Máximo Kirchner llamó a Diego Bossio y le transmitió con tono irritado su disgusto, y el de su madre, por la presencia del ruralista Eduardo Buzzi en el acto del teatro Opera donde Daniel Scioli lanzó sus propuestas económicas. Sucedió la semana anterior y el hecho revela de qué modo forzado y complejo conviven, alrededor del candidato, el peronismo que toma posiciones y los ultrakirchneristas que se resisten a cederlas.
Buzzi había perdido en abril la interna del Frente Renovador para gobernador en Santa Fe y ahora mudó sus pertenencias del massismo al sciolismo. Es el mismo dirigente que desde la Federación Agraria lideró la resistencia del campo contra las retenciones en 2008. Desde entonces fue otro de los enemigos públicos número uno del kirchnerismo. A la Presidenta se le atragantó el desayuno cuando supo que había estado en el acto de Scioli.
Una de las consecuencias de su enojo fue que ni el ministro Agustín Rossi, que jugaba de local, ni los dirigentes de La Cámpora santafesina, pusieron la cara para acompañar a Scioli cuando estuvo esta semana en Rosario. La otra, inmediata, fue el reproche áspero de Máximo a Bossio.
¿Por qué Máximo llamó a Bossio? Porque el jefe de la ANSeS es el único dirigente de la mesa chica de Scioli con quien el hijo de la Presidenta tiene una relación de confianza. O de jefe y subordinado, si se observa con algún detalle la abrumadora ocupación que hizo La Cámpora del organismo previsional, con más de 600 oficinas en todo el país y un presupuesto que multiplica varias veces el de la provincia de Buenos Aires. Pero esa matriz original en la relación la rompió el propio Bossio –que nunca fue camporista– cuando se integró al sciolismo. Ahora suena como candidato al gabinete si Scioli es presidente. Las cosas están cambiando.
Dirigentes peronistas aseguran que los enojos internos de Cristina son múltiples e interminables. Como los externos.
Está enojada con Scioli, desde ya. De transmitirlo se encarga, quizás con menos entusiasmo que antes, el candidato a vice Carlos Zannini. Pero también rezuma sus fastidios con los que se alejan de su orilla y recalan en la de Scioli, que es la orilla del poder que puede venir.
Esos dirigentes hacen así un ejercicio de peronismo puro como lo hizo Kirchner más de una vez, y junto a él Cristina. Pero el kirchnerismo sólo tolera la obediencia, cuando no la sumisión. Mala noticia para ellos: a dos meses del cambio de inquilinos en la Casa Rosada y Olivos, esos son artículos que en el supermercado peronista ya no se encuentran fácil.
Otro de los blancos del malhumor de la Presidenta, cuentan en el oficialismo, es Sergio Berni, que si gana Scioli pasará de secretario a ministro de Seguridad.
Berni hizo todo el recorrido con los Kirchner, desde los lejanos tiempos en que se enroló con Alicia Kirchner en Santa Cruz, cuando Néstor todavía no era gobernador. Pero a él, como a Bossio, el kirchnerismo duro lo maltrató en la operación Baño de Humildad, que despejó el camino a la candidatura bonaerense de Aníbal Fernández.
Berni y Bossio, al igual que Julián Domínguez, también dañado en esa interna, son los dirigentes que en los últimos días dijeron públicamente que Scioli tomará las decisiones si es presidente y que no habrá transición ni doble comando con Cristina. Se empezaron a comer el plato de la venganza sin esperar que se enfriara.
“Estamos haciendo las cosas bien, por eso se enojan los ultras”, dice un dirigente peronista del GBA que se aguantó el ropaje kirchnerista todos estos años, y sacó buen provecho de ello.
Intendentes del Conurbano profundo anuncian que la eventual llegada de Scioli al gobierno debe marcar el comienzo de la limpieza interna, desplazando al kirchnerismo duro y a La Cámpora de sus posiciones de poder. Estiman que esa cruzada higiénica debería resolverse en los primeros dos años de mandato. Quieren sangre y huelen sangre.
Tanto rencor acumulado quizás les haga perder de vista a esos bravos antikirchneristas de la última hora que el nuevo presidente deberá dedicar sus mejores energías a atender unas cuantas cosas importantes en cuanto llegue. Por ejemplo, reacomodar la economía, sostener las ayudas sociales, frenar el fabuloso déficit fiscal, recuperar reservas, dejar de castigar a las economías regionales, fomentar la inversión, mejorar el empleo, luchar contra la pobreza y la desnutrición y algunas menudencias por el estilo.
