Tras estos doce años, la gestión económica argentina acumula un nuevo fracaso para el país. Así como el gobierno de Alfonsín terminó en hiperinflación y el final del ciclo de convertibilidad de Menem-De la Rúa terminó con la crisis de 2001/2002, la actual gestión termina con una múltiple acumulación de desequilibrios.
La decisión de Néstor Kirchner de "inflacionar" la economía es una de las peores marcas que deja el período. Se suma a un dólar corroído por esa misma inflación, la traba a las exportaciones de la industria y de las economías regionales, las restricciones a la importación que limitan esas mismas exportaciones y restringen la producción al mismo mercado interno. Tenemos un déficit insostenible financiado con emisión y un Banco Central que absorbe con tasas -también insostenibles- los pesos de esa emisión. La Argentina no crece y está cada vez más encerrada sin poder integrarse en las cadenas globales de producción, distribución y desarrollo tecnológico.
Para ponderar el tamaño de la mala praxis de este último período, un ejemplo interesante es el de la política energética: la idea de desacoplar los precios de la energía respecto de los precios internacionales impidió que el país viviese el extraordinario boom de inversión petrolera de la década; en ese período -pese a que el precio del petróleo en el mercado mayorista interno fue sustancialmente inferior al precio internacional- nuestros productores agropecuarios pagaban el gasoil al mismo precio que un productor de los Estados Unidos. Ahora que los precios del petróleo bajaron, un nuevo desacople remunera a las petroleras por encima del precio internacional, pero esta vez los productores agropecuarios deben pagar el gasoil a un precio sustancialmente mayor que el de sus competidores en los Estados Unidos y, encima, los nuestros reciben un precio 35% menor por las retenciones.
En síntesis: un país que necesita divisas se da el lujo de perder áreas sembradas y reducir sus exportaciones. Entretanto remunera por demás a productores petroleros que no van a usar ese dinero para invertir porque no tienen señales de política pública de largo plazo: un regalo del campo a los petroleros que no subsana la pérdida de inversiones pasada, pero limita la expansión agrícola. Toda una genialidad.
Este botón de muestra se suma a muchos más que tienen un correlato en el mercado de trabajo: hoy, el sistema productivo argentino no genera puestos de trabajo. Y la gente ocupada en empleos formales privados no alcanza para sostener a un Estado que se convirtió en un "improductivo empleador de última instancia". Y algo peor aún: buena parte de la población -presente y futura- no es empleable en trabajos de razonable productividad porque no puede hacer cuentas simples o interpretar un manual de operaciones sencillo. El deterioro de la educación y del capital humano es quizá la peor deuda de esta década.
Ahora estamos completando el ciclo con una tablita a lo Martínez de Hoz para agradar a la "patria financiera", con endeudamiento chino y con contratos tan secretos que no los conocen ni siquiera los candidatos a presidente que serán los que deberán honrarlos (o renegociarlos).
Cualquier proyecto humano tiene tres preguntas: ¿quién?, ¿qué? y ¿cómo? En los tres fracasos de la gestión macroeconómica hubo una pregunta que no fue formulada. Los argentinos debatimos mucho el "quién", poco el "qué" y nada el "cómo". El "quién" lo responde rápidamente el presidente al elegir a un ministro de Economía. En buena parte del ciclo Kirchner -más grotesco- ni siquiera contó con ministros: éstos fueron decorativos y la gestión quedó en manos de dos presidentes sin condiciones ni capacidad para esa tarea. El resultado está a la vista. Mientras la soja subía de precio, las irresponsabilidades e ineptitudes no se notaban tanto; ahora estamos frente a la evidencia del fracaso. En ambos casos -con ministro o sin ministro- la concentración de poder y la sujeción sin control a prioridades políticas de corto plazo limitaron la posibilidad de un horizonte de planeamiento suficiente.
El "qué" responde a la coyuntura del estrecho horizonte de gestión. No hay políticas de largo plazo porque las urgencias del circunstancial "quién" presidencial lo impiden.
El "cómo" -el ausente en nuestro debate- refiere a los límites consensuados de los "quién", refiere a la organización de la gestión, refiere a definir (y respetar) a los distintos actores involucrados en las decisiones, refiere a definir la misión y el sistema de incentivos de cada uno de esos actores, refiere a la evaluación del impacto de las distintas políticas y al control posterior de los resultados. Más generalmente, el "cómo" define el "proceso de decisión" de las políticas. La gestión del matrimonio Kirchner desplegó un "cómo" grotesco inédito: al destruir el sistema estadístico nacional, la misma Presidenta y su gobierno ignoran la información que les permitiría evaluar su propia gestión.
Deberíamos abrir el debate sobre las principales instituciones necesarias para el "cómo" de la gestión económica. La Argentina necesita una oficina de presupuesto en dependencia del Congreso. El proceso de selección de sus funcionarios debería ser tan riguroso como el de los miembros de la Corte Suprema de Justicia. Su función: asistir a los parlamentarios en la evaluación de la propuesta de presupuesto nacional y realizar el control presupuestario para informar al Congreso y a la población sobre la ejecución del gasto público.
También necesitamos un consejo de asesores económicos, cuyo proceso de selección sea predefinido y extraordinariamente riguroso para evitar favoritismos políticos. El consejo debería ser un ámbito técnico -y plural- de evaluación de impacto de las políticas económicas y debería disponer de recursos para la contratación de universidades y centros de estudios. Su principal misión: darle racionalidad y comprobación empírica al debate económico "antes", "durante" y "después" de la ejecución de las políticas.
El país no aguanta más tiempo con gobernadores clientelizados cuyo mejor ejercicio de federalismo es aplaudir al circunstancial dueño de la caja y su mejor ejercicio de gestión es replicar ese mismo clientelismo haciendo crecer el empleo público. La coparticipación debe estar atada lo más posible a la masa salarial privada formal, no vinculada a compras públicas. De esa forma, cualquier gobernador que se precie se verá obligado a gestionar el desarrollo de su provincia con más y mejor empleo privado.
Y, desde luego, en la medida en que el "cómo" sea parte de la agenda argentina, habrá más y mejores normas que ordenen la gestión económica y social. Pautas de este tipo no evitan el error, eso es parte de la condición humana, pero acotarían sustancialmente la arbitrariedad en la toma de decisiones, permitirían un debate racional sobre el "qué". Ese debate podrá responder a los grandes desafíos argentinos y no a la pequeña política de la próxima elección.
El autor es economista, miembro del Club Político Argentino