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Podría ser presidente sin ella, pero no contra ella. El sciolismo repite ese karma cuando se indaga sobre la futura relación de Daniel Scioli con Cristina Kirchner. La Presidenta podría ganar en Buenos Aires las elecciones de octubre sin Scioli, pero no contra Scioli. Ésa es una certeza, nunca reconocida, del cristinismo. Son las trampas que condicionan y limitan a ese matrimonio sin amor. El problema es el dinero, pero es también la política. Nadie sabe qué los unió, pero todos reconocen que sus políticas y sus métodos son muy diferentes.

La Presidenta está presionando a Scioli con el dinero para terminar negociando la política. Es decir, quiere para ella las listas electorales del peronismo bonaerense. Su proyecto es, entonces, poner ahí más camporismo que peronismo. El dinero no es poca cosa en esa relación. Scioli podría dar aumentos salariales de entre el 8 y el 10 por ciento a los estatales bonaerenses, incluidos los maestros, con los recursos que tiene. No más que eso. Insuficiente.

El período lectivo se iniciará con una huelga general de maestros porque el gobierno nacional les ofrece el doble de lo que Scioli podría pagarles. Scioli soportará una huelga aún más larga. No hay ningún rubro de los aportes nacionales a la provincia más importante del país (coparticipación, Fondo de Reparación del Conurbano, contribución al pago de estatales) que no haya descendido verticalmente en el último año. El gobierno federal amenaza con ser más mezquino en el año que corre. Todo se reducirá a casi nada.

¿Qué la lleva a Cristina a enfrentarse con un aliado crucial en el único distrito grande que podría ganar? El discurso oficial consiste en señalar la responsabilidad de cada gobernante. Ella se hace cargo de sus obligaciones. Que Scioli se haga cargo de las suyas. Hay algo de cinismo en ese razonamiento. El Banco Central imprimió 100.000 millones de pesos en el año 2012. Ningún gobernador puede hacer eso. El gobierno nacional tiene las puertas abiertas para acceder, además, a los recursos de la Anses, del PAMI o del Banco Nación. Puertas cerradas para los gobernadores. La emisión monetaria espolea la inflación, es cierto, pero ésa es otra historia. Parte del dinero de la Anses es de las provincias, pero ésa es una historia ocultada por el cristinismo.

La economía es un conflicto que, de todos modos, convierte en más egoísta a la Presidenta. Algo de estrechez financiera cristinista hay también. Cristina está acostumbrada, al mismo tiempo, a un contrincante que recibe y no pega. Scioli le dedicó un acto de lealtad en los mismos días en que ella le negaba ya no los recursos del gobierno nacional, sino una simple autorización para endeudarse. Esto se parece más a la maldad que a la necesidad.

Y están, en el centro, las diferencias políticas de Cristina con Scioli. Ni siquiera en 2003 lo quería como candidato a vicepresidente de su marido. Prefería en ese lugar a Roberto Lavagna, con quien nunca se llevó bien. Lavagna tampoco le dedicó nunca a Cristina ningún aprecio personal o político. Pero Cristina quería que fuera Lavagna si la opción era Scioli. El actual gobernador era, para ella, una expresión cabal de una "derecha frívola", más comprometida con el famoseo argentino que con la ideología. Jamás le gustó ese hombre simpático para los empresarios y con fácil acceso a algunos gobiernos extranjeros. Cristina no cambia: sigue pensando lo mismo de Scioli.

Nunca el gobernador será el sucesor consentido de la Presidenta. Scioli es un obstáculo para su proyecto reeleccionista y no es, ni lo será, una garantía ideológica para su sucesión. Esto lo saben los amigos y los enemigos del gobernador. Scioli no tiene esa certeza, todavía. Por eso, quizá, para él la única lucha que no terminará es la que libra por los recursos. Sin aportes del gobierno nacional y sin posibilidad de créditos, Scioli no está en condiciones de prometer ningún aumento salarial a los estatales de su provincia. No sabe qué habrá en su cartera después de junio. No puedo comprometerme a pagar lo que no tengo, suele explicarles a sus ministros.

