La Presidenta lució bien en la faz personal —sólo con su voz algo cascada— después de la seria infección de divertículos de hace tres semanas, que la obligó a una internación y una prolongada convalecencia. En cambio, el escenario montado para su reaparición, con un repaso de viejas cosas y sin anuncios de índole social, no alcanzó para enmascarar el otro costado de la realidad: la mandataria volvió en un escenario políticamente mas complejo que el que había dejado cuando la salud la forzó a un paréntesis.
Aquella complicación sería, por otro lado, precisa. Ni la economía ni los padecimientos cotidianos de la sociedad variaron demasiado en ese tiempo. La inflación continúa galopando; la inseguridad y la violencia de los narcos tampoco cedieron. Pero la mancha de la corrupción, un estigma que signa la década kirchnerista como le sucedió antes al menemismo, ha comenzado a humedecer su propio poder. Es cierto que sobre las rutas clandestinas del dinero K de Lázaro Báez se viene hablando hace rato. Se investiga el posible lavado de dinero en la Argentina, en Estados Unidos (Nevada), en Suiza y en Uruguay. Pero luego de la determinación del juez Claudio Bonadio de allanar la empresa Hotesur, administradora de un complejo hotelero propiedad de la Presidenta en El Calafate, las sospechas firmes empezaron a enredar a la familia Kirchner. Los nombres que mas suenan, hasta ahora, son los de Cristina y de Máximo, su hijo.
Las debilidades políticas presidenciales, en ese plano, serían varias. El kirchnerismo castigó a Bonadio por haber sobreactuado el allanamiento en la presunta sede de aquella empresa a raíz de irregularidades administrativas. A saber: domicilio falso y ausencia de balances durante los últimos tres años. Detrás de esas excusas, el Gobierno evitaría enfrentarse a los interrogantes que se estarían haciendo casi todos: ¿Fue ese el motor real que activó el procedimiento del juez?. ¿O estaría buscando conexiones con un posible lavado de dinero?. ¿No pretendería reanimar, por otro lateral, la causa que el magistrado, Sebastián Casanello, mantiene anestesiada en relación a Báez?
La nube de humo que intenta levantar el kirchnerismo para explicar el escándalo, de verificarse cierta, tampoco exculparía de responsabilidad política a la Presidenta. Y exhibiría la laxitud ética y moral con que se acostumbra a ejercer el poder en la Argentina. Habría que preguntarse, además, por qué motivos la sociedad tolera con tanta mansedumbre esa conducta. No sería la primera vez que ocurre en las tres décadas de retorno democrático. La flojedad de papeles de Hotesur tampoco debiera ser evaluado como un hecho menor. Aunque constituya moneda corriente del estándar judicial y de los órganos estatales que deben fiscalizarlos. Las anomalías presidenciales no pueden ser equiparables a las de ningún ciudadano de a pie. Por más importante que resulte.
Aníbal Fernández se escandalizó porque, según sus conocimientos, en ningún lugar del mundo se allanaría una propiedad presidencial. No habría que ir muy lejos para hallar ejemplos contundentes que pondrían bajo juicio las afirmaciones del senador K. En Chile, antes de asumir, el ex presidente Sebastián Piñera fue obligado a vender su paquete accionario (26%) en la aerolínea LAN. Tampoco se conoce que en sus años de poder que están por concluir, José Mujica haya tenido algún problema público con sus pertenencias. La única cuestión ventilada fue una oferta que recibió por su automóvil de la década del 60 —el popular escarabajo— de parte de un jeque árabe, que terminó desestimando.
Cristina apenas orilló el conflicto sobre corrupción que la tiene preocupada.
Habló de las sociedades, en apariencias ligadas a Báez, que descubrió un juez de
Nevada. La vinculó con la presión de los fondos buitre. Aseguró, moviendo la
cabeza y agitando el pelo, que no se dejará extorsionar por ellos ni por ningún
“carancho judicial”. La primera advertencia sirvió para sembrar dudas acerca de
si la Presidenta estaría decidida a partir de enero (cuando vence la cláusula
RUFO) a transar con los buitre. La segunda pareció enfilada hacia el juez
Bonadio.
Jorge Capitanich, en su monserga matinal, se había explayado sobre el tema. Al
hablar de Bonadío involucró a todo el Poder Judicial cuya independencia
—subrayó-- “no existe”. El jefe de Gabinete consideró que la Justicia es
únicamente autónoma del Gobierno. Pero nunca de las corporaciones y de los
medios de comunicación no oficiales. Ese desarrollo y la alusión presidencial a
los “caranchos” serían la misma cosa.
Semejante definición, sin embargo, pareció no encajar con otro tramo coloquial de la exposición de Cristina. Mirando a los empresarios que se encargaron de aplaudirla —aunque no todos— cada vez que memoró antiguos logros de gestión, ensayó una auscultación certera de uno de los tantos tics de las conductas colectivas argentinas. Y jugó con la supuesta sobreoferta de psicólogos. “Hagámonos cargo de las cosas que hacemos. Las buenas y las malas. No le echemos la culpa siempre a los demás”, arengó. Con exactitud, lo que ella misma nunca acostumbra a practicar. Quedó en la superficie estos días con la denuncias sobre corrupción que empezarían a merodearla. “Golpismo activo de la Justicia”, insistió Capitanich.
Nunca hay Cristina ni kirchnerismo, por supuesto, sin contradicciones. La
misma mandataria que hace mas de un año exhortó a combatir el dólar y apostar
sólo al peso, se despachó ante los empresarios con una consideración llamativa.
Informó que desde enero cerca de 1.700.000 asalariados adquirieron el dólar
ahorro por un total de U$S 2.400 millones. De esa estadística se valió para
destacar el hipotético vigoroso poder adquisitivo de los salarios. Ese recurso
le habría resultado útil para eludir la interpelación de fondo: ¿Por qué razón
los asalariados se refugian en el dólar en lugar de volcar ese dinero al consumo
o atesorarlo en los bancos? La respuesta es la inflación, pero sobre eso nunca
está dispuesta a hablar.
La Presidenta regresó igual que cómo se fue, repentinamente, un fin de semana de
octubre. La enfermedad no parece haber cambiado una pizca de su política ni de
su visión sobre la realidad. La situación estaría bien. La corrupción serían
apenas habladurías y extorsiones. Siempre la propensión al autoengaño.