Cada uno construye su propia teoría en base a supuestos, antecedentes y asuntos prácticos. Hay hipótesis para todos los gustos. Desde las más conspirativas hasta las más inocentes.
Entre las primeras, está la que sostiene que la Presidenta plantó, en diferentes lugares estratégicos del Estado, a más de diez mil militantes de La Cámpora, Unidos y Organizados y otras fuerzas afines. Y todos ellos, por supuesto, dispuestos a dar la vida por Ella. Funcionarían, esos militantes, como miles bombas de tiempo preparadas para hacer daño al próximo presidente y abonar terreno para un regreso con gloria de Cristina Fernández.
En la misma línea de pensamiento, pero quizá con un poco más de lógica, están los que sostienen que Ella va a presentarse como primera candidata a diputada nacional para matar a varios pájaros de un tiro.
Con esa decisión, antes que nada, obtendría los fueros que necesitará para evitar que una andanada judicial la haga pasar los próximos años de su vida recorriendo los tribunales de Comodoro Py, tal como le sucedió a Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo, solo por citar a tres figuras políticas cuya estrella parecía eterna.
Pero si ingresa al Parlamento, además, es posible que se transforme en la jefa de uno de los bloques opositores más nutridos (siempre y cuándo la lealtad de hoy no se convierta en la traición de mañana). El único dato en contra que choca contra ese escenario es si Cristina Fernández está dispuesta a volver al llano. Esto es: si en vez de viajar en aviones oficiales o privados que le alquila el Estado, podría aceptar hacerlo con los pasajes de canje que tienen entre sus prerrogativas los diputados y senadores nacionales.
Si en cambio de comer con los presidentes de los países más importantes del planeta o ser recibida por el Papa se sentiría cómoda compartiendo una sobremesa con sus colegas legisladores que gustan de una buena charla partidaria hasta altas horas de la noche. La otra gran pregunta que hay que hacerse es cuál será el estado de la salud de la primera mandataria.
Si el enorme desgaste de gobernar durante dos períodos de cuatro años, que incluyeron, entre otros sucesos, la repentina muerte de su compañero de toda la vida, no se merecen, como contrapartida, uno o dos años sábaticos sin hacer política doméstica. La presidencia de Unasur o algún otro cargo internacional que pueda elegir antes de la partida, sería una opción inteligente, aunque sin fueros que la protejan de las denuncias judiciales y con un liderazgo acotado.
En todo caso, el bautismo de fuego público de Máximo Kirchner también puede ser explicado como una apuesta a futuro y una decisión familiar. Debería ser bastante difícil para una familia que pasó los últimos doce años viajando de avión presidencial en avión presidencial, de la Quinta de Olivos a la residencia de El Calafate, empezar a funcionar como cualquier hijo de vecino, dicho esto sin ninguna carga peyorativa.
Más allá de cualquier hipótesis delirante, hoy el hijo de Néstor y Cristina está lejos de poder ser pensado como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires o como el heredero legítimo del proyecto político de su madre.
Pero Máximo bien podría ser candidato a intendente de Río Gallegos, el primer cargo electivo que obtuvo su padre, en el año 1987, y que tanto la sirvió para alimentar una carrera política que terminó con el mayor de los éxitos a nivel nacional. Hoy Máximo Kirchner está tercero en las encuestas. Y su imagen pública tampoco es la mejor.
Ni en esa ciudad, ni en la provincia de Santa Cruz ni cuando se pregunta en otros lugares de la Argentina. Néstor, hace años, gano la intendencia por un poco más de cien votos, y financió parte de la campaña con los fondos a los que tuvo acceso como responsable de la caja de Previsión Social. Hoy, la familia Kirchner debería contar con más recursos para apuntalar la carrera de Máximo, más allá de la mística y el relato de sus compañeros de La Cámpora.
Igual, en la Argentina del dólar a $ 16, una inflación que no cede, el creciente temor a perder el empleo y un escandaloso aumento de los casos de inseguridad, hablar de lo que sucederá en 2016 parece un chiste de mal gusto.
Tan fuera de tiempo como instalar el debate en la ONU de porqué los Estados Unidos, en vez de asesinar a Ben Laden, no lo detuvieron y lo sometieron a juicio, mientras en la Argentina todavía está pendiente la condena a los responsables de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA.