La tímida primavera de la que disfrutó Cristina Kirchner desde que reorganizó su gobierno acaba de terminar. Su final llegó de la mano de una perturbación que produce el mayor malestar social según todas las encuestas: la inseguridad. El modo en que se tramitó la crisis aleja a la Presidenta de los objetivos que se había fijado al remodelar su gabinete.
Si había que tranquilizar a los caudillos del PJ después de las derrotas de octubre, se ha conseguido lo contrario: los gobernadores que se preguntaban cómo ganar en 2015 ahora están más inquietos por saber en qué condiciones van a llegar a ese año. El Tucumán de los Alperovich pasó del desborde a la dura represión. Y el salteño Juan Urtubey no consiguió aplacar a sus vigilantes ni con un 50% de mejora salarial. A la pérdida de poder del retroceso electoral se sumó el esmeril de la ingobernabilidad. Y Jorge Capitanich, que iba a ser una solución para el desasosiego peronista, se convirtió en parte del problema.
El otro propósito que guiaba a Cristina Kirchner -estabilizar la economía mediante un acuerdo de precios y salarios- también se vio interferido. Va a ser muy difícil que Axel Kicillof consiga que los sindicatos acepten aumentos que no superen el 18% cuando el sector público acaba de ofrecer un auténtico salariazo.
De modo que la operación "Arco Iris", como se denominó la aparición de una Cristina Kirchner reinventada después de la tormenta de las urnas, ha fracasado.
El punto de partida fue el acuartelamiento que decidió la policía cordobesa mientras José Manuel de la Sota estaba en Panamá. Frente al caos que se desató, la Presidenta podría haber enviado al teniente coronel Sergio Berni para reponer el orden. Berni, que cuenta en Jesús María con un importante establecimiento de la Gendarmería, habría estado en condiciones de patrullar las calles de la ciudad de Córdoba. No hacen falta más de 250 móviles. El general César Milani lo podría haber ayudado con esa logística, como prevé la ley de seguridad interior. El final de la película hubiera sido rutilante: Berni recibiendo en el aeropuerto de Pajas Blancas a un humillado De la Sota con el saludo "la casa está en orden".
Los hechos ocurrieron de otra manera. La señora de Kirchner prefirió las ideas de Carlos Zannini. Este cordobés pensó que el Gobierno podría sumar votos entre sus comprovincianos privándolos de toda protección. Zannini cumplió con el protocolo kirchnerista: la Gendarmería también fue retirada de los municipios gobernados por el Frente Renovador de Sergio Massa después de los comicios del 27 de octubre.
Zannini creyó que, con su consejo, mataba dos pájaros de un tiro. Castigaba a su odiado De la Sota, acusado por la Casa Rosada de candidatearse como presidente interino en el caso de un colapso oficial. Y también abortaba la cándida perestroika de Capitanich, contramodelo del aislamiento combativo que él predica.
Habría que estudiar si Zannini no es a la política lo que Guillermo Moreno a la economía. Inspirador de mil conspiraciones en la fantasía de su jefa, Zannini está demostrando ser, como el exiliado de Piazza dellEsquilino, un Michelangelo de la mala praxis. De la Sota regresó a una Córdoba incendiada, con su poder de negociación muy menguado: venía de enfrentarse con la policía, acusada por la infiltración del narcotráfico. Zannini no calculó que, acorralado, De la Sota cedería a lo que le pidieran. Tampoco imaginó que, al conquistar un incremento cercano al 40%, los uniformados cordobeses serían la vanguardia de una reivindicación salarial de las demás jurisdicciones. Queda para la historia del maquiavelismo criollo determinar si el gobernador de Córdoba era consciente de que con su generosa paritaria incendiaría el resto del país. A bordo del avión que lo devolvió desde América Central tuvo más de seis horas para pensarlo.
Hasta ayer la turbulencia había dejado una docena de muertos. Cuando se disipe quedará, igual, una incógnita: si la Argentina tendrá que acostumbrarse a soportar un levantamiento policial cada diciembre. Es decir, si así como los maestros aprovechan en febrero el poder de negociación que les otorga la inminencia de las clases, las fuerzas de seguridad no comenzarán a mostrarse levantiscas en vísperas de los rutinarios saqueos de Navidad, que es cuando el proyecto nacional y popular más las necesita.
