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Me quieren ver presa”. Cristina Fernández lanzó esa frase, con bronca pero sin drama, durante el tránsito entre el año nuevo y el año que se fue. Tuvo en ese tiempo reuniones con sus hijos, Máximo y Florencia Kirchner, con parientes políticos y con un grupo selecto de amigos de El Calafate. Sobre la actualidad conversó, sobre todo, con Máximo. Con Florencia se habría ocupado de cuestiones personales y privadas.

Aquella referencia de la Presidenta apuntó, con exclusividad, a la divulgación del manejo raro de fondos que se le adjudica al empresario K, Lázaro Báez, amigo histórico del matrimonio. A saber: pagos millonarios y oscuros para alquilar cientos de habitaciones, nunca utilizadas, en hoteles que son propiedad de los Kirchner. Desembolsos de similar volumen –falseando, al parecer, sus ingresos– para adquirir inmuebles que pertenecieron a la pareja presidencial. El hilo de la historia, para peor, no se cortaría allí.

Cristina no habría hecho en esos diálogos ninguna alusión a los supuestos promotores de su pretendido encarcelamiento. Se limitó a hablar de su difusión y no de la resonancia que tuvieron y tienen entre la dirigencia opositora.

El nudo del problema serían, entonces, los medios de comunicación que durante el 2013 empezaron a revelar noticias sobre la presunta existencia de una ruta clandestina de dinero K. El trastorno, como siempre bajo su cristal, no sería aquello que sucede sino sólo su descripción.

Es la Presidenta conocida, calcada a la que se vio forzada a replegarse de la gran escena a raíz de su doble dolencia.

La preocupación presidencial ayudaría a comprender las últimas maniobras kirchneristas en el mundo judicial. La suspensión, por ejemplo, del fiscal José María Campagnoli que investigaba a Báez y a otros hombres cercanos al poder. El acoso de la procuradora general, Alejandra Gils Carbó, contra Guillermo Marijuan que entiende en el mismo tema. La mora del juez Sebastián Cassanello para intercambiar información con Uruguay y Suiza sobre inciertos fondos K. La negligencia, voluntaria o no, de José Sbatella, titular de la UIF (Unidad de Investigaciones Financieras) acerca de viejos movimientos de dinero realizados por el empresario patagónico. La presteza kirchnerista para cubrir con magistrados afines las nuevas Cámaras de Casación surgidas de un tramo de la reforma judicial. En el mismo sentido, los pliegos de conjueces para la Corte Suprema enviados al Congreso mientras la polvareda por el ascenso del general César Milani parecía cubrirlo todo. Una estrategia global preventiva y defensiva, sin dudas.

Ninguno de todos esos movimientos habrían sido ajenos a Cristina. Ella está lejos, silenciosa, pero detrás de cada una de las decisiones.

Lo supo Ricardo Echegaray, que debió explicar su fin de año en Brasil.

Aquel entretejido judicial, si se mira bien, tendría más que ver con la intención de resguardar a Báez que con otros casos de corrupción que también sacuden al poder. Nada de eso indicaría que la Presidenta se desentendió de Amado Boudou y el escándalo Ciccone. Pero ese caso progresó mucho y el juez Ariel Lijo, más temprano o tarde, deberá tomar alguna determinación sobre el vicepresidente.

En la desaparición pública de Cristina podría existir una mezcla de necesidad y conveniencia. Es cierto que los médicos le recomendaron trabajar largo tiempo a media máquina para su plena recuperación. Pero el retiro le permite también no exhibirse en el momento en que el Gobierno ha iniciado un ajuste desmañado del modelo económico. Esa es la conjetura que prende con mayor facilidad en la oposición cuando refiere al ausentismo de Cristina. Pero habría otra cosa: el cristinismo se propondría imitar el manejo que el chavismohizo durante más de un año de la fatal enfermedad de su líder. Por largos períodos nada se sabía de Hugo Chávez mientras en Venezuela sucedían malas cosas. Sus súbitas apariciones –hasta que pudo– parecían encauzarlo todo. Una apelación a la magia que duró hasta su último respiro.

En la Argentina, sin embargo, ocurrieron otros episodios. Que el chavismo no sufrió. Cristina fue derrotada en 90 días dos veces en las urnas. Se tronchó su proyecto reeleccionista, quedó huérfana de una sucesión potable y el cristinismo empezó a agrietarse bastante antes de lo esperado. La vanguardia intelectual –simbolizada en Carta Abierta– se convirtió en retaguardia luego del empecinado ascenso de Milani. Se advierte allí, tardíamente, alguna crisis de conciencia.

