¿En la dirección de los vientos o en su propia mente? Si el navegante supiera adónde quiere ir, ajustar el velamen de su nave sería, para él, apenas un problema técnico que podría resolver con profesionalidad. Pero si el navegante no supiera adónde ir, ¿cuál sería el factor al que podría echar mano para remediar esta carencia? ¿Quién podría llenar este vacío, ya no técnico sino existencial?
Si la Presidenta tuviera en claro adónde quiere ir en el transcurso de los dos años que le quedan para terminar su mandato, algunos coincidirían con ella y otros se opondrían a ella, pero unos y otros tendrían en claro cómo conducirse frente a ella. Si Cristina no sabe en cambio adónde quiere ir, tanto la adhesión como el rechazo a su conducción pierden sentido. En la medida en que ella no sepa hacia dónde ir, tanto el oficialismo como la oposición se vacían de argumentos. ¿Es esto lo que les está pasando a Cristina y, en consecuencia, al país?
Esta duda contradice, al parecer, la imagen de una Cristina autoritaria. La Presidenta es autoritaria hacia adentro, en cuanto impone a sus colaboradores una rígida obediencia, pero no funciona hacia afuera, hacia el horizonte, por la ausencia de un proyecto. Los militantes de La Cámpora marcan el paso, pero no saben hacia dónde apuntan sus pasos. Su única preocupación parece ser obedecerle a Cristina y, mientras tanto, sacar ventajas personales o entregarse al fanatismo. ¿Es ésta, acaso, la naturaleza de su liderazgo?
Cuando un partido o un líder manda en un país democrático, ofrece una meta, un rumbo, y si la mayoría lo acompaña, intenta gobernar. Tiempo después, la mayoría ratifica o rectifica su mandato y, en este último caso, otro líder ocupa finalmente su lugar. En 2011, Cristina fue reelegida abrumadoramente. Pero en 2013, el pueblo le bajó el pulgar. La Presidenta no reconoció esta derrota categórica. ¿Marcha hacia 2015, entonces, en dirección de una nueva desautorización popular? Si la Presidenta ha perdido su antiguo ascendiente y si es, al mismo tiempo, una gran negadora de la realidad, sea ésta la inflación o la impopularidad, ¿se está quedando el país sin liderazgo? Pero ¿hacia dónde iríamos sin liderazgo?
Decía Ortega y Gasset que, para entender un problema, por lo pronto, hay que contarlo y a esto lo llamaba "la razón narrativa". Para entender la crisis de liderazgo que padecemos hoy los argentinos, habría que empezar por recordar que en 2003 los Kirchner no aspiraron a un gobierno republicano, con límites y plazos, sino a un poder total, sin límites ni plazos. Esta desmesura quedó desmentida, primero, por la muerte de Néstor en 2010 y, después, por la derrota electoral de Cristina en 2013. Cristina se ha quedado sin proyecto, en consecuencia, porque no ha podido transformar la ambición totalitaria que compartía con Néstor en una ambición republicana y se ha colocado así al margen del sistema. Se ha quedado, decíamos, sin argumento, y en lugar de volver al sistema republicano, con sus límites y sus plazos, ha concebido una ambición amorfa a la que llama "modelo" y que, en el fondo, no quiere decir nada.
¿Habría, empero, un camino republicano para la propia Cristina? Lo habría, pero no lo hay. Si ella terminara por aceptar la república democrática en la que ella vive y nosotros vivimos, toda su energía se concentraría en gobernar lo mejor posible los dos años que le quedan, quizá con la esperanza de influir en la designación de un sucesor de aquí a dos años. ¿Tomará este camino intermedio, moderado, la Presidenta? Difícilmente, porque contradice lo que ella es. La alternativa es que, por imperio de las circunstancias, tenga que rendirse al fin al sucesor que le imponga la vocación republicana del pueblo, ya se llame ese sucesor Massa, Scioli, Macri o algún otro.
La república democrática de los argentinos responderá de este modo a su naturaleza, una larga sucesión de gobiernos cortos, y no, como quisieron los gobiernos no republicanos de Menem y de los Kirchner, de gobiernos largos, cuasi monárquicos. Una y otra vez, por diversas vías, el pueblo les dijo que no mientras esperaba la primera república conducida por auténticos republicanos a partir de 2015 y hasta el fin de los tiempos.