En un mundo con 300 millones de hectáreas de tierras productivas deterioradas en forma irreversible y el 60 por ciento, de las 1.700 hectáreas restantes, con procesos degradatarios avanzados, surge la necesidad de replantearse la actual lógica productiva mercantilista y cortoplacista. En este contexto, la ONU declaró el 2015 como el Año Internacional de los Suelos (AIS).
Es sabido que el actual sistema productivo presenta signos de agotamiento marcados por su gran dependencia de insumos químicos, la escasez de rotaciones, arrendamientos de corta duración y la ausencia de monitoreos. Pero, no está todo perdido. Mediante la adopción de un manejo agroecológico, que permite la integración de diversas actividades productivas y complementarias, se puede cambiar el rumbo agropecuario.
Para Rodolfo Tula, extensionista del INTA Benito Juárez, es fundamental encontrar el “justo equilibrio” entre la productividad y el cuidado de la naturaleza. “Una producción agroecológica entiende de tiempos biológicos y los fortalece para producir sanamente y, al mismo tiempo, busca la rentabilidad. Pensamos en un sistema equilibrado y estable ante la variabilidad natural de los eventos climáticos, plagas y enfermedades”, explicó.
A fin de apartarse del modelo de intensificación y especialización productiva dominante, cada vez más productores desarrollan diversas actividades agrícolas y ganaderas en una misma explotación. De este modo, integran producciones que se complementan y obtienen amplios beneficios sociales, ambientales y económicos.
En este sentido, la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO, por sus siglas en inglés) insta a las poblaciones a “iniciar cambios estructurales en el estilo de desarrollo, que permitan que las poblaciones vivan dentro de la capacidad de carga de los ecosistemas” y enfatiza en la necesidad de un desarrollo sostenible de los recursos naturales en solidaridad hacia las actuales y futuras generaciones.
En línea con esta idea, surge la agroecología. Una disciplina científica basada en la aplicación de los principios de la ecología al diseño, desarrollo y gestión de sistemas agrícolas sostenibles que promueve la conservación de los recursos naturales elementales para la obtención de alimentos: suelo, agua y biodiversidad.
Para Natalia Carrasco –especialista de la Estación Experimental Integrada INTA Barrow– la agroecología busca “generar un manejo ecológico de los recursos naturales con el foco tanto en el eje productivo como en el social y ambiental, para generar una alternativa al actual modelo de manejo industrial”.
“Este enfoque –explica Carrasco– prioriza la optimización de los procesos ecosistémicos tales como el reciclado de nutrientes y el control biológico para garantizar la preservación del ecosistema y su productividad a largo plazo, garantizando así la calidad de vida de la familia productora y de las futuras generaciones”.
Que el árbol no tape al ganado
Alternativas de diversificación productiva sobran. Una opción viable es la implementación de un sistema silvopastoril –combinación de la forestación y ganadería– que, según estudios del INTA, permite cuadruplicar los rendimientos entre otras numerosas ventajas para el productor y el medio ambiente.
De acuerdo con Pablo Laclau –técnico del INTA Balcarce, Buenos Aires– combinar árboles, ganado y forrajeras “redunda en beneficios para el productor” que puede cuadruplicar el rendimiento y pasar de obtener –en campos naturales de sierras del sudeste provincial– entre 50 y 100 kilogramos de carne por hectárea por año a unos 200 a 400. A este incremento ganadero hay que sumarle las ganancias de la venta de la madera, cuya producción puede arrojar de 100 a 300 metros cúbicos de madera rolliza por hectárea, en un ciclo de 20 años.
Entre las ventajas del sistema silvopastoril, el especialista ponderó la “combinación espacial” en la que los animales aprovechan la producción de pasto y los efectos de los árboles a través del sombreado y la protección microclimática. Además, los árboles crecen más libres –al ser plantados a baja densidad– y el pasto aprovecha la sombra para que surjan especies forrajeras de mayor calidad y más palatables.
En referencia a la producción forestal, Laclau subrayó la calidad de la madera obtenida: “Una condición necesaria de manejo forestal en los sistemas silvopastoriles son las podas frecuentes ya que evitan el sombreado excesivo de las pasturas y mejoran la forma del tronco, lo que permite producir una proporción importante de madera libre de nudos, de mejor calidad y precio”.
Sistemas mixtos: volver a los orígenes
Conocido como cría bovina intensiva (CBI), el sistema mixto agrícola ganadero permite integrar la producción agrícola y la intensificación con ganadería pastoril y, así, aumentar la carga animal por hectárea, obtener mayor cantidad de carne de buena calidad, mejorar las propiedades físicas-químicas del suelo y multiplicar los rindes de soja y maíz. Se trata del–conocido como
“Es volver a los orígenes”, aseguró Martín Correa Luna –jefe del INTA Venado Tuerto, Santa Fe, y especialista en la materia–, quien ratificó que, desde ya varios años, los monocultivos “expulsaron” a las vacas de la zona núcleo maicera-sojera junto a su valiosa capacidad de mantener al equilibrio de nutrientes y fertilidad en cada lote.
De acuerdo con el especialista santafecino, el desafío es “expresar el potencial productivo de los rodeos de cría en ambientes netamente agrícolas, con base en la rotación del suelo, e incluir a la agricultura en un 80% y pasturas para ganadería en un 20%”.
Para esto, recomendó: “Sumar pasturas base alfalfa a los rastrojos que dejan el maíz y la soja. Esto permite mantener una carga de cinco vacas por hectárea sobre pasturas durante primavera-verano y más de una cabeza sobre los rastrojos de cosecha gruesa en otoño-invierno”.
Esta intensificación permite mantener en el lote un mejor balance nutricional. “Mientras las plantas toman del suelo calcio, fósforo, potasio y sodio –entre los minerales más destacados–, el ganado, al alimentarse y recorrer el lote, devuelve una buena parte de lo que extrajo”, dijo Correa Luna y aclaró que en los lugares por donde pasó el animal se observa un mejor crecimiento del forraje.
Suelo: eso que tenemos y no valoramos
Aún no se comprende que la vida sobre la tierra depende, en gran medida, de las diferentes funciones cumplidas por la delgada capa de suelos: provisión de alimentos, uso sustentable del agua, conservación de la biodiversidad y control del clima global. Así lo advierte Roberto Casas, director del Centro para la Promoción de la Conservación del Suelo y del Agua (PROSA).
Casas fue más allá y aseguró que “el avance del monocultivo, en reemplazo de las rotaciones tradicionales, tiene un impacto desfavorable sobre las funciones del suelo y la sustentabilidad del agroecosistema”. Además, sentenció: “En la Argentina sólo se repone, aproximadamente, la tercera parte del total de los nutrientes extraídos por los granos”.
Según datos del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA (CIRN), un 20 por ciento del territorio argentino está afectado por procesos de erosión hídrica y eólica, lo cual representa unas 60 millones de hectáreas. Asimismo, las regiones áridas y semiáridas del país, que cubren el 75 por ciento de la Argentina, poseen ecosistemas frágiles proclives a la desertificación.
Para aumentar la producción nacional y prevenir el deterioro de la salud del suelo, desde el CIRN recomiendan controlar los procesos erosivos, reponer los nutrientes extraídos y mantener un elevado flujo de carbono a través de las rotaciones.