El Silencio”, en el partido de General Pueyrredón, es uno de los siete campos agrícola-ganaderos que la empresa familiar Bellamar Estancias administra en cuatro provincias desde hace más de 20 años.
Al pie de la sierra, a unos metros de la ruta 226 y a menos de 30 kilómetros de Mar del Plata, el paisaje invita a descansar, relajar el cuerpo y los sentidos. Sin embargo, la producción marca allí ajetreo por la cosecha, alguna siembra, aplicaciones o monitoreos.
“El Silencio” comprende 1.000 hectáreas agrícolas y 500 que se destinan a ganadería. La nómina de campos la completan Bellamar y El Bonete, en Buenos Aires; Las Lomas y La Sarah, en Córdoba; Pozo del Tume, en Salta; y Guaycolec, en Formosa.
Aquí, la superficie agrícola tiene una rotación que incluye papa y una que no.
En el primer caso la rotación es papa-trigo/soja de segunda-maíz-soja-trigo/soja de segunda y al quinto año se vuelve a papa. En las rotaciones no paperas, se mantiene todo en siembra directa (algo que con papa no se puede hacer) con trigo/soja de segunda-maíz-soja.
“Este esquema nos está funcionando bien; intentamos incluir girasol, pero tenemos algunos inconvenientes, porque en este partido no se pueden hacer aplicaciones con avión, y los ataques de isocas generan problemas incontrolables”, explicó el gerente de producción agrícola de El Silencio, Martín Lahitte.
En este sentido, repasa los planteos de invierno con el eje puesto en las alternativas para que el trigo sea rentable. “Cuando entraron las variedades francesas las adoptamos porque el mercado permitía exportar trigos de alto rendimiento grupo I”, contó Lahitte.
Pero desde que la comercialización comenzó a ser poco clara, la utilización de esos trigos de 7.500 o más kilos, con una proteína de 7% y un gluten bajo, también se complicó. “Decidimos ir por variedades grupo II, que logran rindes similares pero asegurando 11% de proteína y un 26-28 de gluten”, explicó Lahitte. También hacen trigo candeal, que tiene un nicho que les permite comercializar más trigo en momento de cosecha.
En lo que respecta a la fertilización del cereal, trabajan con análisis de suelo para aportar el fósforo faltante. Con el dato de nitrógeno dividen la aplicación: la mitad en 2-3 hojas “para que no esté tan expuesto a la lixiviación de las lluvias de julio-agosto”, y la segunda a principios de septiembre. Hace tres años que fertilizan con mezclas de nitrógeno y azufre.
En el caso del candeal, en hoja bandera monitorean el estatus nitrogenado y, si vale la pena, hacen una nueva aplicación con nitrógeno foliar para tratar de mejorar medio punto la proteína.
El sudeste de la provincia de Buenos Aires es una zona fresca con lluvias promedio de 800-900 milímetros, pero en 2014 no se dieron ninguna de las dos características: la temperatura fue dos grados más alta que la media y las lluvias cerraron 2014 cerca de los 1.300 milímetros, afectando a todos los cultivos.
En los últimos diez años, el rendimiento promedio de trigo ronda los 7.000 kilos por hectárea. “En la campaña 2014/15 tuvimos una primera fecha de siembra temprana de 6.200 kg/ha, pero la fecha de fin de julio, atrasada por las lluvias, rindió por debajo de los 4.000 kg/ha, algo que no había visto nunca en esta zona”, se asombró Lahitte.
No es una zona sojera, pero la soja también juega su partido desde hace unos años en los planteos de la región. “Los rendimientos rondan los 3.200-3.500 kilos por hectárea, aunque nos faltan algunos ajustes para estabilizarnos en los 4.000”, reconoció el gerente de producción agrícola de “El Silencio”.
Al principio, sembraban variedades grupo IV, pero cuando llegaban a los 3.000 kilos eran propensas a vuelco, por lo que pasaron a grupos III largos. Antes no se fertilizaba pero en los últimos dos años tuvieron respuestas con superfosfato simple y triple.
En lo que respecta al maíz, Lahitte reconoció que hasta hace unos años los rendimientos no eran muy altos, rondaban los 7.000-8.000 kilos por hectárea, pero “la nueva genética con híbridos de ciclos más cortos, madurez relativa de 118 días y secado y florecimiento rápidos permitieron alcanzar una estabilidad en los 12.000-13.000 kilos por hectárea”.
Por otro lado, la papa es un cultivo estratégico para el negocio agrícola de El Silencio hace más de una década.
Con una superficie de 120 hectáreas cada año y 50 toneladas por hectárea de rinde, toda la producción se comercializa por contrato con la planta de McCain en Balcarce, a pocos kilómetros.
“Es un cultivo que lleva más tiempo y dedicación que los otros, con un exhaustivo control de plagas y enfermedades y un ritmo lento de cosecha de 4 hectáreas por día”, explicó Lahitte.
Se fertiliza muy fuerte en la plantación y deja un buen paquete nutricional al resto de los cultivos que entran en la rotación.
Como contraparte, es un disruptor de la siembra directa. Para que este quiebre no sea tan fuerte se toman medidas: no se siembra en lotes con pendiente y se respetan los cinco años.
Al analizar el futuro global de Bellamar Estancias, Lahitte consideró que como empresa agrícola y ganadera, las pasturas deben tener su lugar en la rotación.
En algún momento evaluaron intensificar con la producción de cerdos o pollos, pero “aún no está claro el negocio”.
Y apunta a otros dos temas clave: el personal, porque “está costando que la gente quiera trabajar en el campo”, y la relación del sector con la sociedad.
“A veces nos dispersamos con temas de tecnología y nos olvidamos de hacer docencia en las comunidades de cómo trabajamos, cómo usamos los productos y cómo la economía de las ciudades gira en torno a la actividad agropecuaria”, dijo. “Vamos a tener que ocuparnos de esto”, sentenció.