Tanto en los buenos momentos como en los malos, la negociación por el valor de los alquileres siempre es una instancia clave del calendario agrícola. Bajo la coyuntura actual, de costos en alza, ese acuerdo comercial entre inquilinos y dueños de campo puede ser una decisión crítica que defina mantenerse o no en el circuito de la agricultura.
El norte del país, que no escapa a esta realidad, tiene la desventaja de la distancia al puerto de Rosario, a más de mil kilómetros, lo que eleva los costos del flete. Por eso, allí deben buscar alternativas.
En este sentido, un caso interesante y diferente al alquiler tradicional, concretado en el NOA, es el de Francisco Torino, quien produce entre Santa Clara (Jujuy) y Coronel Cornejo (Salta). El productor, que trabaja el 100% de su superficie en campos alquilados, este año bajó la superficie sembrada de 3.500 hectáreas a 2.800. “Dejé los campos malos en los que estaba cultivando y me posicioné en nuevos campos y de mejor calidad. Esto gracias a que otros productores están saliendo del negocio este año, ya que es difícil encontrar cultivos con algo de rentabilidad en esta región”, comenta Torino en diálogo con Clarín Rural, en referencia a la realidad productiva que se vive en la zona.
En su caso, además de lograr bajar el valor de los arrendamientos y no tener que pagarlos por adelantado, cerró con los dueños de los campos poder liquidar el alquiler a cosecha y recién cuando efectivamente se venda el grano. “La única cláusula que establecí -agrega Torino- es que si no tengo rentabilidad en los cultivos por cuestiones climáticas, se pueda discutir otra vez el valor del arrendamiento”.
El productor reconoce que todavía se pagan alquileres altos en la zona, ya que los dueños no asumen la situación complicada del productor. Pero, en su caso, los acuerdos que cerró son un respiro para su economía.
“Este año cerré pagar un alquiler en soja de 500 kilos por hectárea y mis costos por producirla son 2.800 kilos. Es decir, a partir de 3.300 kilos empieza mi rentabilidad. Lo de este cultivo es contradictorio. Su punto de indiferencia (los 2.800 kilos) están muy cerca del potencial de rinde de la zona. Sin embargo, debo endeudarme con la soja para llegar hasta la cosecha del poroto, que es el cultivo del que se espera renta en el norte”, relata Torino.
Por el poroto deberá pagar un arrendamiento del 20% de la producción y representa el 50% de la superficie que siembra.
Otra historia interesante es la de Sergio García del Río, profesional agrónomo y productor en la zona de Campo Duran, al noreste de la provincia de Salta, en un extremo del país, solamente a trece kilómetros de la frontera con Bolivia.
Considerando que desde hace tres campañas, ya sea por cuestiones climáticas o del negocio en sí mismo, la producción en esa zona no genera márgenes económicos interesantes, el productor le cuenta a Clarín Rural que ya no estaba dispuesto a seguir pagando por el arrendamiento los 200 a 250 dólares por hectárea que le pedían o el 20% de la producción por adelantado.
Pero lejos de resignarse, quería mantenerse en el negocio y compartir los riesgos con los propietarios de los campos.
De esta forma, para no correr con todo el riesgo productivo, elaboró su propuesta para pagar el alquiler. “Se trata, simplemente, de empezar a hablar de pagar el arrendamiento si es que existe renta y luego de cubrir los costos de producción. De lo contrario, si no cubro esos costos no se paga el alquiler. A partir de que pueda cubrirlos, establecí una escala consensuada con el dueño de campo, para ir repartiendo la renta”, señala el productor, que tiene el 80% de su superficie hecha sobre campos de terceros y el 20% restante en campo propio.
Más detalladamente, el productor explica que “el inversor se lleva la producción hasta 380 dólares por hectárea, que son los costos de producción de la soja. Si a partir de ese monto hay ganancia, los primeros 50 dólares por encima de los 380 son para el dueño de la tierra. Si lo cosechado por hectárea da un margen que supera esos 430 dólares, el siguiente 15% (unos 57 dólares) son mi primera renta”.
El productor hace cuentas y dice que, hasta ahí, la soja estaría generando un ingreso de 487 dólares por hectárea. Pero si supera ese monto, la tercera fase, de hasta otros 50 dólares, se la lleva nuevamente el dueño. Y, si se superan los 535 dólares, el monto se divide en partes iguales”.
Este convenio que García del Río cerró para la soja, también vale para maíz, poroto y algo de superficie que hace con sésamo, chía y cártamo.
El asesor técnico Ezequiel Vedoya, del grupo Bermejo de la Asocación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea), en el que participa García del Río, manifiesta que por los altos costo de fletes hasta el puerto de Rosario (casí 1.500 kilómetros), los productores de la zona se inclinaron masivamente a cultivos alternativos, como la chía, el sésamo o el poroto.
“Pero, de golpe, estos mercados tan chicos se vieron sobre ofertados de producto y se saturaron. Por eso, aun hoy hay productores con chía, sésamo o poroto almacenado en los campos y sin poder venderlo”, se lamenta el técnico.
Y agrega: “Además, es increíble que estos productos que se producen tan minoritariamente en esta zona y bajo condiciones climáticas únicas, ya que es una región libre de heladas, tengan que soportar retenciones de exportación del 5%, 10% y hasta 20%”.
Son momentos críticos, pero también de ellos surgen buenas ideas. Como en estos casos, que muestran que, con predisposición de las partes, es posible que siga girando la rueda productiva.