La tesis básica del libro Claves para repensar el agro argentino es que la producción agrícola se ha convertido en la Argentina en una fuente genuina de acumulación, cuyo nivel de productividad –el más elevado de la estructura económica– la ha tornado internacionalmente competitiva y con capacidad para generar rentas netas significativas que permiten repensar la estrategia económica del país.
Este hecho obliga a replantear la estrategia de desarrollo de la Argentina, porque en las condiciones de una economía globalizada y crecientemente integrada, ningún sector económico, y ante todo la industria manufacturera, puede subsistir en el largo plazo si no se torna globalmente competitiva, al igual que ha sucedido con la producción agroalimentaria.
Esto ocurre cuando el capitalismo avanzado ha desatado una nueva revolución tecnológica en el campo de la “bioeconomía” (aplicación de nuevos paradigmas productivos/organizativos por el despliegue de la “biotecnología” en la producción primaria).
Lo que está en marcha es una “revolución biotecnológica”, que es la fase posterior –y superior– a la “revolución verde” de los 70 y 80; y en esta nueva revolución tecnológica, el agro argentino está ubicado en el pelotón de vanguardia de la innovación, y lo hace con un capital humano que está entre los más calificados del mundo.
Es lo contrario de lo que sucedía en la década del 60, cuando la producción agrícola estaba retrasada más de 20 años respecto a la “revolución verde”. El agro argentino es capaz hoy de producir 100 millones de toneladas de granos y 160 millones de toneladas posibles casi de inmediato, con la sola condición de que la política del gobierno pase de la hostilidad al estímulo.
En 2003, era ya tecnológicamente avanzado, tras haber absorbido en gran escala tecnologías ahorradoras de costos y disponer de una nueva estructura organizativa; y entonces llegó la explosión de precios internacionales ocasionada por el incremento excepcional de la demanda de los países emergentes.
El resultado fue que se pudo aprovechar plenamente el potencial productivo del nuevo paradigma organizativo y tecnológico, mientras aparecía en la punta de lanza del sistema la “agricultura de precisión”, fundada en la tecnología satelital.
Un punto fundamental establecido por los autores es que el campo argentino ha cambiado de naturaleza en términos productivos. Ha dejado de ser un enclave de alta productividad exportadora, pero separado de la estructura industrial y de servicios, y se ha convertido en un segmento esencial de la misma. Dice Mercedes Campi: “En el nuevo modelo, la producción primaria está articulada con las etapas previas y posteriores (industria proveedora de insumos, comercialización y servicios), de modo que los límites de cada una se han desdibujado. El nuevo paquete (tecnológico/organizativo) se basa en el uso de insumos industriales, cuya fabricación ocurre fuera del establecimiento agropecuario, por lo cual gran parte de la tecnología es provista por la industria o el sector servicios”.
Por eso agregan Bisang y Gutman: “(…) esto lleva a visualizar el sector como una red o trama productiva en la cual interactúan empresas, proveedores y clientes a través de contratos formales e informales, que están vinculados a lo largo del tiempo con lenguajes y códigos comunes, que facilitan los procesos de coordinación y mejoran la especialización de las actividades, al tiempo que convierten al espacio económico en que se desarrollan en un segmento de generación de ventajas competitivas genuinas”.
Los pooles de siembra son la nueva estructura básica: “trabajan con economías de escala que les permiten abaratar costos mediante la compra de insumos a precios más bajos (…). Dado que buscan liquidez, no poseen capital fijo, lo que compensan con la demanda de contratistas de labores (…); y al evitar la inversión en tierras, el arrendamiento les permite concentrar las inversiones en insumos, y así alcanzar el más alto nivel tecnológico, al tiempo que dispersan territorialmente la producción, reduciendo los riesgos climáticos”.
El comercio internacional contemporáneo se realiza a través de las cadenas globales de producción y comercialización, constituidas por las empresas transnacionales; y el agro argentino es parte significativa de estas cadenas transnacionales de valor.
Los datos del comercio mundial de alimentos son los siguientes: las importaciones sumaron US$ 970.000 millones entre 2008 y 2010, con una tasa de crecimiento de 12% anual. La mitad de los bienes transados son industrialmente transformados, y exhiben el mayor valor por tonelada. Sin embargo, los productos que han demostrado mayor expansión son los que no experimentan transformación alguna (granos).
La Argentina es particularmente relevante en el mercado de bienes primarios (5,3% del total mundial); y los bienes que exporta están dominados por la soja (54% de sus ventas externas); pero sólo participa del 1% del comercio de bienes elaborados.
De ahí que el valor promedio de sus exportaciones por tonelada sea bajo (US$ 453), la mitad del valor promedio unitario global (US$ 800).
Una conclusión se impone: la Argentina debe escalar en la cadena del valor agregado de sus exportaciones, incorporándose plenamente a la corriente global de productos elaborados.