Cuando, hace hoy un año, el cardenal Jean Louis Tauran, en una escena que Visconti se perdió de componer, anunció que el "eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Georgius Marius Dominum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Bergoglio" sería el nuevo jefe del catolicismo, la clase política argentina ingresó en una enorme confusión. El kirchnerismo y sus rivales coincidieron en que la elevación al papado podía convertir al arzobispo de Buenos Aires en la versión criolla de aquel Juan Pablo II que se enfrentó a Wojciech Jaruzelski determinando su caída.
Las diferencias que olvida esa comparación son infinitas. Pero Cristina Kirchner se refirió por primera vez al nuevo papa hablando de "un latinoamericano", mientras algunos de sus fieles chiflaban desde el fondo del salón. Los diputados oficialistas perdieron el habla. Y el hiperbólico Luis DElía presentó a Francisco como un ariete del imperio contra América latina.
En la otra orilla, Elisa Carrió recordó: "Yo había anticipado que este hombre iba a ser papa". Y Sergio Massa confesó que resolvió enfrentar a la Presidenta cuando vio a Bergoglio, de blanco, en el balcón.
Cristina Kirchner necesitó que un amigo, a quien hacía mucho no veía, le hiciera notar la conmoción reinante. Entonces, silenció a los inquisidores de Bergoglio que, encabezados por el CELS de Horacio Verbitsky, denunciaban presuntas complicidades con la dictadura. Y viajó a Roma, llevando en su comitiva a Alicia Oliveira, la más categórica defensora del rol que había cumplido el nuevo papa frente a las atrocidades del gobierno militar. Bergoglio respondió con un almuerzo en Santa Marta. Y se confesó reconfortado porque, en su misa inaugural, la señora de Kirchner buscara a Oliveira, tres filas detrás de ella, para darle el beso de la paz.
Al cabo de un año, el juego político es muy distinto del que oficialistas y opositores habían imaginado. El embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, hace malabares para reescribir la historia: ante Vatican Insider dijo que los Kirchner dejaron de pisar la catedral metropolitana para "federalizar el tedeum".
La misma publicación, vocera extraoficial de la curia romana, anunció una película sobre las gestiones de Bergoglio para salvar gente durante la dictadura. De paso, acusó a Verbitsky de haber participado en secuestros y asesinatos, atribuyendo su supervivencia a sus trabajos para la inteligencia norteamericana (http://vaticaninsider.lastampa.it/es/resenas/dettagliospain/articolo/bergoglio-30553/).
Hace una semana, la señora de Kirchner saludó a Francisco por el aniversario y le contó que viajaría a Europa. El Papa la invitó a almorzar el próximo lunes. En la Casa Rosada sugieren que ella le solicitaría una gestión informal. Bergoglio recibirá a Barack Obama el 27. Y el Gobierno necesita de los Estados Unidos para despejar su frente EXTERNO. Y hay dificultades comprensibles: por ejemplo, ayer el secretario de Estado, John Kerry, desestimó que su país se presente como como amicus curiae a favor de la Argentina en el litigio con los holdouts.
¿Por qué Bergoglio se convirtió en un agente de la estabilidad oficial? Habría que recordar que ya como arzobispo él hizo gestos muy amigables, como la oración fúnebre por Néstor Kirchner, por ejemplo (http://www.cienciayfe.com.ar/a2010/articulo/dnestork.htm). Además, es obvio que su contexto se ha globalizado: hoy tendría puesta la mirada en un hipotético viaje a China, del que su visita a Corea del Sur, en agosto, sería una antesala.
Pero hay un motivo más sustancial: la distancia ideológica entre Bergoglio y el Gobierno es menor que lo que el propio kirchnerismo presentía. Para advertirlo basta leer la pasable condena al capitalismo que aparece en los parágrafos 53 a 58 de la exhortación Evangelii Gaudium. Nada nuevo: la tradición católica tiene un sesgo antiliberal que le permite una convivencia apacible con el populismo.
Se podría imaginar otra inspiración para el comportamiento de Francisco: su concepción del poder, identificable en sus lecturas. Al Papa le gusta escandalizar con cierta incorrección. Cuando, en una antigua charla entre colegas, le preguntaron qué le hubiera gustado ser si no fuera sacerdote, contestó: "Comando". Hace más de 40 años, Bergoglio descubrió el placer por la estrategia. Leyó a Maquiavelo, a Von Clausewitz y a Von der Goltz. Pero su maestro es Basil Liddell Hart, inspirador del pensamiento militar británico, cuyos libros circulaban entre los peronistas de Guardia de Hierro en los años 70. La estrategia de la aproximación indirecta es el texto de cabecera del Pontífice, que debería leer la camarilla cardenalicia amenazada en el Vaticano. Algunos párrafos sorprenden por la afinidad con la conducta de Bergoglio. "El objetivo debe ser debilitar la resistencia del adversario antes que vencerla". "Los profetas han sido fundamentales para el progreso porque expresan la verdad; pero la aceptación de esa verdad depende de los conductores de masas, que deben conciliarla con la sensibilidad de la época. El destino del profeta es morir lapidado. Pero si el lapidado es el conductor de masas, es porque ha fracasado." "Para que la verdad sea aceptada hay que evitar el ataque frontal y buscar el flanco del otro que es más vulnerable a esa verdad." "La verdadera victoria consiste en obligar al adversario a abandonar su propósito con la menor pérdida propia." "El mejor general es el que sabe convertir la guerra en paz." "Como dijo Napoleón, en la guerra «lo moral está con lo físico en relación de tres a uno»." "El único principio invariable es que los medios y las condiciones varían sin cesar." "Cortar al enemigo su última vía de escape es el modo más seguro de infundirle el valor de la desesperación."
Bergoglio recomienda a los argentinos que lo visitan "ayudar a la Presidenta". Como si fuera una consecuencia de ese axioma, todavía no recibió a Hugo Moyano ni a Massa. El único que no entendió el mensaje es Eduardo Duhalde, mentor de Daniel Scioli, que regresó a Buenos Aires anunciando el apocalipsis. Algunos peregrinos creen que el Papa bendice a un candidato. Pero, antes que un sujeto, ese candidato es una agenda. En el año transcurrido, Bergoglio tomó dos iniciativas contundentes. A través del rector de la UCA, Víctor Fernández, bloqueó la reforma del Código Civil, que contrariaba la bioética católica. Y, por medio de la Conferencia Episcopal, abrió el debate sobre el narcotráfico. Perplejo, el Gobierno intentó neutralizarlo con el recurso casi infantil de poner la Sedronar en manos de un curita.
Bergoglio procura cooperar con la Presidenta. Pero el daño que le ha hecho es involuntario, sutil e irreparable. El kirchnerismo basó siempre su dominio en una polarización entre "ellos" y "nosotros". Pero la corriente emocional que desató la elección del nuevo papa desbarató esa clasificación. Formó otro conjunto. Otro "ellos", otro "nosotros". E hizo colapsar una fuente de poder.