El año ha permitido albergar una tenue esperanza con relación a una mejora en la rentabilidad del trigo de la mano de los precios internacionales.
La esperanza soporta, ahora, la presión negativa derivada de las estimaciones del USDA, fundamentalmente por la idea de que habría subas en la producción mundial merced al importante aporte de China y a la oferta de Australia y Canadá.
El organismo de EE.UU. proyecta una producción global, para la campaña 2012/13, con una suba respecto a su anterior reporte. Se trata de un volumen total de 655,1 millones.
De esta forma, el nivel de stocks quedaría, al 31 de mayo del año próximo, con cerca de 3,5 millones de toneladas adicionales a lo aguardado. Con esta previsión, lógicamente, los precios buscan pisos inferiores.
Agrava este cuadro las perspectivas, muy alentadoras, por el aumento en la superficie de siembra en Estados Unidos, la UE y los países del Mar Negro.
Pero el problema grave no es éste. Lo que realmente aplasta toda reactivación en la actividad triguera viene de adentro.
Pese a la ingenua predicción del USDA sobre la cosecha de trigo en la Argentina -11,5 millones de toneladas- la realidad es que no habrá de superar el nivel de 9,5 millones de toneladas. Y es posible que este número caiga aún más si las lluvias afectan la región triguera por excelencia, cuando se está por iniciar la trilla en el sur de la provincia de Buenos Aires, que se lleva algo así como el 30% de la superficie.
2 millones de toneladas menos no es poco cosa. No sólo para nuestro país sino también para el mundo.
Estas evaluaciones de parte del USDA generan dudas sobre las estimaciones de la producción en el resto del mundo. Por ello, uno se pregunta si realmente habrá una recomposición de la oferta mundial tal como dice este organismo.
Sea lo que fuere la realidad es que no llegaremos al cálculo oficial. Habiendo ya cosechado poco menos de la mitad de la superficie nacional, se puede decir que no podremos superar un volumen de 9,5 millones de toneladas, tal como lo venimos diciendo hace un buen tiempo. Y lo peor es que, si las lluvias e imprevistos climáticos continúan, la baja podría ser mayor.
De hecho la Bolsa de Comercio de Rosario acaba de reducir el volumen de producción aguardado de 10,1 a 9,5 millones de toneladas.
El consumo interno gira en torno a 6,5 millones de toneladas y, como normalmente se resiste a disminuir frente a subas en los precios, la capacidad de exportación de nuestro país será visiblemente menor a la de anteriores campañas.
Estos son los resultados de una política triguera focalizada en el consumo, sin respetar reglas de juego estables, y de la adversidad climática.
La electoralista mirada al mercado interno, en una campaña de condiciones climáticas poco amigables, no sólo afecta la exportación sino también, paradójicamente, al primero. Porque la oferta se reduce. Quien tenga dudas de ello, por favor, mire la superficie sembrada en la campaña (apenas 3,6 millones de hectáreas).
Así las cosas, la Argentina debe enfrentar ahora un cuadro contradictorio. El “granero del mundo” no podría abastecer su mercado interno sin incumplir determinado volumen de exportación.
No hacer honor a los compromisos efectuados con nuestros mercados de importación será un problema más en la ristra de inconvenientes a menos que se reduzca el volumen de trigo destinado a industrializar harina de exportación, que normalmente representa algo más de 1 millón de toneladas.
Un escenario de esta naturaleza conllevaría graves problemas comerciales y financieros para los exportadores y para la imagen del país, con imprevisibles consecuencias en los negocios de las campañas siguientes.
En este clima de negocios, ciertamente enrarecido, no debe extrañar que los precios del trigo sean lo que sufren. Aún con la percepción creciente de parte de los operadores de los mercados de que la cosecha tendrá magros resultados, la presión a la baja es fuerte.
El terreno para que los precios internos se divorcien (notoriamente) de los internacionales ya está preparado.