Incertidumbre. Esa es la palabra exacta para definir el estado de la Argentina política y electoral a sólo una semana de las primarias. La sensación navega el ánimo de la sociedad y fluye entre los especialistas encargados de interpelarla. Los encuestadores apenas parecen convencidos de que Daniel Scioli, el candidato K, compondrá la primera minoría. Las certezas disminuyen entre Mauricio Macri y Sergio Massa, aunque el líder del PRO asoma como el factible retador. Los enigmas aumentan con los demás candidatos. ¿Cuánto peronismo podrían arrastrar José Manuel de la Sota y Adolfo Rodríguez Saá? ¿En detrimento de quién? ¿Hasta dónde crecerá la figura de Margarita Stolbizer? ¿Podrá perjudicar a Ernesto Sanz o a Elisa Carrió? Cualquier intento de respuesta daría lugar ahora a un alud de conjeturas.
Aquella incertidumbre retrotrae la escena más cerca de la fragmentación del 2003 que del hegemonismo que supo consolidar Néstor Kirchner y, sobre todo, Cristina Fernández. Cierta equiparación de las fuerzas, sin embargo, no podría atribuirse a un correcto reseteo del sistema partidario sino a dos cuestiones que detonó el propio kirchnerismo. Su incapacidad para generar una sucesión acorde a su matriz personalista. La fatiga objetiva que produjo la década K impulsora, al final, del amuchamiento de sectores de la oposición que aspiran a cerrar este ciclo. La convergencia de Macri con Sanz y Carrió constituiría un reflejo de tal necesidad.
Hace cuatro años ninguna de aquellas incertidumbres existía. Cristina se impuso en las primarias con casi 50% de los votos dejando a sus rivales a distancias siderales. La brecha se confirmó en las elecciones generales. La Presidenta continúa siendo una protagonista central de la escena aún cuando no es candidata. Pero a la luz de los resultados parciales del extenuante calendario para diseñar un nuevo mapa de poder en el país, aquella centralidad perdería vigor para incidir en el futuro.
Con más o con menos, la mayoría de los encuestadores señalan que Cristina se despedirá del poder con buena ponderación social. Pero sería difícil verificar alguna correspondencia entre esa realidad y los resultados que arroja su desinhibida intervención en la campaña. Con excepción de Chaco, donde el postulante del FPV se impuso sobre una oposición unificada, todos sus restantes respaldos públicos y militantes naufragaron. Pasó en Río Negro, Mendoza, Córdoba, Capital e, incluso, en la interna de La Pampa. Cuando no apareció, a los candidatos del oficialismo les fue mejor. El peronismo-kirchnerista ganó en Salta, La Rioja y Tierra del Fuego. En Santa Fe tampoco figuró, ni siquiera en las publicidades. Y Omar Perotti quedó tercero aunque con una gran remontada de votos en relación con las primarias.
La fortuna del propio Scioli, en ese terreno, también resultó dispar. Tuvo que ver en forma activa con los éxitos de Juan Manuel Urtubey (Salta), Sergio Casas (La Rioja) y Rosana Bertone (Tierra del Fuego). En Capital le fue muy mal con el respaldo a Mariano Recalde, pero intentó sacarle tajada al balotaje de Martín Lousteau.
Esa radiografía del conglomerado del poder no estaría hablando de ninguna fuerza arrolladora. Aunque no pueda ignorarse su preeminencia. Scioli transita su última semana de campaña tratando de ajustar el acople entre el kirchnerismo que se resignó a seguirlo y el PJ, que estaría reclamando en un hipotético gobierno suyo un protagonismo del cual careció en los tiempos cristinistas. La tarea no es sencilla y algunas liebres se le escapan.
El gobernador de Buenos Aires está obligado a barrer en sectores de clase media para afrontar la elección con ciertas seguridades. Pero el kirchnerismo ha sido por años un demonio para esa franja social. La que predomina en las grandes ciudades donde hasta hoy el peronismo-kirchnerista desnuda dificultades. Axel Kicillof no pudo ser más inoportuno cuando propuso regular los alquileres desde el Estado. Se corrigió, pero lo que dijo lo dijo. El sciolismo tampoco se explica las razones por las cuales Amado Boudou fue autorizado a irrumpir en la campaña. Lo hizo con una frase infortunada: “La candidatura de Scioli es una garantía para todos”, señaló. El vicepresidente afronta dos procesamientos y está en las puertas de un juicio oral y público.
El elogio cayó la misma semana que Macri acusó a Scioli de haber incidido en la separación de Claudio Bonadio de la causa Hotesur. Se trata de la investigación por sospechas de lavado de dinero de una cadena hotelera en El Calafate, propiedad de la familia Kirchner. El más comprometido podría ser Máximo. Aquella referencia del líder del PRO no fue al voleo.
