erta resignación es fácilmente perceptible en la Corte Suprema de Justicia. Ya no espera nada de un gobierno dispuesto a ordenar la inhumana cacería de un anciano, pero le teme a la indiferente superficialidad de los que se postulan para sucederlo.
Cinco miembros opositores de la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados faltaron a la sesión en la que se decidió seguir sometiendo a Carlos Fayt al escarnio público. La oposición es minoría en esa comisión, pero es más minoría si encima abandona los momentos importantes. Eso explica, en parte al menos, que el Gobierno se esté preparando, con la complicidad de algunos jueces, para sacarle al Poder Judicial una parte significativa de su presupuesto.
La política se meció en los últimos días entre el tormento a Fayt y el show de Marcelo Tinelli. Detrás del acoso a Fayt estaba Cristina Kirch-ner, que demostró que aun para las malas cosas es una eficiente dirigente política, y con Tinelli se entretenían los tres políticos que más posibilidades tienen de sucederla. Tal vez haya sido la exposición más nítida de un cambio de época.
Después de doce años de una política profundamente ideologizada, con discurso y actos empapados de pensamientos dogmáticos (y hasta fanáticos), la política terminó en brazos de Tinelli. A las ideologías las están relevando el vacío o el pragmatismo. Scioli, Macri y Massa están donde están porque la sociedad los quiere tal como son. Scioli no es un opositor, pero promete un ciclo diferente y gran parte de la sociedad que cree que es distinto de lo que existe. Los extremos nunca son buenos. Ideología, política y conspiraciones se van; parecen venir la liviandad y la nada.
La oportunidad fue lo peor de esa convergencia en el tiempo entre Fayt y Tinelli, que colocados en una misma frase semejan un oxímoron. En la noche del lunes, cuando cada candidato hizo su papelón en la televisión, ya se sabía que al día siguiente la Comisión de Juicio Político se convertiría en una especie de Comité de Salud Pública de Robespierre, que durante la época del terror de la Revolución Francesa resolvía el perdón o la condena a muerte de los ciudadanos. La Comisión decidió, en efecto, investigar la "idoneidad" del juez Fayt. La idoneidad es la única condición que la Constitución les impone a los funcionarios públicos, pero también establece cómo, cuándo y quiénes la definirán en cada caso.
El revoleo irresponsable de esa palabra recuerda los tiempos de la última dictadura. Un ministro de los militares, Albano Harguindeguy, llegó a decir durante el régimen que no habría elecciones hasta que no hubiera un reglamento de la idoneidad. Era la manera que ellos habían encontrado para recordarle a la sociedad el caótico gobierno de Isabel Perón. El cristinismo decidió, como los militares, que serán sus dirigentes los que establecerán la idoneidad de Fayt. ¿Qué es la idoneidad para ellos? ¿Una cuestión de edad? ¿Un joven es idóneo aunque ignore los reglamentos y las leyes? ¿Un viejo no es idóneo, aunque tenga lucidez y experiencia, sólo porque es viejo? ¿La idoneidad se certificará, entonces, en los registros de nacimiento de las maternidades?
Hay más preguntas para hacer si se pone en discusión la idoneidad. ¿Es idóneo, por ejemplo, un gobierno que no puede garantizar ni el final pacífico de un partido de fútbol al que sólo asisten los locales? ¿La violencia sin límites en el estadio de Boca no fue, acaso, una de las conclusiones previsibles de doce años en los que mandó la prepotencia? ¿No fueron también esos estragos derivaciones de la concepción según la cual el otro es un enemigo que debe ser eliminado y humillado?
Un ejemplo de esa concepción es Fayt, al que se quiere eliminar con la ley o sin la ley. El proceso de investigación de la Comisión de Juicio Político es nulo por el solo hecho de que no existe un juicio político. Ese juicio es la única manera que la Constitución prevé para evaluar la gestión cuestionada de un juez de la Corte Suprema. Pero la apertura del juicio requeriría, si fuera al recinto de la Cámara, los dos tercios de los votos.
