La novedad del relato presidencial es que, por primera vez, incluye el drama de la inseguridad, pero a partir de un nuevo y rebuscado paradigma que difícilmente pueda ser compartido por la inmensa mayoría de la población angustiada por aquel flagelo.

El paradigma cristinista señala que los delitos no empezaron hace dos años, como los medios y la "caja boba" pretenderían según ella hacer creer, y que si hay delincuencia es por culpa de la propia sociedad que, en tanto responsable, debe sufrir las consecuencias. Así, si todos somos culpables, no habría verdaderos culpables ni mucho menos responsabilidad del Estado, cuya inacción estaría justificada por la antigüedad del problema. Los delincuentes serían simples víctimas, emergentes de una sociedad que pasaría a convertirse en victimaria, de acuerdo con el relato oficial.

Con iguales criterios, la primera mandataria podría esgrimir que la corrupción ha existido siempre y que anida en toda la sociedad. Por ende, si todos somos corruptos, no habría por qué preocuparse por la corrupción.

Cristina Kirchner ha hallado una sofisticada forma de desentenderse de los grandes problemas que antes negaba: la inflación sería el fruto de una mera conspiración de empresarios angurrientos; el narcotráfico, un problema de las provincias, pese a tratarse de un delito federal, y la inseguridad sería culpa de todos, menos del Gobierno. Los gestos presidenciales marcaron así un lamentable epílogo para un relato que hablaba de la inclusión social.

Hay quizás algo auspicioso en el nuevo discurso del Gobierno. A partir de la decisión oficial de no dar a conocer los nuevos índices de pobreza e indigencia, podría presumirse que alguien persuadió a la Presidenta de la inconveniencia de seguir difundiendo algunas de sus habituales mentiras.

Alguien en el Gobierno habría descubierto que no se puede engañar a todos todo el tiempo y que ya no se puede seguir afirmando que la pobreza es, como en la medición del Indec del primer semestre de 2013, de apenas 4,7%, cuando en Suiza alcanzaba 6,9%. Pero también habría advertido que no hay margen para reconocer que rondaría el 30%.

Entretanto, con Jorge Capitanich, el relato pasará a la dimensión del "chamuyo", término que la Real Academia define como la palabrería que tiene el propósito de impresionar, y la Presidenta nos seguirá hablando de la "caja boba" en lugar de un Estado bobo e ineficiente, incapaz de brindar seguridad o de garantizar el mínimo de días de clases ni la libre circulación frente a la acción de piqueteros que el propio Gobierno alimentó.