La situación para el agricultor es harto compleja. Lo sabemos todos.
Focalicemos nuestra atención en la soja, cuya superficie de siembra, este año, apunta a crecer en desmedro de los otros granos.
No sólo se trata de la baja de los precios internacionales. También, se trata (fundamentalmente) de la política económica que permite el rezago cambiario (por la acción dañina de la inflación interna) y de la aplicación de la tasa de derecho de exportación.
Pero hay más: el tiempo. O mejor dicho, las lluvias por venir.
Por fortuna, septiembre –contra lo temido- resultó un mes de bajas precipitaciones. Tal fenómeno contribuyó a ubicar las napas en un nivel relativamente adecuado, obviamente, en la zona núcleo. Porque hay zonas, como el oeste de la pampa húmeda, con bajo nivel; y otras, como buena parte del área agrícola de Córdoba, todavía con problemas de anegamiento.
Pero ya estamos en octubre y éste comenzó con lluvias.
Según los expertos, El Niño operará con toda su fuerza para fines de mes, es decir cuando el operativo de siembras esté en su mayor actividad.
Ello traería problemas de sobre costos por resiembras. Hablamos de costos más elevados por herbicidas residuales y fumigaciones.
Hace unos cuatro años, la preocupación por costos y por la carga tributaria era menor. Además el retraso cambiario era bajo, casi nulo.
Recordemos que en septiembre de 2012, el precio FOB llegaba cerca de u$s 640. Estamos refiriéndonos a un número que se acerca al doble del actual precio.
Conviene repasar las razones de tal pendiente. Es cierto que la tasa de crecimiento de la demanda mundial podría tender a una baja. China crece a una tasa menor y los emergentes, en general, tienen dificultades. Pero, el problema serio viene por otro lado. Veamos.
El impresionante aumento en la producción mundial de poroto de soja, golpea en los valores, por la oferta abundante que recibe la industria de aceites y harinas. A ello, se suma el incremento de la producción global del aceite de palma, colza, girasol y otros.
La fortaleza del dólar es un factor de fuerte presión a la baja de valores, a consecuencia de su constante apreciación frente a las monedas de los países importadores.
Y, finalmente, la menor demanda de la industria de biocombustibles a raíz de la baja del precio del petróleo.
En este cuadro –podríamos decir, patético- urge un cambio de política económica. Resulta difícil imaginar algo que no provenga por el lado de la depreciación del peso, de la drástica reducción del derecho de exportación o de la combinación de ambas.
Estamos frente a las puertas de un posible cambio. Porque, aunque la población urbana todavía no lo note, la actividad ha ingresado en un proceso de agonía. Reversible, es cierto. Pero hoy por hoy, de agonía.
Veremos qué pasa, en breve.