actuales no se puede predecir, dicen, el resultado de las elecciones, sobre todo si habrá -o no- segunda vuelta. La única aseveración cierta de ellos es que Scioli lidera ampliamente la intención de voto. Otra afirmación de esos analistas de opinión pública es que la única probabilidad de una segunda ronda radica en que Scioli no alcance el 40 por ciento de los votos, el piso mínimo establecido por la Constitución para empezar a discutir un triunfo en primera vuelta.

Los propios dirigentes del macrismo señalan su seguridad de que Scioli no llegaría al 40 por ciento de los sufragios (lo cual podría ser más una expresión de deseos que otra cosa). Es decir, ya no ponen el énfasis en que Macri conseguiría una diferencia con Scioli inferior al 10 por ciento de los votos. El problema de Macri es que no ha logrado sumar más votos que los que sacó Cambiemos en las elecciones primarias del 9 de agosto. Algunas veces hasta pierde parte de ese caudal en las mediciones telefónicas diarias que hacen sus propios encuestadores. La irrupción de Sergio Massa con una campaña audaz en propuestas está evitando, evidentemente, la polarización que se esperaba entre la continuidad y el cambio. Aunque es difícil que Massa crezca más allá del 21 o 22 por ciento, según casi todas las encuestas, lo cierto es que su presencia está complicando a Scioli y a Macri.

Scioli no logró callarla a Cristina Kirchner, que habría sido para él una enorme conquista electoral. Cristina lo ayudó a llegar donde está, evidentemente, pero también le impide crecer con facilidad, porque los sectores sociales independientes son refractarios a la Presidenta. Scioli encontró una diagonal para alejarse de Cristina: mostró un gabinete que es claramente de él y no de la jefa de kirchnerismo. "Un gabinete de Scioli", como dice Scioli.

Es un gabinete pobre en nombres deslumbrantes y, en algunos casos, exiguo en experiencia de gestión de los grandes problemas nacionales. Tal vez el nombre más cuestionado haya sido el de la eventual ministra de Economía, Silvina Batakis, porque la comunidad política prevé que el próximo gobierno deberá enfrentar serios problemas económicos. Inflación, valor del dólar, reservas escasas, economía paralizada, productores quebrados en el interior. Ninguna noticia es buena.

También se criticó la designación del gobernador entrerriano, Sergio Urribarri, que sería ministro del Interior de Scioli. Urribarri militó en el kirchnerismo más duro y cerril en los últimos años. ¿Por qué no fue otro gobernador, Maurice Closs, a ese cargo, si éste es un aperturista con más flexibilidad política que Urribarri? En cambio, Closs fue presentado como eventual ministro de Turismo y Deportes.

De todos modos, el gabinete presentado por Scioli no tenía la prioridad de la eficiencia. La prioridad era política: debía mostrar un futuro y probable gobierno sciolista, no cristinista. Los cambios sucederían más adelante, si deben suceder. Esa prioridad se corresponde con otro objetivo de Scioli: desarticular la imagen de que él sería, como presidente, un mero recadero de la actual jefa del Estado. De alguna forma, la lucha por el predominio del sciolismo en el peronismo, que se descartaba durante un eventual gobierno de Scioli, ya ha comenzado.

Primero Scioli se rodeó de lo único verdadero que tiene el peronismo: los gobernadores y los intendentes del conurbano. Ellos están más cómodos, es cierto, con un peronismo controlado por la mano suave de Scioli que por la rienda corta de Cristina. El gobernador espera ampliar esa alianza, además, a los legisladores nacionales que dependen políticamente de gobernadores e intendentes. Cuando cierre el círculo de esa alianzas, si es que debe cerrarlo, empezará a picotear en territorio kirchnerista. El sciolismo prevé que habrá un núcleo de fanáticos cristinistas que no podrán ser seducidos, pero confía en que otros preferirán quedar bien con el que manda. Scioli los esperará con los abrazos abiertos.

Después, Scioli comenzó un tenue y claro giro verbal para tomar distancia de los doce años de kirchnerismo que terminan. "La sociedad no está pidiendo un líder revolucionario", repite. ¿Qué harían entonces, después del 11 de diciembre, los "pibes para la revolución"? ¿Se notificarán de que la revolución siempre es breve? También promete "normalizar el país", lo cual significa, en los hechos, la aceptación de la anomalía argentina de la última década. Sólo se puede normalizar lo que es anormal. Incluye en esa "normalización" el trato con el Poder Judicial, con los periodistas y los medios periodísticos y con los empresarios, entre otros.

Corrimientos

El problema de Scioli es que esos párrafos dichos al pasar son entendidos en el acto por los analistas políticos. ¿Llegan a la gente común que no definió su voto o que podría cambiarlo? ¿Llegarán a tiempo? Macri, por el contrario, ha decidido perder o ganar con la campaña desprovista de brillo que hizo. Su única apuesta es la segunda vuelta. Tanto él como Scioli (y también Massa) esperan con ansiedad esos movimientos sociales que a veces se producen 48 horas antes de una elección y que cambian la dirección de la historia. Corrimientos eventuales que nadie sabe si sucederán cuando han pasado 75 días desde las primarias de agosto sin que nada haya cambiado de forma notable. Es un objetivo módico para líderes también escasos después de 32 años de fuertes liderazgos. ¿Son el producto de una sociedad cansada de duros patrones políticos? Es posible. Sería una versión nueva del viejo péndulo político.