La notoria caída de los principales factores de competitividad y el profundo deterioro institucional que sufre nuestro país han quedado plasmados en dos recientes rankings internacionales, que sitúan su desempeño en las últimas posiciones, con bajas importantes respecto de mediciones anteriores.
Uno de ellos es el publicado por la escuela de negocios suiza Institute for Management Development (IMD), en cuyo Anuario 2013 de Competitividad Mundial, la Argentina aparece en el puesto 59° sobre un total de 60 economías industriales y emergentes. Ese ranking, cuyo capítulo local se realiza con la colaboración del Programa de Desarrollo e Instituciones de la Escuela de Economía de la Universidad Católica Argentina (UCA), da cuenta de que nuestro país ha descendido en cuatro componentes clave de la competitividad: infraestructura (pasó del puesto 46° al 53°), desempeño económico (del 50° al 55°), eficiencia gubernamental (figura en el penúltimo puesto, sólo por encima de Venezuela) y eficiencia empresarial (en el 54°).
Las distintas variables que dieron como resultado ese retroceso están vinculadas con la debilidad de la tasa de empleo, la galopante inflación, las dañadas finanzas públicas y una profunda caída en la productividad y eficiencia gubernamentales.
Las relaciones laborales y la productividad de las empresas también son vistas como debilidades de la Argentina, que figura entre los denominados "perdedores crónicos" de ese ranking. Los países más competitivos son, en primer término, los Estados Unidos, y le siguen Suiza, Singapur, Noruega, Canadá, Emiratos Árabes, Alemania y Qatar, y Hong Kong.
El segundo ranking en el que nuestro país ha sido reprobado es el del Índice de Calidad Institucional (ICI), que desde 2007 elabora la prestigiosa Fundación Libertad y Progreso. En esa nómina, la Argentina quedó en el puesto 127° entre 191 naciones (detrás de Paraguay, que se situó en el 126°).
El descenso de nuestro país fue de 34 puestos en los últimos seis años en que se elabora ese ranking, habiendo retrocedido cinco posiciones respecto de la medición de 2012. El ICI mide el grado de respeto por las reglas de juego políticas y económicas, la vigencia del derecho, la percepción de la corrupción y la libertad de prensa, y la competitividad y libertad globales.
La mala performance de nuestro país en esos dos índices tiene como antecedentes inmediatos su lamentable actuación en otros muchos rankings internacionales. Como hemos hecho notar desde estas columnas, sólo el año último nuestro país figuró en los puestos menos destacados de mediciones relacionadas, por ejemplo, con inversiones. Al respecto, un estudio de Heritage Foundation, con sede en Washington, advirtió sobre la "fragilidad" del escenario local para atraer inversores frente a una creciente "corrupción" oficial y las cada vez más desembozadas "intervenciones" del poder político.
En un ranking previo sobre percepción de la corrupción realizado por Transparencia Internacional, la Argentina figura entre las naciones que menos han hecho para combatirla y para revertir la falta o falseamiento de información estatal. Esa misma falta de transparencia es la que halló en el Congreso Nacional la Red Latinoamericana por la Transparencia Legislativa, al situar a nuestro Poder Legislativo en el último puesto en responsabilidad y acceso a la información comparado con otros cuatro países de la región: Chile, Colombia, México y Perú.
La calidad de la educación descendió, según las pruebas de evaluación internacional PISA, mientras que otro informe de 2012 arrojó que ninguna de las universidades argentinas se encuentra entre las diez primeras de América latina.
Lamentablemente, la lista de malas notas no se agota con estos pocos ejemplos en los que internacionalmente se ratifica lo que en forma local han venido denunciando innumerables instituciones.
El grueso maquillaje que el gobierno nacional hace de los datos de la realidad se descorre con prontitud en cada investigación que tiene a la Argentina como uno de los países en estudio y en cada análisis privado que la ausculta fronteras adentro. Los pronósticos no son alentadores frente a una conducción política que oculta y falsea deliberadamente los hechos pretendiendo consolidar un relato cuya inconsistencia es su única coherencia.