Pero es cierto también que tras doce años de kirchnerismo, la ocupación del espacio del poder es un asunto latente para el tiempo político que vendrá después de la elección, sea quien fuere el presidente.
Durante los últimos cuatro años, los del segundo mandato de Cristina y ya sin Néstor, hubo una siembra masiva de adherentes camporistas en puestos clave de ministerios, directorios de bancos públicos, organismos estatales y oficinas de la administración donde se decide el destino del dinero y de los trámites.
Según un estudio de FIEL, sólo en este último año de gestión el gobierno incorporaría algo más de 25.000 empleados al Estado, duplicando estimaciones anteriores. Ministerios como Economía, Desarrollo Social y Cancillería están agregando entre 750 y 1.000 personas a su nómina. Esto, sin contar a los funcionarios muy visibles que tienen mandato más allá de diciembre, como la procuradora general Alejandra Gils Carbó, el titular del Banco Central Alejandro Vanoli y los directores de esa entidad, numerosos jueces y una legión de fiscales.
Este inevitable reacomodamiento va a determinar en parte el perfil de un eventual gobierno de Scioli. Pero dirigentes peronistas cercanos al candidato tienen miradas menos belicosas sobre el modo de resolución del conflicto.
Coinciden en la necesidad de Scioli de imponer su sello si le toca ser presidente. Pero a la vez justifican que ahora evite la fractura con Cristina porque sería contraproducente en términos electorales, dicen. Y además porque el candidato no quiere. Y si quiere, no puede.
Sostienen que Scioli tiene que llegar a un acuerdo con Cristina y La Cámpora para delimitar los espacios a ocupar. “Ellos van a tener que respetar esos acuerdos”, se ilusionan los sciolistas. Y aseguran que los de La Cámpora, sin el respaldo de la chequera y el látigo de Cristina, “van a dejar de decidir la política y de pasar por encima de los ministros”. Igual, avisan que en el oleaje de la campaña empiezan a ver camporistas braceando entusiastas hacia la orilla naranja. Se entiende: son gente que sólo conoce la política de ponerse al abrigo del poder.
Por cierto, cuanto más cerca de Scioli se explora sobre este tema se encuentran porciones mayores de gradualismo para organizar la convivencia, y un claro rechazo a cualquier escenario de tensión interna posterior al eventual desembarco en el poder. Es el estilo Scioli para todo.
Igualmente, el candidato no se priva de hacer gestos políticos dirigidos a la interna. El jueves en la cena multitudinaria de Costa Salguero, funcionarios que accedieron a la zona VIP del encuentro dijeron a Clarín que fue evidente el trato privilegiado de Scioli hacia los peronistas que proyecta poner en su gabinete, como Julián Domínguez –vocero en el tema productivo y a la vez negociador con el sindicalismo–, Bossio, Berni y el gobernador saliente de Mendoza, Francisco Pérez.
“Intendentes y gremialistas que antes se mostraban menos ahora se desesperaban por ser vistos”, dijo un funcionario. Describió un clima de euforia anticipada por un triunfo que todavía no llegó.
Hubo mimos para todos. Aníbal Fernández fue uno de los más requeridos para las selfies. Y se interpretó como un gesto hacia la concordia interna que Zannini y el ministro Axel Kicillof, futuro diputado, fueran oradores. Aunque Scioli también hizo hablar a Eduardo Fellner, gobernador de Jujuy y presidente del PJ, a quien Cristina siempre sentó como simple aplaudidor en sus actos.
En la mesa principal de Costa Salguero no estuvo el influyente economista Miguel Bein, de viaje personal en EE.UU. Tampoco el reelecto gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, otra pieza de peso creciente en la mesa chica de Scioli y mencionado como posible canciller. Para los despistados, la razón de esta ausencia llegó unas horas después cuando el viernes, en Nueva York, Urtubey declaró que es necesario acordar con los fondos buitre. No habló por cuenta propia.
A Cristina esa definición le habrá hecho atragantar otro desayuno. Tanto como la de Julián Domínguez el día anterior, cuando propuso suspender transitoriamente las retenciones al trigo y al maíz, al hablar en un foro nacional de agronegocios. ¿Máximo habrá vuelto a levantar el teléfono para retar a alguien por semejantes osadías?
Hay cosas que Scioli parece decidido a hacer aunque todavía, por las dudas, prefiere mandarlas a decir por otros. Trata de mantener el equilibrio, aguanta y sigue. Le sirvió para ser candidato sin derramar sangre y ponerse cerca de ganar la elección.
Quizás, encandilado por el éxito, suponga que con ese mismo estilo podrá conducir la batalla para conquistar algún día, desde la Casa Rosada, su propio poder.