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El nuevo episodio preocupante con la salud de la Presidenta deja abiertas todas las preguntas. Y no ofrece, con certeza, ninguna respuesta.

Un hervor furioso de especulaciones queda a la luz, después del comunicado oficial de anoche anunciando el reposo obligado de un mes para Cristina.

¿Durante este mes Cristina deberá delegar el mando en el vicepresidente Amado Boudou, comprometido en la Justicia y con la peor imagen de un político en todo el país?

Si eso ocurre ¿cómo y con qué fuerzas volverá Cristina al ejercicio del mando?

¿Cuál será entonces la situación de su Gobierno y de la corriente política que ella lidera, después de la derrota electoral que se anuncia para dentro de tres semanas?

Son algunas de las muchas preguntas que a esta hora no tienen respuesta. O, al menos, una respuesta tranquilizadora.

Pero ya antes de esta conmoción, otros estremecimientos sacudían al Gobierno.

Guillermo Moreno le confió hace muy poco a sus amigos sindicalistas: “Estoy afuera”.

Fue cuando los muchachos le preguntaron por su futuro, temerosos quizás de quedar a la intemperie.

Moreno también fue motivo del chismorreo informal entre gobernadores e intendentes, el lunes pasado en la reunión del Consejo Nacional del PJ.

“Se va seguro, después de octubre”, contó un jefe territorial.

Se habla de Moreno en el Banco Nación. O en un regreso sin gloria a la Secretaría de Comunicaciones, desde donde Kirchner en 2005 lo trasladó a Comercio y le encomendó disciplinar al INDEC, ya que no a la inflación. Y así estamos.

El hombre recibe elogios extraños de peronistas que lo conocen desde que era funcionario en la Intendencia porteña de Carlos Grosso, al comienzo del menemismo.

“Siempre fue loco, pero nunca fue ladrón”, dicen. Otros, en cambio, hablan de consultoras por las que habría que pasar para aceitar trámites de comercio exterior. Hasta hoy son habladurías no comprobadas. No es poco, para ser parte de un Gobierno penetrado hasta la médula por la corrupción.

Se tejen historias sobre su debilidad política. Pero Moreno sigue allí y quizá seguirá estando, en la función que sea pero con capacidad para circular sin patente en cualquier rincón del Gobierno. Porque hasta nuevo aviso Moreno es Cristina.

Hay que ser justos: Moreno tiene mucha compañía.

Basta repasar la nómina de los que siguen en funciones después de haber lanzado la gestión a una caída en picada. Se dirá: es un Gobierno que premia los fracasos. Y no suena exagerado.

Así y todo, el de Moreno es un caso emblemático.

Sus diagnósticos y recetas no han hecho más que sumar malos resultados. En una lista rápida e incompleta: la medición de la inflación, el control de precios, el cepo cambiario, las trabas a importaciones y exportaciones, y el más reciente y sonoro, el blanqueo que reunió menos del 10% de los 4.000 millones de dólares que se esperaban. Pero Cristina prorrogó el blanqueo porque persiste la urgente necesidad de dólares de un Gobierno que no encuentra otra manera de financiar lo mucho y mal que gasta.

Esto, sin contar tropiezos de menor calado, como la misión comercial a Angola en marzo del año pasado. El diario La Nación reveló que desde aquel viaje rimbombante, las exportaciones argentinas a ese país africano cayeron el 37%.

Sería casi pintoresco, una anécdota más de Moreno, si no fuese porque esa misión estuvo encabezada por la propia Cristina. Entonces no es pintoresco, es patético. Y siguen los éxitos.

Los diagnósticos fallidos y las recetas equivocadas de Moreno, y también sus métodos cerriles, parecen encajar a la perfección con la manera de ver el mundo que tiene la Presidenta.

Es ese universo de conspiraciones que se elevan todo el tiempo amenazantes sobre un proceso que, en su relato, se pretende inédito, heroico y revolucionario.

Así, aún en la presunción de su debilidad, Moreno sigue haciendo de las suyas. Aprieta a banqueros para que financien al Gobierno en el blanqueo. O maltrata al presidente de una compañía internacional de comunicaciones que reclamaba por equipos retenidos en la Aduana, al punto de llevar a esa firma a la decisión de retirarse de sus negocios en el país.

Gobernadores, intendentes y dirigentes del oficialismo, que desesperan por preservar su futuro, esperan que la Presidenta haga algo de cosmética política después de la anunciada derrota en la elección del domingo 27.

Con datos de puertas adentro pero también con mucho de expresión de deseos, hablan de la posible salida de Moreno. Pero una cosa es la cosmética y otro los cambios más de fondo. De esos, no se escucha ni la esperanza de que sucedan.

