Con más de un siglo de trabajo que iniciaron aquellos que bajaron de los barcos, Argentina posee en su región centro la mayor cuenca lechera del mundo. Esa red de tambos y pequeñas empresas lácteas alcanzaron con sus quesos y dulce de leche fama mundial. Pero la falta de escala y el avance de la más rentable soja, provocó primero el cierre de miles de tambos. Y en lo que es desde hace dos años un proceso silencioso, las pymes lácteas también comenzaron a bajar la persiana. En muchos pueblos suelen ser la única fuente de trabajo.
De acuerdo al especializado sitio Lechería Latina, influye que la producción de leche, su materia prima, se encuentre estancada desde 2011.
Uno de estos industriales, que solicitó el anonimato, señaló a Clarín que existe una doble presión sobre las empresas más pequeñas: un sindicato que recibe por empleado un aporte extra de $2.300 que eleva el costo patronal a $30.000 por trabajador y una cadena de comercialización implacable.
“Las pymes arrancan con desventaja ya que mantener la logística de distribución se lleva gran parte de la facturación. Además, los supermercados nos castigan con devoluciones y hasta exigen reintegros en la facturación que van del 3 al 10% de nuestras ventas, algo que solo puede soportar una corporación”, sostuvo.
Aunque tampoco las firmas grandes son la excepción: SanCor y La Serernísima han perdido dinero. En cuanto a las pymes, Master Cheese de Marcos Paz y Amanecer de Mar del Plata se transformaron en cooperativas de trabajo que pelean por la subsistencia.
La lista se completa con cierres como Kaiku en San Martín de las Escobas en Santa Fe, Argenlac en Junín, Porte Molitor en Navarro, Lahore de Marcos Paz y Cheese Way en Bolívar.
Hay otro fenómeno protagonizado por los propietarios extranjeros que se baten en retirada y hasta regalan las compañías para sacárselas de encima. Uno de los casos es Adeco, la firma en la que George Soros es accionista y que se desprendió de La Lácteo en Córdoba para cederla a Lucio Bonaldi y Raúl Filippi. El grupo francés Laiteries Hubert Triballat entregó San Ignacio, célebre por su dulce de leche, a Alejandro Reca. Una de las últimas operaciones fue la del grupo chileno Watts que esta vez dejó en manos de los venezolanos.