La tragedia de La Plata, donde nació y donde viven todavía su madre y su hermana, la obligó a zambullirse en un territorio paradójicamente desconocido: el enclave del drama, cercano y brutal.

El video de lanacion.com que registró ese momento único, en el que la Presidenta se metió en el agua y en el dolor, mostró a funcionarios demudados y a una Cristina Kirchner inusualmente demacrada. No hubo aplausos y sobraron los reclamos de argentinos destruidos por la inundación. Los argumentos de la gente común eran más consistentes que las vagas respuestas presidenciales.

Ella se daba cuenta de su impotencia. Los pocos funcionarios que la rodeaban parecían inservibles. Cristina había perdido el control del relato.

Casi cincuenta muertos, dejados por la furia de la naturaleza, produjeron hechos inéditos al mismo tiempo. Por primera vez en diez años un miembro del matrimonio Kirchner le puso el cuerpo a una tragedia. No había sucedido con el incendio de Cromagnon ni, más cerca en el tiempo, con el choque de un tren desenfrenado en Once.

La oportuna Patagonia los había preservado a los dos del contacto directo con las víctimas y sus familiares. Es cierto que ayer hubo algo que pegó directo en el corazón de Cristina: su madre estaba en su casa de La Plata cuando las aguas todavía amenazaban.

Es difícil explicar de otro modo por qué la Presidenta corrió a La Plata y no dijo nada, un día antes, del dolor y de la muerte en la Capital. Fueron muchos más los muertos en La Plata, es cierto, pero la muerte tiene el mismo valor en la Capital que en la provincia de Buenos Aires. Tal vez sus funcionarios la confundieron y le aseguraron que en La Plata la iban a tratar mejor que en la Capital. Buenos Aires es su territorio político y electoral; la Capital no la quiso nunca. Sin embargo, nada resultó como estaba previsto.

Otro milagro sucedió cuando la Presidenta se fue a verlo a Daniel Scioli. Hacía varios meses que no le atendía el teléfono ni, mucho menos, escuchaba sus dramáticos pedidos de ayuda. Los sindicatos kirchneristas enloquecían la vida del gobernador. Los colaboradores cristinistas se turnaban para denostar a Scioli. Ayer la guerra pareció entrar en un paréntesis. No hubo muchas cordialidades entre la Presidenta y Scioli, fue una estricta reunión de trabajo entre ellos. Punto.

UNA TREGUA

La historia de esa relación indica que se trató sólo de una tregua, pero tregua al fin. Hasta Sergio Berni, siempre patético en sus sobreactuaciones, se reunió con el ministro de Seguridad bonaerense, Ricardo Casal, a quien suele acusarlo de impericia en la batalla contra la inseguridad. Es otra manera de debilitar a Scioli, el principal sostén de Casal.

"La lluvia no es peronista ni radical", se defendió ayer como pudo Cristina entre vecinos ofuscados. Por fin. Era una manera de sacarse de encima la sospecha de cualquier culpabilidad, pero no dejaba de ser, al mismo tiempo, un gesto importante para despolitizar el drama.

La politización había empezado el día anterior, cuando el cristinismo se abalanzó sobre Mauricio Macri. La Capital era entonces el territorio argentino más castigado por la catástrofe. Hubo cinco muertos. Demasiados. Pero si Macri fue culpable, ¿por qué no lo serían después Scioli, el kirchnerista intendente de La Plata, Pablo Bruera, y hasta la propia Presidenta? ¿Cómo explicar que un funcionario sería culpable de cinco muertes y nadie sería responsable de casi 50?

La primeras noticias de la tragedia platense, en la madrugada de ayer, callaron la pelea del cristinismo contra Macri. Mejor no pedir explicaciones cuando no se pueden dar explicaciones. La lluvia no es peronista ni radical ni de Pro. Ésa fue la orden que bajó la Presidenta. Atrás había quedado el reproche del gobierno nacional a Macri por sus días de vacaciones en Semana Santa. El cristinismo arremete sin mirar la retaguardia: ¿dónde estaba la Presidenta en Semana Santa si no de vacaciones? ¿Sería culpable por eso de la inundación y la muerte en La Plata? No, desde ya.

UN CONSEJO

Alguien le deslizó ayer a Cristina un consejo pertinente: o ella se hacía cargo de la tragedia bonaerense o la sociedad le cobraría su indiferencia en las elecciones de octubre. Sea por esa razón o por cualquier otra, lo cierto es que la jefa del Estado decidió aterrizar en las devastadoras aguas de La Plata y cerrar por ahora la disputa política. Ambas novedades significaron las únicas noticias buenas entre tantas reseñas de desolaciones y desdichas.

La politización de la catástrofe (o, más aún, su ideologización) fue un enorme error político. Cualquier ciudad del mundo se hubiera inundado con la cantidad de agua que cayó en muy poco tiempo en la Capital o en La Plata.

La pregunta que sí pesa sobre el Estado argentino es acerca de su incapacidad para modernizar la infraestructura y en su escasa formación para responder ante la tragedia. La actual infraestructura de desagües en las dos ciudades viene de la época de oro de la Argentina, la que va desde fines del siglo XIX hasta 1930, tan denostada por la ideología del kirchnerismo.

Ese Estado actual, soñoliento e incapaz, construye un conflicto permanente de los gobernantes con la sociedad.

El conflicto se agudiza cuando aparecen dramas con los trenes, con los subterráneos o con los entubamientos de las aguas. No es un problema que compromete sólo a Cristina, a Scioli o a Macri, aunque los incluye. Es un problema mucho más viejo. Es el de un Estado colonizado por la corporación política de turno, que ha dejado de pensar en el ciudadano común para ser una agencia de empleo de los partidarios del momento.

En otros países, los ciudadanos califican la actitud de los gobernantes frente a los desastres de la naturaleza. Se preguntan cómo actuaron ellos frente a lo inevitable. Aquí, los culpan de la ingobernable meteorología.

Pero la sociedad está juzgando una historia, no sólo el presente. Ese conflicto, imponente e impredecible, es el que sorprendió ayer a la Presidenta cuando decidió tocar la penuria y la muerte.