De todos modos se menciona, en el peronismo oficialista, la posible remoción del jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, y del ministro de Economía, Hernán Lorenzino, para después de las elecciones. Se dice que un par de gobernadores y quizás un intendente serán tentados a sumarse al gabinete.

El nombre que suena con más insistencia es el del chaqueño Jorge Capitanich, que en la época prekirchnerista, tiempo antes de ser gobernador, fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde.

Capitanich es un dirigente formado, con opinión propia en cuestiones de la economía que no necesariamente coincide con la de Axel Kicillof, el viceministro que podría ascender.

Pero el chaqueño ya demostró ser lo suficientemente plástico para adaptarse a distintas personas y circunstancias. Ya se verá.

Lo cierto es que mientras esté Moreno, en algún lugar de la administración y manteniendo el poder que le ha sido delegado, nada cambiará de fondo.

Ocurrían estos devaneos mientras la Presidenta avanzaba en la construcción de su blindaje personal para preservarse, si ello fuera posible, de la derrota electoral que se avecina.

Hace menos de un mes ella dijo ante empresarios, en la Casa Rosada: “Quiero llegar tranquila a 2015”. Primer y evidente paso detrás de este propósito fue la distancia que estableció con la campaña de Martín Insaurralde, respecto del protagonismo excluyente, y por lo visto poco productivo, que tuvo en las PASO.

Hay una consigna no escrita, que ordena toda esta acción: si Cristina perdió en agosto, que Insaurralde, y si es posible también Scioli, pierdan en octubre.

Bello y leal propósito, pero de difícil cumplimiento. Quizás no basten las entrevistas edulcoradas, la machacona repetición de los males del mundo en contraste con nuestras maravillas, el relato enternecido de antiguas peripecias familiares y políticas, para borrar el hecho de que más del 70% del electorado votó en las primarias contra la profundización del “modelo” que encarna Cristina.

De todos modos, hay que decir que esta labor protectiva de la Presidenta vino dando frutos. Encuestadores que trabajan para la oposición detectaron que la imagen positiva de Cristina subió algunos puntos, volviendo a ponerse por encima del 40%. Hay un problema: esa mejora no se traslada a las urnas. Uno de cada tres argentinos que conserva buena opinión de la Presidenta no vota a sus candidatos, sino a quienes se le oponen.

Un trabajo del equipo de campaña de Sergio Massa muestra que el 32% de quienes votaron a Cristina para presidente en 2011 ahora están eligiendo al jefe del Frente Renovador. Ese drenaje parece irreversible.

El mismo estudio revela que a Massa lo están votando en la Provincia el 48% de los que eligieron a Hermes Binner en 2011 y el 45% de los que prefirieron entonces a Ricardo Alfonsín.

Aún sin esos datos en la mano, por pura percepción política, las luces de alerta se encendieron en el tinglado que cobija a los radicales, los socialistas y dirigentes y fuerzas aliadas.

Lo más visible de esa coalición es UNEN, que en Capital lleva como candidatos a Elisa Carrió y Pino Solanas. Pero la presencia del Frente Progresista y sus variantes se extiende a casi todo el país. Con fuerte protagonismo radical, en las primarias de agosto ganaron ocho provincias y reunieron el 23% de votos en todo el país.

Esta oposición, claramente no peronista, también empieza a trazar sus diseños para 2015. Ricardo Alfonsín avisó esta semana que no buscará otra candidatura presidencial, aliviando la interna. El senador Ernesto Sanz, estratega partidario, dijo a sus amigos que su papel en esta etapa es ayudar a construir una fuerza que pelee por el poder, pero quizás no liderarla.

Todo abre el camino para Julio Cobos, que hará pie en su seguro triunfo del 27 en Mendoza.

Y hay más: fuentes partidarias sostienen que Binner, con una racionalidad a prueba de cualquier ostentación personal, estaría pensando en volver a postularse como gobernador de Santa Fe, para garantizar la continuidad del socialismo y sus aliados en esa provincia. La figura que pondrían en la escena nacional sería el actual gobernador, Antonio Bonfatti. Si los astros se acomodan, quizá sea compañero de fórmula del radical Cobos.

Se atraviesa un momento que definió bien el gobernador cordobés José Manuel De la Sota. En la elección del 27, dijo, “se va a decidir quiénes se van, no quiénes vienen”. En esa línea, la política trabaja anticipadamente sobre el trazo grueso del proceso de sucesión presidencial.

Quizás convendría evitar la tentación del apuro. Hay un horizonte de complicación en la economía. Y quedan dos años muy largos por delante, con una Presidenta que hasta aquí, enamorada de su propio relato, se mostró reacia a tomar nota de las ingratitudes de la realidad.

Ahora, su salud vuelve a pincelarle un toque dramático al tiempo que vendrá.