Su interlocutor fue Oscar Parrilli y, para calmar los reclamos, dijo: “Lo que pasa es que Betnaza –el vice primero de la UIA y hombre de Techint– se pintó la cara.” Méndez trataba de concretar la participación de la Presidenta en la inminente Conferencia Industrial que organiza la UIA, pero recibió reproches y percibió la preocupación oficial por la inédita reunión del movimiento empresario, que se congregó inquieto por una realidad política y económica compleja. Méndez empleó la misma frase para enfrentar los cuestionamientos internos que recogió en la entidad que preside por haber participado en esa reunión gubernamental sin comunicación y autorización previa. Pero ahí sus argumentos chocaron con la realidad y tuvo que buscar una salida más sincera: “Yo hago lo que quiero. La semana pasada estuve con Moreno y no lo informé.” Méndez estuvo bajo fuego y sólo la ayuda del propio Betnaza, de Cristiano Rattazzi y de Daniel Funes del Rioja evitó el intento de desautorización pública que promovieron el kirchnerista Juan Lascurain y figuras como Juan Urtubey y Juan Sacco. Sacco le reprochó su actuación: “No podemos dejar que nos maneje la AEA”, dijo.

Pero esta situación refleja la intranquilidad y el nerviosismo que existe en el Gobierno por las acciones de unidad del movimiento empresario. El oficialismo, a través de Parrilli, Guillermo Moreno y del cada más ausente Julio De Vido, fogoneó a empresarios amigos para tratar de opacar la cumbre empresaria. Lo hicieron porque se teme la conformación de un frente productivo que comience a señalar la disparidad entre el “éxito” del relato y la cruda realidad económica.

Pero la deshilachada actuación posterior de Méndez no disimuló lo más significativo: el conjunto de los hombres de negocios se mostró en privado muy inquieto por la inestabilidad del frente externo y la inflación.

Así, Méndez hizo en privado un diagnóstico muy crítico, que después no se animó a sostener en publico. Habló de la desorientación del Gobierno en materia económica y planteó interrogantes sobre la futura gestión de Cristina. Luis Etchevehere fue más directo: “La política económica fracasó.” El anfitrión, Jaime Campos, atacó al Gobierno porque “no respeta los contratos privados y los derechos adquiridos.“ El resto compartió el diagnóstico, pero haciendo objeciones de forma: sostuvo que era poco político salir a cuestionar al Gobierno con Cristina convaleciente.

Los aliados del Gobierno utilizaron errores en la organización para frenar el embate. El encuentro reflejó un hecho concreto: la ausencia de liderazgo entre empresarios. Pero la reunión también mostró que los dirigentes patronales comenzaron a perder el miedo: aceptaron reunirse por primera vez desde el 2011 y dieron una señal de unidad política inédita desde la reelección de Cristina.

Lo hicieron a pesar de ser sujetos de amenazas, persecución de la AFIP y hasta seguimientos clandestinos de la SIDE.

También los hombres de negocios adoptaron la estrategia de constituirse en bloque y estar unidos, porque temen momentos económicos difíciles para después del verano.

Estas dudas obedecen a los movimientos que se perciben en la Quinta de Olivos, para enfrentar la transición. Ayer existía un convencimiento: Cristina no hará grandes cambios cuando retome la actividad y persistirá con la rudimentaria política económica en curso.

Todo esto desató una batalla campal entre los funcionarios. Sensato, Diego Bossio expuso como condición para conducir el Palacio de Hacienda poder armar un equipo y que se vayan Axel Kicillof y Guillermo Moreno.

Kicillof hace esfuerzos para desestabilizar a Hernán Lorenzino y la prestigiosa figura de Aldo Ferrer se menciona como un paraguas para cambiar poco. Moreno “volvió” para denunciar la “patria endeudadora” y ahora milita contra el Fondo Gramercy. Su movida obedece a una información confidencial: el fondo buitre Gramercy se convirtió en aliado de un sector del Gobierno y trabaja para que Lorenzino continúe en su cargo.

Esto responde a un pacto entre Amado Boudou y Gramercy que incluye una cuestión trascendente: esa “alianza” con Gramercy facilitaría un endeudamiento para fortalecer las reservas hasta el 2015; así, el Gobierno evitaría pagar el costo político de ajustar la economía.

A cambio, Boudou le garantizaría a Gramercy negocios vinculados a la emisión de futuros bonos.

Previamente, se acordó pagarle deudas fijadas por el Ciadi, gracias a lo cual Gramercy logró ganar el 100% de lo invertido, unos 200 millones de dólares.

Esa línea que encabeza Boudou tiene aliados inesperados: Mercedes Marcó del Pont y Alejandro Vanoli.

Esta semana Vanoli dijo en un seminario privado: ”Hay que desacelerar el desendeudamiento.” La alianza con el fondo buitre Gramercy es operada por Gustavo Ferraro. El financistas acaba de contratar a la consultora Balleros y Asociados para intentar mejorar la mala imagen de Lorenzino. Para eso, Economía lanza versiones sobre avances en la negociación con el Club de París y un inminente acuerdo con los holdouts, que nada tienen que ver con la realidad. En el Tesoro de Francia están azorados con las falaces informaciones sobre un acuerdo inminente. Fintech acompaña el arreglo con los holdouts, pero la negociación avanza muy lentamente. La intención es cíclope y casi imposible: mostrar a un ministro hiperactivo cuya continuidad sea imprescindible para cerrar los conflictos del endeudamiento externo.