La segunda se allana a ceder el control del poder en tiempo y forma, según lo previsto en las reglas vigentes. Ésta es la forma republicana de la transmisión del poder. En la fórmula autoritaria de transmisión del poder impera cierta nostalgia del poder absoluto característico de las monarquías. Por eso los tiempos finales del poder en los regímenes de vocación autoritaria son tensos, ya que el Gobierno entrega el poder de mala gana y alienta hasta el final la ilusión de conservarlo.
Cuando el titular de un gobierno republicano es él mismo republicano, no se presentan problemas de sucesión. El problema surge cuando un gobierno republicano tiene vocación monárquica y, como tal, aspira a perdurar más allá de sus límites naturales. Tal fue el caso de los Kirchner. En tiempos de Néstor, éste procuró serle fiel a su aspiración autoritaria ideando lo que dio en llamarse la "alternancia conyugal", en virtud de la cual Néstor y Cristina se sucederían indefinidamente en el poder. La súbita muerte de Néstor impidió la aplicación de esta fórmula. Es que a veces los poderosos se olvidan de que también ellos son mortales.
Lo que hemos tenido hasta ahora, por lo visto, es un híbrido. Desaparecido Néstor, la tendencia autoritaria de Cristina lo sobrevivió. Hoy se sospecha con fundamento que, ya sin poder cumplir el sueño inicial "Néstor-Cristina", la Presidenta parece alimentar la ilusión paralela "Cristina-Máximo". El alimento es otro, pero el hambre es la misma. La ambición del poder de los Kirchner no es, decididamente, "republicana". No sólo es monárquica. Además, es "dinástica", ya que no se aloja en una sola generación.
Pero el principal desafío que sobrellevan los Kirchner, hoy, es otro: la gente, el pueblo, dejó de quererlos. En las elecciones del 27 de octubre, les dijo que no. En las elecciones de 2011, Cristina había logrado el 54% del total. Pero en el último octubre, descendió bruscamente. Hoy no llega al 30%. Su ciclo de poder se agota. Por un largo tiempo, el problema principal era lograr que Cristina se sujetara a las reglas republicanas. El problema principal, ahora, es otro: que los argentinos decidamos quién sucederá a Cristina en 2015. Un dilema que recién comienza a sobrevolarnos.
Si la regla de la alternancia se cumple, la república subsiste. Cuando se cumpla el segundo período de Obama, nadie duda dentro o fuera de los Estados Unidos que en el Norte habrá otro presidente. Entre nosotros ha habido diversas dudas. Primero, si Cristina lograría ser "eterna". Segundo, si conseguiría, en caso contrario, imponer por lo menos un sucesor. Tercero, si podría al menos gravitar sobre la elección de un sucesor. Muchas preguntas, pocas respuestas.
Trabajosamente, pues, nos vamos acercando al ideal republicano, que lleva siglos en los países estables. La pretensión opuesta de inyectar un residuo monárquico-dinástico en la república democrática, que ha sido la nuestra, dio lugar al título que encabeza este artículo: el del "verticalismo catastrófico"; la voz "catá", en efecto, alude a ese pasaje de los poemas trágicos griegos donde todo se viene abajo y perecen hasta los protagonistas, donde se agotan "las libélulas vagas de una vaga ilusión" de las que hablaba Rubén Darío en un inolvidable poema y que podríamos recordar ahora, cuando la ilusión del cristinismo corre a su fin.
Cuando rige en un país la vocación republicana, como en Europa o en la mayor parte de América latina, la sucesión del poder deja de ser traumática. Lo es todavía en la Venezuela de Maduro y lo fue hasta ayer nomás en la Argentina de Cristina. La ilusión autoritaria de los Kirchner falleció en tres etapas. Primero, con la imprevista muerte de Néstor. Segundo, cuando la Presidenta debió abandonar el sueño de la reelección indefinida. Tercero, cuando, en octubre último, el propio pueblo le bajó el pulgar.
¿Qué le queda entonces a Cristina? Sólo sueños imperiales que se van diluyendo. Meros residuos de un poder que parecía omnímodo, pero que se evapora entre sus manos. Y una gran lección: de ahora en más, será cada vez más difícil, hasta convertirse en imposible, albergar ensoñaciones autoritarias en la Argentina. Sería interesante, en este sentido, recordar las etapas decrecientes de la ilusión virreinal que nos embargó desde los antiguos virreyes hasta los militares. Y los últimos intentos que rodearon el reeleccionismo del propio Menem. Pero la república ha demostrado ser, al fin, más consistente que todos ellos. De ahora en adelante, nos acompañará, quizás, hasta el fin de los tiempos.