Cuentas provinciales
Con la tragedia de estos días salió a luz un problema de larga duración: la crisis fiscal del sector público. Las provincias destinan a los sueldos del personal de seguridad unos 50.000 millones de pesos por año. Es el 10% de su presupuesto total. Los aumentos otorgados, que van del 30 al 50%, representan un gasto adicional de alrededor de 20.000 millones de pesos. El déficit global de las administraciones provinciales se acaba de duplicar.
La provincia de Buenos Aires está a la cabeza de esta crisis de las cuentas públicas. Daniel Scioli no cerró la negociación con la policía. Cedió una suma fija de 2700 pesos que no alcanza a los retirados y tiene baja incidencia en los mejores ingresos. Así y todo, incrementó en 2000 millones los 14.000 millones de pesos del déficit provincial. A partir de enero deberá hacer frente a una nueva suba de salarios. Scioli deberá renegociar el presupuesto con Massa. La Casa Rosada lo ayuda, como siempre, al acusar a Massa de golpista.
La presión policial se explica por muchísimos factores. Pero, si se aleja el foco de los detalles, aparece un problema estructural: en los últimos años los empleados del Estado han ido perdiendo poder adquisitivo. El economista Nicolás Dujovne detectó que, según el Indec, desde octubre de 2010 los sueldos privados aumentaron 111%. En cambio los sueldos públicos sólo subieron un 60%. Si se arbitran esas cifras con la inflación verdadera, los empleados privados mejoraron su salario real un 36% y los estatales perdieron un 15%. Cuando la comparación se extiende a los últimos 10 años, la suba del salario real privado fue del 51%. Y la caída del público, del 7%. La década ganada pasó de largo para los trabajadores del Estado, entre los que están los policías.
El aumento en la cantidad de empleados de la administración pública impidió un incremento equivalente en el salario. Si el Gobierno hubiera estimulado un mayor dinamismo en el sector privado, siempre más productivo, las empresas hubieran tomado más empleados, que hoy ganarían mejor. Pero la mentalidad oficial opera con otras consignas. Kicillof acaba de adornar el frente del Palacio de Hacienda con la leyenda "E2 = economía x el Estado". Estatismo y desarrollo son, para él, la misma cosa.
Habrá que explicar esa ecuación a los gobernadores, que están cada vez más angustiados por la falta de recursos. Jorge Sarghini calcula que, en lo que va de la década, las provincias cedieron a la Nación el 50% de sus recursos de coparticipación. En esta apropiación se combinan desviaciones hacia la Anses, distribución asimétrica de impuestos como el del cheque, no distribución de las retenciones, etc. El reparto federal es día a día más discrecional y exige una mayor emisión monetaria. El saldo de estas tendencias es muy curioso. El kirchnerismo condujo hacia el unitarismo fiscal. Pero cuando se trata de cumplir con las prestaciones del sector público, las provincias son tratadas como si fueran Estados extranjeros. Frente a un brote de inseguridad, por ejemplo, la Presidenta decide adónde manda la Gendarmería y adónde no, según su capricho. Aun cuando el artículo 24 de la ley de seguridad interior la obliga a socorrer a las demás jurisdicciones si sus autoridades lo requieren.
El desequilibrio fiscal aumentará las tensiones entre Cristina Kirchner y su partido. Los gobernadores ignoran de dónde saldrán los fondos para solventar sus generosas concesiones salariales a los policías, que seguirán con los demás servidores del Estado. Kicillof debería ir preparándose para una gran paritaria fiscal con los jefes de provincia. El tembladeral lo encontró en China, topos uranos de su ensueño Estadocéntrico. Fue a pedir plata prestada para continuar con el desendeudamiento. Los jerarcas del PC lo halagaron elogiando "la capacidad de la Argentina para sustraerse a la crisis mundial". ¿Cortesía milenaria o sentido del humor?
Contra el telón de fondo de la crisis cobra relieve una escena al parecer protocolar: la reunión de Capitanich con De la Sota. El gobernador de Córdoba celebró el encuentro, aunque salió de la Casa Rosada sin llevarse una moneda. Su cometido era político: con una zozobra fiscal que se ha agravado, hace falta más que antes contar con un interlocutor en el gobierno nacional. ¿Quién mejor que Capitanich? Con la estrategia que le impusieron en Olivos, hasta el Chaco quedó en llamas. De la Sota y Capitanich se colocaron el respirador el uno al otro. Esta solidaridad de peronistas esconde otra armonía: los dos son adversarios de Zannini.