El juez Claudio Bonadio viene repitiendo en confianza que tiene pruebas suficientes para citar a indagatoria a Máximo Kirchner en la causa que investiga a Hotesur, empresa de la familia presidencial, por presunto lavado de dinero. Hace algunas semanas, molesto porque veía venir una embestida que terminó en un pedido de recusación en su contra de Romina Mercado, sobrina de Cristina Kirchner y titular de la sociedad hotelera, dejó trascender otro pensamiento: si lo obligaban a abandonar la causa era probable que renunciara al cargo, un gesto que habría provocado un escándalo político. Esa posibilidad quedó descartada anteayer, cuando el magistrado fue ratificado por la Sala I de la Cámara Federal.
En la cima del Gobierno dan por hecha esa citación, a la que atribuyen una relevancia sin precedente: están convencidos de que puede, acaso como ninguna otra cosa, afectar emocionalmente a Cristina Kirchner. La única duda es cuál será la naturaleza de la reacción presidencial. Hasta ahora ella ha contestado a las investigaciones del modo en que lo ha hecho siempre: se abroqueló en una militancia capaz de poner las manos en el fuego por Boudou, Milani o DElía, dobló la apuesta mediante el envío de leyes controvertidas al Congreso e incluyó a la Justicia en el consorcio de corporaciones que supuestamente la quieren destituir. Un viejo recurso de populismos en decadencia: la estratagema de Maduro en Venezuela.
En realidad, de un modo menos cruento, viene haciendo esto prácticamente desde el inicio de su segundo mandato, cuando al kirchnerismo empezaron a llegarle las facturas de su propia gestión. No hay que olvidar que la Presidenta inauguró su reelección aplicando el cepo cambiario por una corrida contra el dólar que atribuyó al banquero Jorge Brito. A partir de allí, desde el punto de vista económico casi todas han sido malas noticias. No es casual que informes internos de cámaras que respaldaron al Gobierno durante una buena parte del mandato, como la Unión Industrial Argentina (UIA), hayan fechado en 2010 el acta de defunción del modelo productivo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social.
Cristina Kirchner está al tanto de este divorcio definitivo con el establishment, al que ahora incluye en su estrategia de defensa durante su año más difícil. La UIA no sólo supone ahora para ella un conglomerado de corporaciones a las que el kirchnerismo dice combatir, sino que acaba de aguar, a través de un duro documento difundido la semana pasada, la única fiesta con que la militancia tenía previsto mitigar la crisis tras la muerte de Nisman: el acuerdo comercial con China. Entonces, como en aquel diciembre de 2013 pródigo en saqueos, muertos y cortes de luz, inhibida la algarabía espontánea, hubo que declamarla: "Nos quedamos con el canto, con la alegría; a ellos les dejamos el silencio", forzó la Presidenta.
Dueña de reflejos superiores a los de la mayor parte de la oposición que se sueña en su lugar, aprovecha ahora el momento para denunciar un ataque de las grandes empresas y, en la voltereta, fustigar desde el atril a Luis Betnaza (Techint) y a José Ignacio de Mendiguren, los dos dirigentes fabriles con mayores posibilidades de suceder a Héctor Méndez, presidente de la UIA, en las elecciones de abril. Ambos pertenecen al Grupo Industriales, la corriente interna que debe proponer el candidato y que también integra Juan Carlos Lascurain, el metalúrgico a quien Cristina Kirchner volvió a elogiar el miércoles en la cadena nacional. La UIA es desde entonces una concatenación de rumores y acusaciones mutuas. ¿Querrían sus miembros, en general reacios al conflicto con el poder, ungir a un conductor enfrentado con la Presidenta?
Durante la cadena, la jefa del Estado citó una reciente entrevista que Página 12 le hizo a Lascurain. Allí, el metalúrgico relata que, en tiempos de De la Rúa, Mendiguren llegó a golpear la mesa durante un almuerzo en la Casa Rosada. "¿Usted se imagina qué pasaría si le golpearan la mesa a esta presidenta? Lo que buscan es ser poder", concluía el empresario en la entrevista. Mendiguren se defendió desde su cuenta de Twitter. "La Presidenta se hizo eco de una historia mal contada por Lascurain sobre una reunión de hace años con supuestos golpes de mano a una mesa", empezó. "Y supuestos platos que volaban o gestos que faltaban el respeto a la autoridad presidencial. No, nadie golpeó nada. Lascurain se equivoca en su relato. Las discusiones fueron siempre con Cavallo, con quien teníamos diferencias irreconciliables."
Tal vez hayan sido esas últimas fricciones las que acabaron de convencer a algunos empresarios de estar presentes en la marcha homenajeando a Nisman. El hombre se acuerda de Júpiter cuando truena, dice el proverbio latino: el reclamo por las instituciones aparece aquí cada vez que las arbitrariedades del que manda se vuelven una incomodidad. Mientras tanto, el modo en que la Justicia parece estar defendiéndose de los avances del Gobierno -trabajando sobre las causas- acaba de asignarles a jueces y fiscales un lugar que hacía tiempo que no tenían en la lista de prioridades de la sociedad. ¿Estarán a la altura? "No son arcángeles, pero son los que hay", se resignó en la noche del jueves un industrial.
Es natural que los empresarios hayan depositado allí sus esperanzas. Aunque persista todavía el escepticismo en dirigentes que miran más el fondo de las cosas. Anteayer, pocas horas después de la marcha, durante el plenario de comisiones de la Cámara de Diputados, Elisa Carrió les recriminó a sus pares oficialistas: "Tengan ustedes en claro que yo no me voy a acercar a ninguno de los fiscales. Concuerdo en que ninguno de estos fiscales actuó en diez años en que denuncié a Lázaro Báez. ¡Por orden de ustedes: eran de ustedes y se separaron, como Stiuso!".
Son posturas distintas ante lo que parece inevitable: el próximo gobierno tendrá en el Poder Judicial a un actor relevante de la vida pública. Para corporaciones habituadas a convivir con el kirchnerismo, incluso una Justicia que cuestiona resultará menos hostil. Los arcángeles tampoco están en los directorios: en el peor de los casos, un mal fiscal pasará a formar parte de la estructura de costos. Lo explicó con sinceridad demoledora un industrial: "El juez a lo sumo te pide una coima; el kirchnerismo se quería quedar con tu empresa".
Tanto pragmatismo puede aliviar a unos cuantos, pero mantendrá siempre lejos la salida. Ya pasó con lo peor del menemismo: una clase dirigente poco dispuesta a transformarse a sí misma quedará siempre condenada a que sus pesadillas regresen con otro nombre.