El kirchnerismo no tiene esa mayoría. Éste le teme tanto a un bochorno en el recinto que cometió una enorme e ilegal arbitrariedad. Elisa Carrió intentó presentar un dictamen en minoría en la Comisión, pero su presidenta, la camporista Anabel Fernández Sagasti, se lo rechazó espantada. Carrió rebotó de la misma manera ante el secretario parlamentario del cuerpo. Finalmente, logró ingresar el dictamen por la mesa de entradas de la Cámara, como si no fuera diputada. Esta vez Carrió acompañó el dictamen con una dura carta al presidente del cuerpo, Julián Domínguez, al que le recordó que se estaba violando el derecho de la minoría a expresarse. Eso nunca había pasado en el Congreso Nacional. No todos han tenido la misma persistencia. La oposición cuenta en la Comisión con 14 diputados (el oficialismo tiene 17), pero sólo fueron nueve opositores. ¿Dónde estaban los cinco que faltaron? ¿En qué se entretenían?
A todo esto, ¿por qué tanta renuencia a aceptar un dictamen de la minoría? El reglamento establece que cuando existen dos dictámenes contrapuestos, el caso debe resolverse en el recinto, en el plenario del cuerpo. En ese caso, entran a regir los dos tercios necesarios para someter a juicio a un juez de la Corte. Se terminaría el caso Fayt. Pero la intención del cristinismo no es enjuiciar a Fayt (porque no puede, sobre todo), sino continuar con la presión pública hasta doblegarlo. Hasta que renuncie. Inventó, por eso, un proceso inconstitucional para perseguir a una persona. El precedente es desastroso para la democracia: cualquier ciudadano podría ser perseguido por comisiones especiales de legisladores. El cristinismo dio así un paso más para acercarse al tosco chavismo de Nicolás Maduro.
Pero Fayt revivió. Si esperaban matarlo de estrés, se equivocaron de estrategia: consiguieron darle más años de vida. "Ahora, tendremos a Fayt hasta los 117 años. Le dieron 20 años más de vida", arriesgó un abogado que lo conoce. "Fayt es un combatiente y sabe aguantar. Es un guerrillero", agrega Graciela Camaño. En la Corte Suprema, quedaron con la misma impresión. Fayt no fue al acuerdo del martes porque muchos periodistas se habían apostado en la vereda de su casa. La cabeza de Fayt funciona bien, pero sus piernas sienten el paso del tiempo. Su custodia temió que un empujón involuntario en medio del hervidero de periodistas provocara la inestabilidad de sus piernas.
El pertinaz juez fue al día siguiente, cuando vio que los periodistas no estaban. Los otros jueces de la Corte hicieron una sesión especial de acuerdos. Fayt llenó de elogios a Ricardo Lorenzetti: "Usted quedará en la historia como uno de los mejores presidentes de la Corte Suprema", le dijo. Ponderó la elegancia de Elena Highton de Nolasco. Bromeó con Juan Carlos Maqueda por la pasión de éste por River (fue antes del descalabro en Boca). Y firmó cincuenta expedientes sin dejar de ocuparse de los detalles de cada uno. No dijo ni una palabra de la campaña oficial contra él. Descuenta que todos los jueces de la Corte la conocen, que lo respaldan (lo que es cierto) y da por sabido que él seguirá ahí, inmutable, como si fuera eterno.
En esas mismas horas se labraba un acuerdo entre la presidenta del Consejo de la Magistratura, la jueza oficialista Gabriela Vázquez, y el ministro de Planificación, Julio De Vido. El acuerdo le transfiere a De Vido toda la gestión técnica y presupuestaria de las obras de infraestructura judiciales. Es una parte enorme del presupuesto del Poder Judicial porque comprende a toda la justicia federal del país. Eso significa una transferencia unilateral de facultades y de recursos del Poder Judicial al Poder Ejecutivo. El Consejo de la Magistratura forma parte del Poder Judicial. Y es por eso un avasallamiento a la independencia del Poder Judicial, con la complicidad interna de miembros de este poder. La jueza Vázquez pertenece a Justicia Legítima, que terminó siendo la justicia de los que gobiernan.
No se puede negar que la oposición le permite algunas victorias agónicas a Cristina Kirchner. Se habla más de las amantes y de las cuentas bancarias de Nisman que de su muerte y de su grave denuncia, más política que judicial. Guste o no, el oficialismo logró instalar también la impresión de que Fayt es un viejo demente y no el anciano frágil y sagaz que realmente es. Las distracciones de sus opositores no se agotan, ni mucho menos, en la búsqueda desesperada del rating de Tinelli.