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La participación del Estado en la renta agrícola, en cultivos como soja, maíz, trigo y girasol, ya alcanza el 83,4% en concepto de derechos de exportación, impuestos nacionales, tributos provinciales y costos de intervención, según un estudio de la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA).

Esta participación es levemente superior al 81,7% correspondiente a la última medición de septiembre de 2014, pero sustancialmente superior al 73,6% de diciembre de 2013 o al promedio de los últimos 8 años. El estudio señala que cifras similares sólo fueron alcanzadas con las sequías de 2008/09 y 2011/12.

El salto que se dio en septiembre estuvo explicado, principalmente, por la baja en los precios de los principales granos, que cayeron hasta ese momento un 20,7% en dólares con respecto al año anterior. Mientras que el incremento entre septiembre y la medición actual estuvo explicado por un aumento de los costos de intervención en los mercados de trigo y maíz.

Los costos de intervención son medidos por FADA como la diferencia entre el precio teórico que deberían tener los granos en el mercado interno (FAS teórico) y el precio al cual realmente se están comercializando (disponible).

Una diferencia entre estos dos precios puede responder a una simple cuestión de oferta y demanda en el mercado, pero históricamente esta diferencia ha estado por debajo del 10%.

Al momento de la elaboración de este informe, el maíz cotizaba al 83% y el trigo al 72% de sus precios teóricos. Este alto costo de intervención, sumado al hecho de que la rentabilidad de estos cultivos ya era reducida, determinan que la participación del Estado en una hectárea media de maíz sea del 97,7% de la renta y en el caso del trigo alcance el 140,5%.

Menos dólares y empleo 
Las implicancias de estos niveles de participación del Estado en la renta y su impacto en la rentabilidad de la producción influyen en dos aspectos: el uso de tecnología y la sustentabilidad de los planteos agronómicos.

En cuanto al primero, como en cualquier otra actividad productiva, cuando los márgenes son menores, se reducen la inversión y la aplicación de tecnología.

Esto impacta de manera negativa en la productividad al utilizar semillas y fitosanitarios de menor calidad y al aplicar menos fertilizantes. A su vez, la reducción de la productividad se traduce en menos exportaciones, menos dólares y menos empleo.

Con la sustentabilidad sucede algo similar, el suelo requiere que se roten los cultivos de una campaña a otra, es decir, que se siembren cosas diferentes, ya que cada uno extrae y repone nutrientes distintos. Esto es bueno para preservar la calidad del recurso suelo y combatir con eficiencia las malezas.

El problema es que al ser negativa la rentabilidad de cultivos como el trigo y el maíz, se empuja a los productores a sembrar cada vez más las alternativas más rentables, como la soja, con consecuencias negativas sobre la sustentabilidad del sistema productivo.