s especialistas suelen advertir que cualquier exceso es inoportuno. No suele beneficiar a la salud, al bienestar, ni siquiera al placer. La repetición, como si se tratara de un martillazo en el cerebro, aun en los casos del disfrute, no suele acabar bien. El fútbol es un deporte maravilloso: el más bonito, el más impredecible, el más popular en el mundo. Hay otras disciplinas fascinantes, pero es complejo compararlas con el arte del balón. Lo tiene todo: suspenso, drama, comedia, emoción, táctica, belleza. Es mágicamente impredecible, entre otros atributos, porque no siempre gana el mejor. La garantía del triunfo es una moneda al aire.
El exceso, el empacho del fútbol, en cambio, puede resultar un gol en contra, un rechazo a la tercera cabecera. El torneo doméstico, el de los 30, se juega de viernes a lunes. En el medio, entre semana, surge la Copa Libertadores. Por caso, en esta semana: hoy, Racing, mañana, Boca y pasado, River y San Lorenzo. Esta vez, con un abuso, cómo describirlo, positivo para nuestro medio: hay seis equipos, por los arribos en el último vagón de Huracán y Estudiantes. Todos los días, uno, dos, diez partidos de fútbol.
La Copa Argentina. Los variopintos torneos de ascenso. Los amistosos seleccionados. La Copa América, que arranca el 11 de junio. El segundo semestre, con la Sudamericana, con el bautismo de las eliminatorias rumbo al Mundial de Rusia 2018. Y más tarde, las liguillas, las clasificaciones para las copas, el descanso, los amistosos de verano... y volver a empezar.
El fútbol también es un negocio. De ese plato se alimentan muchos. Es un manjar que suele cubrir espacios vacíos de nuestras vidas. Sin embargo, el exceso atraganta. Desvía la atención, como el pan y el circo..