Scioli hizo gestiones reservadas cruciales para Cristina. Una de ellas cuando consiguió que dos votos de la Sala I de la Cámara Federal alcanzaran para archivar la denuncia por encubrimiento terrorista del fiscal Alberto Nisman a raíz del ataque en la AMIA y la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán. Luego de eso la Presidenta lo ungió candidato único del FPV. De la misma Sala I logró el apartamiento de Bonadio. El juez confió que el candidato lo había buscado con insistencia después de su decisión de allanar las oficinas de Máximo en Río Gallegos.
Scioli sería consciente de que ninguno de esos enjuagues, económicos y judiciales, lo ayudarían en su deseo de engordar el núcleo duro de peronismo-kirchnerista que lo acompaña. Por ese motivo estaría a la caza de cuanta pieza suelta circula en la escena. Le ofertó un ministerio, de la parva que promete crear si triunfa, a Florencio Randazzo, el ministro de Interior y Transporte que debió ser su adversario en la interna. Envió a su mujer, Karina Rabollini, a una misión diplomática en San Luis con los hermanos Rodríguez Saá (Adolfo y Alberto). Habla con Juan Schiaretti, el gobernador electo de Córdoba, y discípulo del presidenciable De la Sota. Habría empezado a pergeñar un plan de acercamiento con Massa, ante la eventualidad de un balotaje. Para ese supuesto plan consultó a un veterano dirigente del PJ bonaerense, que suele hablar con el líder del Frente Renovador y también con Macri. El hombre habría soltado un consejo: “Lo primero que tenés que hacer, Daniel, es pedirle perdón”, afirmó.
¿Por qué razón? Porque el vínculo personal entre el gobernador y el ex intendente habría quedado dañado hasta el hueso después de dos episodios. Cuando 24 horas antes del cierre de las listas para las legislativas del 2013, en las cuales ganó Massa, Scioli lo dejó varado con el acuerdo pactado de palabra para enfrentar a Cristina. También, a raíz del extraño robo que el candidato del FR sufrió para la misma época en su casa, cometido por un prefecto. Massa estaría convencido de que Scioli supo mucho más sobre todo eso de lo que deja traslucir.
Massa aspira a convertirse en el rival final de Scioli o, al menos, en árbitro de la contienda si se llega a una segunda vuelta. La última recta de su campaña la utiliza para confrontar con Macri. En un ensayo postrero para quebrar la polarización. No dejó pasar una coma en el viraje discursivo del líder del PRO luego de la apretada victoria de Horacio Rodríguez Larreta en Capital. Hasta rastreó una diferenciación. Echó sombras sobre la política de planes sociales del kirchnerismo que Macri jura que mantendrá. Massa cree que detrás de esos mecanismos se ocultan negocios y extorsiones. Amén de fomentarse la división social. Extrajo la conclusión de algunos trabajos cualitativos de su equipo de asesores que depararon sorpresas. Muchos de los beneficiarios de aquellos planes también cuestionan su instrumentación y su carácter clientelar.
Scioli no sería el único que anda detrás de Massa ante la posibilidad de que la elección nacional se defina en noviembre. El macrismo mantiene abierto canales de diálogo con intendentes del Conurbano leales al Frente Renovador. Si el diputado quedara al margen del supuesto balotaje buscarían contener parte de la estructura frentista declinando candidaturas del PRO que hayan sido relegadas por los votos. Algunos pretenderían acelerar los trámites, incluso, si Macri le arranca en las PASO a Massa una clara ventaja.
Scioli habría empezado a sumar otra preocupación. La economía se zarandea por el gigantesco déficit fiscal, la falta de divisas, la inflación y el achatamiento productivo. A todo eso se suman el enfriamiento económico en China y la inestabilidad de Brasil, en todos los órdenes. Se trata de los dos socios más importantes de la Argentina, adonde van a parar un tercio de sus exportaciones. Habría que ver si el programa de resistencia de Kicillof puede conservarse hasta después de la votación.
Cualquiera sean al final los resultados, las PASO podrían anticipar, tal vez, el nacimiento de un nuevo ciclo político en la Argentina. La discusión no pasaría por la vigencia del kirchnerismo, su hipotética dilución o la aparición de una alternativa totalmente distinta. Aquel ciclo podría referir a otra cosa. Se abriría el camino para el epílogo del poder concentrado, del hegemonismo. De la presencia de caudillos excluyentes. Podría sobrevenir, en su reemplazo, una etapa de desconcentración, de mayor paridad e incidencia parlamentaria. De una reconfiguración de alianzas entre los partidos y dentro de ellos mismos. El diagnóstico no variaría con un presidente del oficialismo o de la oposición.
El secreto de su éxito o fracaso radicará en la pericia con que sea conducida esa transición entre dos tiempos bien distintos.