La Presidenta tendría –aún a esta altura– una mirada básica en torno a esa complicada realidad. Supone que todos los infortunios, incluidos la corrupción y el alza de los precios, obedecería a la falta de expectativa sobre la continuidad del proyecto. Creyó que la designación de Jorge Capitanich podía atenuar esa carencia. Pero ella misma se encargó de lijar la hipotética potencialidad del jefe de Gabinete. Lo obligó a contramarchas y ciertos papelones. Axel Kicillof nunca soñó con entrar en esa competencia. Por eso, quizá, su extraño bajo perfil en un momento en que la economía se desacomoda con rapidez y peligro. En más de un mes como jefe de Economía su único papel consistió en un acompañamiento secundario del nuevo acuerdo de precios.

Cristina sigue estimando que la inflación no es un problema genuino de la economía sino un fenómeno acicateado por sectores empresarios y por medios de comunicación. Así pensaba Guillermo Moreno mientras fue secretario de Comercio. Máximo repite lo mismo.

¿Existe algún diálogo secreto entre la Presidenta y su hijo con el ex funcionario, que por ahora retrasa su viaje a la embajada en Italia?

Bajo esa sintonía modulan Capitanich y Kicillof pese a que sus verdaderas convicciones pasarían por otro meridiano.

El ministro de Economía es el representante en todas las empresas en las cuales el Estado posee participación.

Se resguardó frente a la crisis energética y los cortes de luz pese a que la mayoría de los directores en Edenor y Edesur le responden. Las caras del Gobierno ante el conflicto fueron las de Capitanich y Julio De Vido. Al ministro de Planificación lo había tildado de inútil cuando desembarcó en las empresas de electricidad. Kicillof supo izar también las banderas de la expropiación de YPF y del reciente acuerdo con la española Repsol, a la cual habrá que compensarla con el pago de US$ 5.000 millones. La petrolera estatizada lleva ya casi dos años y sólo en el último acumula un 43% de aumento en el precio de las naftas. Hasta las abuelas saben que cualquier incremento en los combustiblesimpacta sobre la inflación.

La inflación ayudaría a explicar, en parte, el diciembre trágico que vivió la Argentina. Las crisis policiales en 21 de los 24 distritos tuvieron ese detonante. Salarios bajos y dispares que fueron corroídos por el alza de precios. Para sofocar los conflictos los gobernadores debieron apelar a aumentos que están por encima de los recursos provinciales. El Gobierno empezó por condonarle deudas a esos mandatarios. Pronto deberá girarle fondos extra para evitar rebrotes. La onda expansiva amenaza extenderse: uno de cada cuatro trabajadores pertenece al Estado; se avecinan además las paritarias. Sobrevuela la impresión de una cercana agitación social.

La oposición pareció tomar nota de ese cuadro. En pleno arranque del verano, sobre un balcón del Paraná, se juntaron radicales, socialistas, la Coalición y dirigentes del GEN. El propósito no fue debatir candidaturas, todavía lejanas, sino diseñar un plan común por si irrumpiera una emergencia. Quedó redactado un borrador de cinco puntos que nadie se atrevió a ventilar. Sergio Massa, en simultáneo, lanzó la Mesa de Conducción de su Frente Renovador, escoltado por Carlos Reutemann y Roberto Lavagna. Rearmando el rompecabezas de los diálogos y exposiciones en ambos encuentros pudo arribarse a un punto convergente: los opositores creen que habrá que prepararse para atravesar un 2014 caldeado antes de maquinar la sucesión del 2015.

Daniel Scioli nunca lo dirá pero podría haber estado con Massa o en el cónclave de Rosario. Módicamente trazó sus líneas. Se mostró con José de la Sota, se reunió con Hugo Moyano y dejó trascender que está consultando a Lavagna. Tampoco por capricho Mauricio Macri dispuso que la vicejefa porteña, María Eugenia Vidal, se apure a desembarcar en Buenos Aires.

Cristina está convencida de que todo ese despliegue opositor es aspaviento. Tal vez su hábitat remoto le impide conocer que el peronismo que aún le jura fidelidad también está adoptando previsiones. Barones del conurbano y gobernadores de provincias chicas aprovecharon estos días para hablar sobre lo que vendría con la excusa de los brindis.

Todos ellos perciben una multiplicación del malhumor social. Confían en que el desarrollo del verano aplaque los ánimos. Pero marzo está a la vuelta de la esquina. Ninguno se explica tampoco la conducta de ciertos funcionarios. El secretario de Energía, Daniel Cameron, jugando al golf cuando los cortes de luz atravesaban su climax. Echegaray, celebrando fin de año en Río de Janeiro con un derroche de dólares y disturbios. Es el titular de la AFIP que instrumenta el cepo y ejerce,muchas veces de modo persecutorio, la mayor presión tributaria de la historia. Ahora se dice víctima de una persecución mediática.

No sólo la realidad parece haber hecho trizas el relato cristinista. También se está cargando los últimos restos del sentido común.