Cuando en 2008 la Corte Suprema de Justicia de la Nación intimó a los gobiernos nacional, bonaerense y porteño a sanear definitivamente la cuenca del Riachuelo, se encendió una nueva luz de esperanza para los más de cinco millones de personas que viven a la vera de esa cuenca infectada de pobreza extrema, sin un techo digno, ni agua ni, mucho menos, cloacas. Pasaron cinco años y los avances han sido escasos. Hubo, incluso, retrocesos, como el señalado por una auditoría interna de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar), que revela que reapareció el 70 por ciento de los basurales que habían sido erradicados.

Esa auditoría se suma al vergonzoso récord que nuestro Riachuelo acaba de alcanzar en un ranking internacional que lo considera una de las diez amenazas tóxicas más graves del planeta. Esa nómina, elaborada por Green Cross International y el Blacksmith Institute, dos de las organizaciones ambientalistas más importantes del mundo, tomó en cuenta, entre otras razones, los altos niveles químicos encontrados en las aguas, muy superiores a los recomendados; la cantidad de pobladores que habitan en zonas no aptas para la vida humana, y el escaso acceso al agua potable.

La Argentina comparte ese ranking con áreas muy pobres de Asia y de África y con la devastada Chernobyl, en Ucrania. El estudio de las dos reconocidas entidades internacionales expresa respecto de nuestra cuenca que el 60% de las 20.000 personas más cercanas al río viven en condiciones inaceptables y que el 80% de las muestras de agua tomadas por numerosos expertos locales están contaminadas. A ello se suman, además de la existencia de altos niveles de zinc, cobre y níquel, concentraciones de cromo que superan ampliamente los máximos recomendables para la salud.

Antes del fallo de 2008 de la Corte, hubo varios intentos por sanear la cuenca, algunos de los cuales sólo quedaron en declaraciones grandilocuentes, como las de María Julia Alsogaray, secretaria de Recursos Naturales durante el gobierno de Carlos Menem, cuando en 1993 prometió que el Riachuelo iba a estar limpio en mil días, o las más recientes de los funcionarios kirchneristas Romina Picolotti, ex secretaria de Ambiente, que anunció mejoras parciales para 2011 y la limpieza total para 2021, y del actual secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan José Mussi, quien dijo que su anhelo es que esté saneado para el 9 de julio de 2016, en el Bicentenario de la Independencia.

Entre los escasos avances producidos desde el fallo judicial de 2008 se anotan la liberación del denominado camino de sirga, un concepto jurídico establecido en el Código Civil, que establece que cualquier propietario ribereño, sea el Estado o un particular, está obligado a dejar una calle pública de 35 metros de ancho a lo largo del río, poniendo de esa manera un coto a privilegios de exclusividad, pues los propietarios de áreas ribereñas no pueden tener sobre el curso de agua más derechos que el resto de los ciudadanos.

También se destacan el censo de industrias para determinar cuáles son contaminantes, las posteriores clausuras y la obligación de reconversión para el millar de empresas que presentó planes de readecuación, de un total de más de 22.000 establecimientos hallados en la cuenca.

En cuanto a la relocalización de las personas que viven a la vera del Riachuelo, las acciones han sido escasas y persisten las dificultades para erradicar los basurales a cielo abierto. Sólo en la Capital Federal y en 27 partidos de la provincia de Buenos Aires se generan por día 16.000 toneladas de basura que se depositan en los rellenos sanitarios de la Coordinadora Ecológica Metropolitana Sociedad del Estado (Ceamse).

Los esfuerzos por revertir la situación son bienvenidos, pero, hasta el momento, resultan extremadamente exiguos. En su mayoría, son pequeños pasos en una larga historia de desacuerdos, de olvidos y hasta de desvío de partidas que, habiendo sido asignadas al Riachuelo, terminaron yendo a socorrer, por ejemplo, los efectos de las sucesivas crisis económicas vividas en nuestro país.

Así, se ha consagrado un culto a las fechas lanzadas al aire y expresiones más cercanas a los anhelos y a la demagogia que a la buena administración. Mientras tanto, millones de personas esperan una respuesta satisfactoria y duradera a su necesidad de vivir y desarrollarse dignamente.