Lo cierto es que Amado Boudou sufrió ayer un nuevo golpe, cuando las autoridades del bloque de senadores nacionales del Frente para la Victoria le pidieron que se abstuviera de presidir la sesión de la Cámara alta, y la Casa Rosada acompañó esa determinación contra el vicepresidente de la Nación, procesado por corrupción.
La explicación formal fue que si Boudou presidía la sesión del Senado la oposición podía poner en peligro el quórum de dos tercios necesarios para abordar sobre tablas el proyecto de ley que otorga inmunidad a los bancos centrales extranjeros en los tribunales locales. Tal iniciativa acababa de recibir dictamen de comisión ayer a mediodía, por lo que no cumplía el plazo requerido para ser incluida en la orden del día y precisaba una mayoría especial para la habilitación de su tratamiento en el recinto. La presión del Poder Ejecutivo para aprobar ese proyecto -sancionado más tarde por unanimidad, con Boudou presente en el Congreso pero ausente en la sesión- no era menor, por cuanto busca reciprocidad internacional para evitar embargos, en estos tiempos de turbulentas relaciones con los "fondos buitre".
Así, el vicepresidente acumuló en su currículum un nuevo certificado hacia su defunción, tras el golpe simbólico que, un día antes, constituyeron los desencajados rostros de no pocos miembros del gabinete que, por orden de Cristina Kirchner, acompañaron a Boudou mientras presidía el acto central en conmemoración del 9 de Julio, en Tucumán.
Ni siquiera la expectativa por la exitosa participación del seleccionado argentino en el Mundial de Brasil pudo tapar la indignación general que provocó la presencia estelar de Boudou en ese acto, en reemplazo de la Presidenta, afectada por una faringolaringitis severa.
El atentado al sentido común que significó el hecho de que Boudou fuese el principal orador en el acto pudo haber ido más lejos. Pero alguien con perspicacia política sugirió que no se usara la cadena nacional para algo que, en otras circunstancias, hubiera merecido copar las pantallas según la lógica kirchnerista.
Las máximas autoridades de Alemania, la canciller Angela Merkel y el presidente Joachim Gauck, estarán en la final del Mundial, en el Maracaná, este domingo. En otros tiempos, Boudou podría haber concurrido también, ante la imposibilidad de la Presidenta. Hoy eso resultaría inimaginable por la rechifla generalizada que recibiría de muchos de los argentinos presentes, sin descartar algún desplante de futbolistas argentinos a la hora de los saludos de rigor.
A estas alturas, existen pocas dudas de que algo hay detrás de las suposiciones de que Cristina Kirchner no se siente en condiciones de abandonar a su vicepresidente a su suerte por lo que éste podría confesar si perdiera su apoyo político.
Hasta ahora, la posición de la jefa del Estado ha sido la de una apostadora compulsiva, que dobla su apuesta ante cualquier adversidad, convencida de que un paso al costado de Boudou implicaría una señal de debilidad y, tal vez, persuadida de que quienes reclaman el alejamiento de su vicepresidente son sectores que ya nunca apoyarían al kirchnerismo.
En sectores políticos hay desconcierto acerca de por qué la Presidenta no admite que una licencia de Boudou le daría un respiro a su gobierno, sobre todo antes de que otros jueces puedan procesar al vicepresidente por otros escándalos. Quizás esta posibilidad sea el límite al continuo desafío al sentido común.