Sergio Berni no sólo esta comandando en Rosario el operativo contra el narcotráfico más ampuloso que haya decidido Cristina Fernández. Voluntariamente o no, por casualidad o no, desarrolla a la par una acción política que tiene de escenario a una provincia gobernada por la oposición, el socialismo. El partido de Hermes Binner, su precandidato presidencial y cabeza más visible, exhibe una fuerte alianza territorial con la Unión Cívica Radical que les ha permitido desde hace años relegar allí al peronismo. Ambas fuerzas se integrarán a partir del martes 22 al espacio de UNEN, donde los dirigentes dominantes son ahora Elisa Carrió, de la Coalición Cívica, y Fernando Solanas, de Proyecto Sur. Entre todos pretenden dirimir en las internas abiertas la candidatura del no peronismo para pelear el poder en el 2015.
La maniobra política de aquel megaoperativo encerraría varias aristas. De hecho, ha sembrado la semilla de la discordia, todavía pequeña, dentro del propio socialismo. Nadie se atrevería a pronosticar qué sucederá con sus socios regionales y nacionales. Implica además un mensaje que Daniel Scioli supo descifrar: no se vislumbra solidaridad ni ayuda directa con Buenos Aires, donde la situación de la inseguridad y el narcotráfico no sería más leve que en Rosario. Sólo tendría menos visibilidad, por una razón: la información, en ese terreno, acostumbra a ser transparente en la administración socialista, que contabiliza 99 crímenes en lo que va del 2014; menos se conoce acerca de lo que ocurre en Buenos Aires y en cualquier otro rincón del país.
Berni arrastró de las faldas a la ministra de Seguridad, María Cecilia Rodríguez, para hacerla participar en las últimas horas de ciertas tareas burocráticas en el megaoperativo rosarino. Cumplió un pedido de la Presidenta, molesta por el extremo bajo perfil de aquella joven. Sucede que la ministra no anda de buen ánimo. La afectaron de arranque las revelaciones sobre actividades non sanctas de su hermano, Diego Rodríguez, ligado al parecer a la reventa de entradas con la barra brava de River, la misma (“Los borrachos del tablón”) que el domingo exaltó Ramón Díaz luego de la victoria de su equipo ante Atlético Rafaela. La ministra padece también la personalidad avasallante de Berni que, curiosamente, sería uno de los entusiastas para que se aplique un correctivo al director técnico. ¿Tal vez, para que vuelvan a la luz los affaires turbios del hermano de la funcionaria?
El secretario de Seguridad inauguró ayer su pulseada directa con Binner. El precandidato ha quedado con un pie en cada orilla y, a cada minuto, corre riesgo de caerse en un torrente. Primero, con moderación, elogió el desembarco del Gobierno nacional en Rosario que Antonio Bonfatti, el gobernador, vivió como un verdadero salvavidas. Después, con sentido común, subrayó la brecha visible entre el despliegue de gendarmes, prefectos y policías con los iniciales modestísimos resultados. Sólo un puñado de detenciones y de incautación de drogas.
Berni no esperó más: instaló la duda de que el ex gobernador, en su tiempo, haya permitido la vinculación de la Policía provincial con el dinero del narcotráfico.
Recordó a propósito que el jefe de Policía de su tiempo en el poder, Hugo Tognoli, se encuentra procesado por presunto encubrimiento de bandas narcos.
Berni se recuesta en el gobernador porque Bonfatti, objetivamente, requería de una ayuda. Su razonable gestión en otras áreas aparecía opacada por la inseguridad y la irrupción de los narcos fuera de control. El megaoperativo repuso cierta sensación de tranquilidad en buena parte de la ciudad, aunque bastante menos en las zonas afectadas por las mafias. De hecho, en las últimas horas se registraron otros dos asesinatos pese a la presencia de miles de efectivos.
Bonfatti posee necesidades políticas distintas a las de Binner, su antiguo mentor. Pretende concluir su mandato transmitiendo a la población que en la cuestión del narcotráfico, al menos, tomó al toro por las astas.
Su horizonte podría ser, a lo mejor, una diputación. Binner, en cambio, jugaría su última ficha –ya apostó sin suerte en el 2011– a la precandidatura presidencial. Desde un lugar, FAP y UNEN, que puja por una meta: ser visualizado por una buena parte de la sociedad como auténticos opositores.
Una competencia en la cual interfieren, con nitidez, Sergio Massa y Mauricio Macri. En menor proporción, Scioli.
Ese dilema divide aguas en el socialismo. Los alineados con el gobernador sostienen que cualquier progreso en la lucha contra el narcotráfico en Rosario asentaría la idea de un supuesto “modelo” vendible a nivel nacional, que beneficiaría a Binner y a todo el sector del no peronismo. Resulta difícil imaginar que, frente a una situación semejante, no sea el peronismo y la misma Cristina quienes pretendan capitalizar el beneficio. La Presidenta, en su retirada, desearía recuperar posiciones en alguno de los grandes distritos. Buenos Aires asoma bien dividida por la presencia de Massa. Capital es patrimonio del macrismo. En Córdoba talla el PJ antikirchnerista y en Mendoza se recuperaron los radicales a la sombra de Julio Cobos.
Es cierto que al peronismo le costará mucho una recuperación en Santa Fe, porque parece huérfano de liderazgos y proyectos. Pero Berni, al margen del megaoperativo, habría cumplido su misión política si logra inocular la discordia en el FAP (la unión de socialistas y radicales).
Mucho más, si esa discordia extendiera su onda expansiva al territorio nacional.
Los primeros fogonazos, hasta el momento, están circunscriptos al interior del socialismo. La única voz sonora que se oyó fuera de ese universo fue la de Ernesto Sanz. El senador radical resultó elíptico cuando sostuvo que de poco serviría el megaoperativo en Rosario si no existe una estrategia general y un debido resguardo de todas las fronteras. Solanas hizo hincapié en el show del desembarco y Carrió, hasta el presente, se llamó a silencio. El no peronismo viene haciendo un tremendo esfuerzo para llegar en armonía hasta el lanzamiento de la semana venidera. Tiene redactado, incluso, un documento con principios atendibles aunque no conflictivos.
La tarea de Berni tuvo un suplemento que aportó su amigo Luis D’Elía. El desaforado ex piquetero, en un programa de televisión, intentó responsabilizar a Eduardo Duhalde de haber permitido alguna vez permear el narcotráfico en la Argentina. Se conoce que el ex presidente posee más afinidades con Scioli que con Massa.
A esta altura, al gobernador bonaerense lo estarían atormentado los interrogantes: ¿sería útil, para su plan presidencial, un auxilio kirchnerista en la Provincia como la brindada al socialismo en Santa Fe? ¿O le convendría arreglarse por su cuenta? Dependerá, en gran medida, del resultado de la emergencia que declaró por la inseguridad. Ese constituye también un gran enigma para él y para toda la sociedad.