Los resultados han sido insatisfactorios para el oficialismo. Más insatisfactorios todavía que a fines de 2011 y de 2012, cuando ya empezaba a prevalecer el pesimismo oficial. Una minoría cada vez más "minoritaria" apenas ve perspectivas positivas en temas tales como la economía, el desempleo, la inflación y la inseguridad. Aunque los encuestados reflejaron su alivio por el alejamiento de Guillermo Moreno, esta sensación particular, si bien es mayoritaria en sí misma, no anuló el pesimismo generalizado. Axel Kicillof recibió más críticas que aplausos, y en cuanto a Jorge Capitanich, prevaleció el desconcierto. Para encontrar reacciones positivas, habría que retroceder hasta 2010.
Estos datos estadísticos confirman, por otra parte, la derrota del Gobierno en las elecciones del 27 de octubre. El Gobierno ha ido de mayor a menor. ¿Serán acertadas entonces las conjeturas que apuntan hacia un fin de ciclo? ¿Se avizora el agotamiento del kirchnerismo, después de una década de vigencia? En dos años más terminará el segundo período presidencial de Cristina Kirchner. También terminará, con él, la ilusión re-reeleccionista de la propia Presidenta. En 2015 se acabará la fantasía de "Cristina eterna". Habrá otro presidente o presidenta. Volveremos "casi" a la normalidad, pero este "casi" todavía vale porque el retorno a la normalidad hasta ahora no ha sido aceptado nada menos que por la propia Presidenta, que aún sigue fascinada, al parecer, por "la libélula vaga de una vaga ilusión" de la que hablaba Rubén Darío en un inolvidable poema.
Nos hallamos entonces frente a una situación cerrada, circular, que podríamos describir así: Cristina quisiera seguir más allá de 20l5 porque ésta era la intención original que había concebido con Néstor, pero hoy no puede ni reconoce que no puede; su gobierno, por lo tanto, está paralizado por una duda insuperable. Es como un enfermo terminal que se empeña en negar la inminencia de su propia muerte.
Entre los gobiernos latinoamericanos que nos rodean ocurre lo contrario. Cuando un gobierno republicano llega a su fin, como lo acepta naturalmente, su prioridad es buscar un sucesor; quizá lo logre o quizá no, pero su éxito o fracaso en esta materia no bloqueará en todo caso el mecanismo natural de las sucesiones republicanas. Lo que pasa es que ni Néstor ni Cristina fueron nunca republicanos, ya que imaginaron un matrimonio imperecedero en el poder. Esperemos que sus sucesores sean verdaderamente republicanos, porque sólo entonces la Argentina se bañará por fin en las aguas termales de la normalidad que bañan al resto de las naciones de casi toda América.
El pesimismo natural que aqueja al Gobierno en ésta, su fase terminal, no debiera extenderse sin más al resto del sistema político. Al contrario: tendría que dejar su lugar a una suerte de renacimiento de las fuerzas republicanas ante el ocaso del kirchnerismo. Este renacimiento, empero, ¿se está anunciando? ¿O la agonía kirchnerista se ha contagiado, acaso, al resto de nuestra vida política?
Esta pregunta viene a subrayar las prioridades republicanas en estos momentos. La agonía del totalitarismo kirchnerista no debe ser lamentada; el contrario, debe ser bienvenida como el anuncio de una profunda renovación republicana. Pero esta renovación debe acaecer de hecho, en las convicciones y en las conductas. El poskirchnerismo se apresta a triunfar. Debemos recibirlo gozosamente cuanto antes, pero no sólo como el mero advenimiento de una reacción largamente esperada contra el gobierno que termina, sino también como el pleno asentamiento de esa república plenaria que aún los argentinos nos debemos.
Hace bien el kirchnerismo en probar el sabor amargo del pesimismo. Pero este sabor no tiene por qué extenderse al resto de los argentinos. Reconozcamos y hasta respetemos por lo tanto el sabor amargo que siente el kirchnerismo. Él es culpable por sentirlo, ya que osó demasiado. Pero evitemos al mismo tiempo que esta sensación se expanda al resto de los argentinos. Que nos embargue, al contrario, una creciente alegría, ya que estamos por ponernos en marcha en dirección de una república imperecedera, con el resto de las repúblicas afianzadas de Europa y América.