Hace unos días se dieron a conocer los resultados de una encuesta de opinión pública sobre las personas, empresas u organismos más influyentes según los argentinos. Los primeros doce son los siguientes: Cristina Kirchner, el papa Francisco, Marcelo Tinelli, Jorge Lanata, Mauricio Macri, el Grupo Clarín, Sergio Massa, Juan Domingo Perón, Daniel Scioli, Axel Kiciloff, Lionel Messi y Diego Maradona. Apenas unos peldaños más allá, el decimoquinto lugar corresponde a Susana Giménez, seguida inmediatamente por José de San Martín y Néstor Kirchner.

Que los primeros dos lugares correspondan a Cristina y Francisco no resulta sorprendente. Sí lo es, en cambio, que Tinelli y Lanata sean percibidos como pisándoles los talones nada más y nada menos que a la presidenta de la Nación y al jefe de la Iglesia Católica, y que nuestro imaginario colectivo considere a Messi y a Maradona como apenas un ápice menos influyentes que el ministro de Economía. ¿Será que la alegría que provoca un gol es comparable a la exención del impuesto a las ganancias? ¿Será que las decisiones de un ministro pueden afectar la calidad de vida de los argentinos tanto como las de una estrella de fútbol?

Es el vigésimo año consecutivo que la consultora Giacobbe & Asociados realiza esta encuesta, de manera que también es posible apreciar quiénes son nuevos en la lista y quiénes permanecen en ella, incólumes, desde 1995. Cabe resaltar que las personas encuestadas tienen que contestar sin ningún tipo de ayuda: sin una lista de donde puedan tomar nombres, se enfrentan a diez casilleros en blanco que deben llenar desde la más pura evocación. No es obligatorio completar todos los casilleros; cada quien rellena los que quiere. Pese a eso, el ranking del poder permanece bastante estable año tras año, salvo algunos nombres que entran y salen por cuestiones coyunturales.

Marcelo Tinelli, Jorge Lanata, Mauricio Macri, Diego Maradona, Susana Giménez y Julio Grondona han estado invariablemente en la lista de los influyentes desde la primera vez que se realizó la encuesta. Otros nombres que suelen estar, aunque no con la misma consistencia, son: el Grupo Clarín, Daniel Scioli, Elisa Carrió, Mirtha Legrand y Raúl Alfonsín. En el año 2000 entraron por primera vez a la lista dos nuevos actores: Néstor Kirchner y Hugo Moyano. Permanecen en ella hasta el sol de hoy. Al parecer, según el imaginario nacional, los muertos siguen ejerciendo poder e influencia: Kirchner, Favaloro, Alfonsín, Perón y Grondona mueven los hilos de la argentinidad con una eficacia que dista apenas una decena de casilleros de la que tenían cuando estaban vivos.

Sin embargo, lo más curioso de todo esto no es quiénes están o no están en el ranking ni el orden en que aparecen nombrados, sino comparar los resultados con los de otra encuesta, realizada a mediados de año por la misma consultora y con igual metodología, que buscó saber quiénes eran las personas más honestas, siempre según los argentinos. Los primeros doce fueron: el papa Francisco, René Favaloro, Teresa de Calcuta, Manuel Belgrano, José de San Martín, Arturo Illia, Nelson Mandela, Juan Carr, Gandhi, Jorge Lanata, José "Pepe" Mujica y Raúl Alfonsín.

¿Cuántos de los diez más honestos están entre los diez más influyentes y viceversa? ¿Qué conclusiones arroja la comparación de los resultados de ambas encuestas? La única persona que ocupa el mismo lugar en las dos listas es Elisa Carrió: aparece como 13a en ambas. Una consistencia casi idéntica se observa en el caso de Francisco: primero en los honestos, es el segundo en los influyentes. Dicho esto, cabe resaltar que en una gran cantidad de casos la disparidad de la percepción es abismal: Cristina, primera entre los influyentes, ocupa el puesto 38 de los honestos; Tinelli, tercero entre los influyentes, está en el lugar 47 de los honestos; Macri, quinto entre los influyentes, es el 43 de los honestos.

Estudiar los resultados de la encuesta sobre las personas más honestas produce desazón. De los primeros doce lugares, ocho están ocupados por muertos. Los únicos cuatro vivos son: Francisco, Juan Carr, Jorge Lanata y Pepe Mujica. ¿Y qué influencia tienen estos pocos hombres honestos aún vivos? Aparte de Francisco, todo parece indicar que bastante poca: en la lista de influyentes Juan Carr ocupa el lugar 32 y Mujica, el 88. José María Campagnoli, que ocupa el puesto 15 entre los honestos, es el 84 en los influyentes. Cáritas, que está en el lugar 16 entre los honestos, no fue mencionada ni una sola vez entre los influyentes. Lanata y Carrió resultan casos excepcionales. Ambos están en la lista de los influyentes desde hace años (Lanata desde el 95 y Carrió desde el año 2000) y ambos aparecen en un puesto alto en la de los honestos.

Las personas más influyentes, según los argentinos, tienden a ser siempre las mismas, tienden a ser argentinas, a estar vivas y a ser varones. Las personas más honestas, en cambio, tienden a estar muertas, a ser personajes históricos, varones, y con frecuencia extranjeros. En el ranking de honestos difícilmente aparezcan empresarios y sindicalistas.

La incongruencia entre los honestos y los influyentes en el imaginario colectivo dice mucho acerca de la sociedad argentina. Durante el último año, los medios y la Justicia se han ocupado de casos de corrupción política de dimensiones y entramados casi inverosímiles. Sin embargo, el cruce de los resultados de estas encuestas hace que nos preguntemos a qué porción del electorado le importan esas investigaciones y, sobre todo, si la honestidad representa un valor para el votante promedio. Carrió es la política en actividad más valorada, pero ¿cuántos votan por ella? El caso de Binner es similar. Los políticos honestos aún vivos no suelen aparecer en un lugar alto entre los influyentes.

"En el imaginario de los argentinos, el poder y la honestidad parecen atributos antagónicos: aquellos que son percibidos como los más honestos son los menos votados", afirma Jorge Daniel Giacobbe, director de la consultora. "Esto es la Biblia y el calefón. Te podés enojar con los resultados, pero cuando se te pasa el enojo, ves que ésta es la cabeza de los argentinos. La desconfianza describe la dinámica nacional."

Habiendo llegado a este punto, sentir indignación no sirve de mucho. Ésta es la sociedad de la que formamos parte, querámoslo o no. ¿Seremos muy diferentes de otros pueblos? ¿La relación entre la honestidad y la influencia será la misma en todas partes? ¿Cómo acercar la honestidad a la política? ¿Cómo hacer para que el bien común tenga peso más allá de la retórica electoral?

Intentar responder las últimas dos preguntas podría representar el inicio de un camino hacia una sociedad más justa. "Los argentinos elegimos entre aquellos que pueden dominar el potro", concluye Giacobbe. "Sabemos que tenemos que votar a un gran cretino para dominar a un país de cretinos."

En estado salvaje, probablemente la manera de sobrevivir sea comiéndonos unos a otros. Pero también cabe aventurar la posibilidad de pensar la moral y la honestidad como mecanismos necesarios para que una sociedad sea próspera y viable a largo plazo. De ser así, aquellas preguntas cobrarían aún más valor: hasta que no sepamos responderlas y nos pongamos manos a la obra, no dejaremos de vivir en la jungla.

La autora es escritora