Hay un lugar de la ciudad de Santa Fe en el que todavía es verano. Es el invernáculo del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL), junto a la laguna Setúbal (en la cuenca del río Paraná), en donde la temperatura oscila durante el día entre los 26° y los 32°, la humedad está controlada y hay un complejo sistema lumínico que simula 16 horas de radiación “solar”. El objetivo es imitar el clima de la campaña gruesa para estudiar como responden los cultivos de verano a las técnicas de mejoramiento biotecnológico que se están investigando.

Costó 1,2 millones de pesos y es parte de los más de 20 millones de pesos que invirtió el Ministerio de Ciencia y Tecnología para construir el IAL en el Centro Científico Tecnológico (CCT) de Santa Fe, un polo científico en el que también hay empresas de insumos veterinarios (Zoovet) y se producen biofármacos de alto valor agregado para tratar a pacientes oncológicos y renales.

La directora del IAL es la Dra. Raquel Chan (investigadora del Conicet y docente de la Universidad Nacional del Litoral), quien lideró el equipo que desarrolló la tecnología HB4, que le confiere a los cultivos tolerancia a sequía.

Esta patente fue licenciada a Bioceres y tiene relevancia mundial, ya que la empresa rosarina y su socio de Estados Unidos (Arcadia Biosciences) trabajará junto al gigante Dow Agrosciences para sumarle nuevos eventos apilados. En la Argentina, esta transgénesis, que tuvo como base un gen del girasol, fue aprobada por la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) y ahora aguarda la aprobación del Senasa.

Pero mientras la tecnología HB4 recorre la etapa final para convertirse en un producto comercial que se pueda sembrar en los lotes, en el IAL ya están avanzados algunos desarrollos biotecnológicos que podrían lograr que los cultivos “aguanten” mejor los anegamientos, el estrés hídrico y produzcan más biomasa.

“Si bien la tecnología HB4 es muy buena, no nos podíamos quedar ahí. Necesitamos seguir investigando para lograr mayor tolerancia a condiciones de estrés y nuevas tecnologías que permitan aumentar la producción de alimentos y energía”, explicó Chan, quien guió a Clarín Rural por las modernas cámaras de cultivo y los laboratorios del IAL, que se inauguró en junio del año pasado y en donde trabajan unos 50 científicos y becarios.

Al igual que otros biotecnólogos, Chan advierte que los métodos clásicos de mejoramiento de plantas y algunos transgénicos llegaron a su techo y se amesetó su potencial, pero el problema es que la presión demográfica y la demanda de energía se va a acelerar en los próximos 30 años.

“Con la producción actual no alcanza para alimentar a las 3.000 millones de personas más que va a haber en el 2050, y solo hay entre un 5% y un 10% de posibilidades de ampliar la superficie cultivable”, estimó la investigadora. Por eso, la biotecnología es clave para la seguridad alimentaria global.

Con este desafío en la mira, los investigadores del IAL están enfocados en desarrollar tecnologías que incrementen la biomasa (más materia verde, más semillas, más rinde) en soja, maíz y arroz, y que también toleren condiciones de estrés hídrico, anegamiento y salinidad. “Son nuevas líneas que logran respuestas mayores o distintas en los mecanismos de tolerancia a sequía, anegamiento y en la producción de biomasa”, destacó.

Una de ellas, que ya están patentada, se llama HB11 y en los ensayos en la planta modelo (Akabidopsis Thaliana) demostró que se banca mejor un anegamiento de 20 centímetros durante varios días -un escenario que se dio esta última campaña- y la falta de agua. Es una tecnología ideal para sembrar en zonas bajas e inundables, pero lo interesante es que con un clima normal y sin encharcamiento en el lote duplicó la producción de biomasa, en comparación con la planta original.

Una parte del equipo de Chan está enfocado en revelar por qué estás plantas producen más cuando no hay estrés hídrico. “Hay cosas que sabemos, por ejemplo que esta tecnología aumenta la producción de almidón, pero son interacciones complejas que estamos investigando a fondo”, reconoció.

Una de las grandes ventajas del evento HB4, su elemento “exquisito” definió Federico Trucco (CEO de Bioceres), es que no se compromete la productividad de los cultivares cuando no hay estrés hídrico (es una planta que tolera mejor la sequía y no mezquina rinde cuando el agua no falta).

Con esta nueva tecnología (HB11), además, la producción de biomasa es mayor en la planta modelo -el doble de rinde- lo que da una idea del potencial de este evento. “Trabajar en mejorar la tolerancia al estrés hídrico es fundamental porque es el factor que causa el 50% de las pérdidas en los cultivos. Es el más grave, después vienen las plagas, las enfermedades y las heladas”, explicó Chan.

Habrá que seguir de cerca la evolución de estas innovaciones biotecnológicas, sobre todo si se tiene en cuenta el precedente de lo que se logró con la tecnología HB4, pero el camino es largo. En promedio, pasan 8 años desde que se patenta una tecnología hasta que se convierte en un producto comercial. Además, es un proceso que requiere una inversión millonaria para los ensayos a campo y la aprobación de las regulaciones.

Lo bueno es que la nueva infraestructura del IAL permite investigar el potencial de estos genes en cultivos de interés agronómico. Es un paso importante, que consolida el futuro del polo biotecnológico que crece en Santa Fe.

IMPLANTANDO LOS GENES

Una planta tiene entre 30.000 y 40.000 genes. Lo que hacen los investigadores del Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL) es insertar un gen de otra planta, en el caso de la tecnología HB4 del girasol, para mejorar la capacidad de adaptación de la planta a condiciones de estrés, como sequía o anegamiento.

“Se hace a través de un proceso natural. Un embrión de la planta a transformar, que está en la semilla, se infecta con una agrobacteria (cuyo nombre científico es Agrobacterium) a la que ya se le introdujo el nuevo gen”, explicó la Dra. Raquel Chan, directora del IAL.

Es el trabajo de jóvenes científicos, como los biotecnólogos Mabel Campi (32 años) y Maximiliano Gómez (37 años) -los dos con doctorados en Biología- que en el invernáculo del IAL llevarán adelante los ensayos para transferir los nuevos genes a cultivos de interés agronómico, como el arroz, la soja y el maíz.

Son desarrollos que ya realizaron en las plantas modelo, con muy buenos resultados. La etapa que comienza ahora, una vez que finalice el período de aprobación del invernáculo, es probar estos genes en soja, maíz y arroz (las líneas parentales que se van a utilizar ya están en el invernáculo). “Si nos va bien, pensamos incluir otros cultivos”, adelantó Chan.