En esta campaña quedarán sin sembrar casi dos millones de hectáreas por falta de rentabilidad. En superficie, la invasión de yuyos y malezas ocupará el cuarto lugar, después de la soja, el maíz y el trigo, desplazando al girasol y al sorgo, que quedarán en el quinto y sexto lugar, respectivamente.
Mientras que los cultivos retroceden, el abandono avanza.
Y no es sólo la pampa húmeda la que padece esta crisis. Las producciones regionales están agonizando. Los embarques de arroz, cultivo clave en Corrientes y Entre Ríos, se achicaron nada menos que el 67%. En Río Negro y Neuquén, las exportaciones de manzanas se contrajeron 42% y las de peras, el 25%. En la Patagonia hay más de 1000 campos abandonados por falta de rentabilidad de la ganadería ovina.
La pérdida de competitividad también golpea a vitivinicultores en Mendoza y a los productores de ajo. En el NOA, el productor de caña de azúcar recibe el mismo precio que hace cuatro años, cuando en el mismo período la inflación fue del 100%.
A esta situación terminal se llega después de 12 años de errores recurrentes en materia de políticas agropecuarias, que nos encuentran hoy con uno de los índices de inflación más altos del mundo, trabas a las exportaciones, mercados intervenidos, retenciones, diferentes tipos de cambio, infraestructura obsoleta y una presión impositiva récord que castiga al que invierte y arriesga. Es decir, la peor combinación para afrontar la baja internacional del precio de nuestros productos.
Esta situación límite dejó al campo sin recursos. De 2002 a la fecha han dejado la actividad más de 90.000 productores. Una aberración, en un país que podría estar produciendo un 50% más de alimentos y donde todavía hay niños y jóvenes que mueren a causa de la desnutrición y la pobreza. Un sinsentido, en un mundo cuya demanda de alimentos seguirá firme y en un país con una economía estancada.
Esta paradójica realidad nos lleva a alzar la voz para pedir: "No maten al campo". Un reclamo que se extendió a lo largo de todo el país, por ser ésta la actividad más federal de toda la Argentina.
Con un cese de comercialización, acampes a la vera de las rutas, tractorazos en diferentes capitales del país, los productores no estuvimos solos. Referentes de la industria, el comercio y los servicios que integran la cadena de valor agropecuaria también se sumaron para reclamar cambios urgentes. Es necesario contar por lo menos con las mismas reglas de juego que nuestros competidores.
Es que éste es un pedido que trasciende las tranqueras y que en definitiva quiere decir: "No maten al interior". Porque el 80% de la inversión del campo se realiza en las localidades donde se encuentran los establecimientos agropecuarios. Porque el sector agropecuario genera directa e indirectamente la tercera parte de los empleos de la Argentina. Porque representa el 60% de las divisas que ingresan al país. Y porque no hay dudas de que, a pesar de la crisis, el campo será el sector que más rápidamente podrá ayudar a poner en marcha la economía argentina.
Las proyecciones indican que para 2020 podríamos estar produciendo alimentos para 680 millones de personas, más de 15 veces la actual población argentina. Este crecimiento generaría 1.300.000 nuevos empleos, arraigo y desarrollo en todas las provincias.
El campo está a la altura del desafío. El productor rural tiene la particularidad de que en él confluyen la vocación por la adopción de tecnología, el trabajo en red, el espíritu emprendedor, la producción sustentable, con los valores, la tradición y el arraigo a la tierra.
Una y otra vez, el campo demostró que tiene la capacidad de invertir y de producir, de generar empleo en todo el país, de competir internacionalmente. Ser fuente de arraigo y desarrollo económico y social. Por eso, reiteramos a este gobierno y al que asuma el próximo 10 de diciembre: "No maten al campo". El campo es la Argentina.
El autor es Presidente de la Sociedad Rural Argentina