La lucha política es otra cosa para él. Su principal capital político consiste en ofrecerse como un apaciguador de almas enconadas. Cenó con Julio Cobos. ¿Y por qué dos políticos importantes de los últimos años no podrían hablar? Ésta es su reacción ante la dura crítica del cristinismo. Esa condición de alternativa presidencial, más conciliadora y tranquila, es lo que enfurece al cristinismo. Pero Scioli se convenció, al fin, de que su mejor papel sería el de convertirse en el Nelson Mandela de la fracturada sociedad argentina. Ya lo ha dicho públicamente. Lo repite en privado, dicen. Ese rol le coloca un límite en el combate político. Mandela no anduvo nunca a las trompadas con nadie.

Scioli jugará con Cristina o, en última instancia, no jugará con nadie. El riesgo que corre es que el antikirchnerismo aumente en la sociedad y que ésta termine volcándose por expresiones más frontales (¿De la Sota? ¿Macri? ¿Sergio Massa?). Scioli promete un oxímoron: cambio en la continuidad. Los otros ofrecen un punto final para la experiencia del kirchnerismo. Salvo Massa, que calla sobre todo. Pero ese silencio le permitiría decir algún día cualquier cosa.

Cristina no hace diferencias por ahora entre Scioli, De la Sota o Macri. Los trata mal a todos. También a los otros dos les negó autorización para endeudarse. De la Sota no pudo acceder a dos créditos internacionales cruciales para su provincia. Uno es del Banco Nacional de Desarrollo de Brasil, por 300 millones de dólares, para ampliar la red de gas natural a muchas poblaciones cordobesas. El crédito debía canalizarse a través del Banco Nación, pero éste recibió la orden de no hacerle ningún favor al gobernador cordobés.

El otro crédito es de la Corporación Andina de Fomento, por 150 millones de dólares, para entubar el agua potable que recibe la zona sur de la capital cordobesa. El gobierno nacional debía firmar un simple, pero imprescindible, aval. No lo firmó ni lo firmará.

Macri acaba de anunciar que postergará las obras de entubamiento del arroyo Vega, que provoca las persistentes inundaciones de los barrios de Belgrano y Núñez, porque el gobierno nacional no quiere avalar un crédito ya concedido por organismos internacionales. Hay varios créditos más del BID y del Banco Mundial paralizados por el empecinamiento presidencial en no colocar ninguna firma que pueda beneficiar electoralmente al jefe porteño. Los eventuales créditos de Buenos Aires, Córdoba y la Capital serían pagados por esos distritos; el gobierno federal debería poner nada más que su buena voluntad. Carece de ella.

Hay una pregunta que el sciolismo no sabe responder. ¿Y qué pasaría si su líder contribuyera a un triunfo módico, pero triunfo al fin, del cristinismo en las elecciones nacionales de octubre? ¿En qué quedaría el sciolismo si el debate posterior no fuera por el sucesor, sino por la reforma constitucional para la re-reelección de Cristina? Los intendentes, aún los más cristinistas en público, son los únicos que dan una respuesta. ¿Para qué nos vamos a enfrentar con ella por algo que no sucederá?, indagan, socarrones. ¿Y por qué no sucederá? Cristina tiene el boleto picado en la sociedad, responden con una de esas metáforas típicas del peronismo. Quieren decir que ella ya usó el colectivo hacia el poder y que éste no la llevará de vuelta.

Hay un cierto vaho de razón en esas descripciones. La Presidenta tiene crecientes problemas con la sociedad por la economía, la inseguridad, el autoritarismo o la insensibilidad. Sobrelleva un clima de protestas sociales constantes. La re-reelección es una utopía.

Scioli les contesta a los cristinistas atrevidos que él fue un funcionario destacado de los Kirchner desde que éstos accedieron al poder. Se metió en una ratonera. Si tomara distancia de Cristina, ella le recriminaría su deslealtad a esa historia con la que él mismo se pavonea. Cristina sabe que si le enviara dinero al gobernador estaría creando un competidor probablemente imbatible. Pero es consciente también de que si lo abandonara, Scioli volvería a ganarle en las encuestas como un hombre destratado, injustamente humillado. Los dos están presos el uno del otro, condenados a vivir separadamente juntos..