La política de comercio exterior de la Argentina no cesa de aplicar medidas restrictivas tanto a las importaciones como a las exportaciones utilizando mecanismos de lo más variados a menudo sin sustento legal y creando distorsiones e incertidumbre tanto a importadores como a exportadores, alejando al país del mundo y despertando reacciones adversas que desprestigian y empobrecen al país.
Con referencia a las exportaciones, cabe recordar lo relacionado con el trigo, cuyas ventas externas cayeron al nivel de 35 años atrás, las de las carnes vacunas otrora líderes en el mundo, reducidas ahora a guarismos inferiores a los de Nueva Zelanda y Uruguay, y así con otros productos. Para frenar importaciones se recurrió, sin respetar los límites legales establecidos, a las licencias no automáticas de importación y últimamente, desde 2012, a las Declaraciones Juradas de Necesidad de Importaciones, instrumento no conocido en el mundo, que permite prohibir cualquier importación. Para reducir exportaciones se recurrió al Registro de Operaciones de Exportación en sus versiones verde para los granos, rojo para las carnes y blanco para los lácteos, instrumentos equivalentes a licencias de exportación internacionalmente no reconocidos.
Recientemente, en manos del secretario Guillermo Moreno, la restricción le tocó a los lácteos, un rubro de gran importancia dadas las características agroclimáticas argentinas. Por razones diversas, generalmente desconocidas, el funcionario abre o cierra el grifo de las exportaciones sin reparar en sus consecuencias, con el añadido de discrecionales diferencias en la asignación de permisos según las empresas. Es así como en el primer bimestre del año actual las exportaciones de lácteos se redujeron en 61.000 toneladas con un valor de 213 millones de dólares, un 24,5 por ciento menor con respecto a igual período del año anterior, reiterando una fluctuante intervención estatal en manos de un funcionario público lo cual no augura perspectivas alentadoras ni para el sector lácteos ni para ningún otro. Los mercados del mundo son amplios, diversos, complejos, con decenas de miles de productos y legiones de operadores como para pretender mejorar su desempeño con la participación de burócratas imbuidos de propósitos desconocidos.
En este contexto, la realización, en San Francisco, Córdoba, de Mercoláctea, una exposición agroindustrial ya tradicional que representa lo más granado del sector lácteo, fue una nueva oportunidad para comprobar el liderazgo de las innovaciones y de la experiencia argentina en el contexto latinoamericano. Sin embargo, la región vive una fiesta de la que la Argentina se niega a participar. La aparición de la demanda asiática y la caída de subsidios en los países desarrollados ha generado una oportunidad histórica con un alto nivel de precios de los commodities lácteos. Mientras que la lechería argentina está inmovilizada por la incertidumbre de las políticas oficiales, el resto de la región vive una bonanza que se traduce en una cantidad inédita de proyectos de inversión y desarrollo de tambos.
Nuestro país necesita de actividades como la lechería, que, de ser competitiva a nivel mundial, podría ser generadora de divisas y de empleo. Las innovaciones tecnológicas que se pudieron ver en Mercoláctea 2013 en áreas como la robótica, la informática, la biotecnología, la mecánica, etc., pueden atraer definitivamente a una nueva generación de jóvenes, pero lamentablemente la ausencia de incentivos tanto en la industria como en la producción para invertir en la reconversión de empresas y en el crecimiento atentan contra esto.