Al contrario. Ayer se conoció que se deleita con las bromas pesadas: a los sindicalistas de la CGT Balcarce, que esperaban recibir 2000 millones de pesos en concepto de subsidio a las prestaciones médicas de alta complejidad, les hizo saber que sólo cobrarán 17,8 millones. Así consta en la resolución 1307 de la Superintendencia de Servicios de Salud, que dirige la santacruceña Liliana Korenfeld.
Para el metalúrgico Antonio Caló y los demás secretarios generales alineados con el Gobierno la noticia es indignante. No sólo les dan una limosna. Además, deberán compartir esas migajas con gremios de la oposición, que militan en las centrales que conducen Hugo Moyano y Luis Barrionuevo: el reparto se realiza según la cantidad de expedientes presentados por cada obra social, que depende del número de afiliados.
Por si faltaran detalles ofensivos, la minúscula piñata se rompió el día en que Barrionuevo y los camioneros de Moyano marcharon a la Superintendencia para protestar por la apropiación que viene haciendo el Estado de recursos que son de los trabajadores.
De hecho, ayer los gastronómicos se llevaron 4 de los 17 millones que se liberaron desde el Tesoro.
Balance: la Presidenta acaba de consagrar a su odiado Barrionuevo como un gestor eficiente de las conquistas sindicales. Todo sea para que durante la manifestación nadie coreara el nombre de Korenfeld de manera irreverente.
Si se mira más allá de lo anecdótico, la reticencia a satisfacer las demandas pecuniarias de los sindicatos confirma la decisión del kirchnerismo de avanzar sobre el negocio de la salud. La señora de Kirchner no se conforma con administrar el dinero de las obras sociales como un suero. En la Superintendencia comenzó a registrarse un desembarco de militantes de La Cámpora, sobre todo en las gerencias encargadas de auditar las prestaciones médicas.
Korenfeld, una subordinada de toda la vida, quedó bajo control. Tal vez para ella sea una solución. Podrá al fin emanciparse de la sigilosa jefatura que ejerce sobre su área Luciano Di Cesare, el titular del PAMI e inspirador de la organización paraestatal La Güemes. Otro pingüino. De la Superintendencia sería desplazado Alejandro Aymar, el gerente de Gestión Estratégica que elaboró la malhadada resolución sobre reintegros de alta complejidad que Korenfeld debió suspender por presión de los gremios. También el gerente general Ariel Leutier se alejaría. Y Emilio Salas, asesor personal de la superintendenta, renunció por propia voluntad. Son tres hombres de Di Cesare. Sobre todo el inseparable Salas, a quien sindicalistas y dueños de grandes laboratorios pusieron en la mira porque lo suponen vinculado con la droguería Núcleo Farma.
A Di Cesare no le va mejor. Axel Kicillof, cuya vocación expansiva sólo es comparable con la de Domingo Cavallo durante el reinado menemista, estaría por tomar el control de la Gerencia Económico-Financiera de la obra social de los jubilados. Mientras le rodeaban la manzana, Di Cesare se disipaba animando a los abuelos del conurbano en una recorrida proselitista, junto con su amigo Amado Boudou. La disputa dentro del PAMI es extraña: La Cámpora contra La Güemes. Menos mal que la consigna es "unidos y organizados".
El recambio de personal en el aparato de control de las obras sociales es un indicio de que Cristina Kirchner necesita otros revolucionarios para su revolución sindical. En el gremialismo lo entendieron temprano. Es la razón por la cual comenzaron a producirse alianzas impensables hace apenas unos meses. Por ejemplo, Pablo Moyano visitó ayer a Barrionuevo en su despacho de la Avenida de Mayo. En un momento de distracción, le pasó su teléfono celular: "Te quieren hablar, Luisito". Del otro lado estaba papá Hugo. Moyano padre y Barrionuevo no se hablaban desde hacía más de seis años. Diferencias filosóficas. Testigo mudo del encuentro, Ricardo Cirielli, del sindicato de técnicos aeronáuticos. Un hombre clave para Aerolíneas Argentinas. Un experto en pelear contra La Cámpora.