Cualquier sucesión que no sea continuidad explícita es vivida como traición, como retroceso intolerable. Concentrada la representatividad en la persona de la Presidenta, no son concebibles los continuadores. El proyecto político es Ella. Se ha encarnado. La persona presidencial es el Pasado, el Presente y el Futuro. Se equivocan quienes aducen que el espacio K sólo tiene una candidata: Ella. Los años K, como cualquier otra época, destacaron personalidades. Mejores o peores, esa es otra cuestión. Candidatos para ofertar al país tiene el kirchnerismo. El problema no es la inexistencia de ellos, sino la naturaleza misma de un gobierno que no los admite.

La movilización espontánea del pasado jueves 13 de septiembre, no convocada por ninguna plataforma política ni fogoneada por medio de comunicación alguno, tuvo diversas consignas. Algunos asistentes protestaban contra la ineficacia oficial en combatir la criminalidad. Otros lo hacían contra la corrupción. Lo que unificaba el clamor común era la resistencia a la reforma constitucional como requisito para la re-reelección.

Los ciudadanos que se movilizaron tenían claro lo que significa la re-reelección. Tenían claro que la perpetuación en el mando de una persona, sin límite temporal, estrangula inevitablemente la legitimidad democrática. Los límites son la razón de ser de todo andamiaje constitucional. Las constituciones republicanas se basan en la igualdad de todos ante la ley. En las constituciones monárquicas, una persona destaca sobre las demás, el monarca. Él es inamovible.

El cambio cada vez más frecuente y la búsqueda de alternancia son, por otra parte, hechos centrales en el desasosiego que perturba a muchas sociedades en el mundo. Los tiempos se acortan no sólo porque la crisis no cede, sino porque el dinamismo de las sociedades se ha hecho casi frenético.

Vivimos un momento vertiginoso. Frente a las dificultades que encuentran a su paso -crisis, falta de representatividad en los dirigentes, ineficacia de las burocracias-, las sociedades ya no cuentan solamente con el viejo recurso del voto. También recurren a la movilización y a la expresión directa de sus anhelos. Las sociedades se expresan de mil maneras: los ciudadanos se comunican e interactúan, intervienen en los medios, inventan lemas, a veces de manera tan creativa que dejan atrás a los mejores publicistas. Los ciudadanos se lanzan a las calles y cuestionan, peticionan. Opinan. Horas antes del cacerolazo argentino, una multitud nunca vista se manifestó en la ciudad de Barcelona para pedir que Cataluña se independizara de España, y los moderados dirigentes del Partido Nacionalista Catalán, que jamás habían aceptado ese planteo, lo hicieron, produciendo un cambio histórico: queda atrás la autonomía, llega la independencia. Nada de todo esto preserva del error. El populismo, la confusión, la improvisación acechan. Pero también la renovación.

En el mundo entero, el gobernante que incorpora con naturalidad y pericia ese dinamismo de las sociedades y acepta sin traumas su posible salida del poder, cuenta con un arma eficaz para perdurar. Lo cual es muy distinto que mantenerse a toda costa en la cúpula. Lula deshechó la reforma constitucional que le hubiera permitido aferrarse al sillón y, en 2010, entregó la posta a Dilma Rousseff. Si se lo propone, si su salud y energía lo consienten, Lula será llamado nuevamente a gobernar Brasil. Si no es así, su gesto al dejar la presidencia habrá sido una gran contribución al porvenir de ese país. Michelle Bachelet se sometió a la alternancia y fue sucedida por su adversario Piñera, pero retirarse con sencillez de la presidencia valorizó su gestión y podría ser candidata y triunfar en los próximos comicios. El uruguayo Tabaré Vázquez hizo oídos sordos a quienes le sugerían cambiar la constitución y perpetuarse un período más, atento a su popularidad. En la interna de su propio partido el candidato de Tabaré -Danilo Astori- fue vencido por José Mujica. Tabaré Vázquez dejó el poder con naturalidad. Si decidiera volver en próximos turnos, sería gran candidato.

Irse con dignidad permite volver con fuerza. Demuestra que un dirigente concibe el poder como servicio más que como conquista.

La escena pública en el mundo es cambiante, variada y dinámica. La inmovilidad, esa que congelaba durante décadas a un líder, a un partido, ya es rémora. Sin embargo, la tesis de este artículo es que la galaxia K tiene en su ADN un exceso de adicción al poder que le impide incorporar derivas más imaginativas que un mecánico continuismo.

La reforma constitucional para autorizar la re-reelección es una cita impostergable del espacio K. No importa cómo se procure, cómo se llegue a ella. No importa con qué retórica se adorne su búsqueda. Podrá parecer dormida, ajena o lejana. O ausente, como en el texto de la Carta Abierta 12, que no menciona el concepto re-reelección pero lo dibuja con absoluta nitidez. Al recalcar que el kirchnerismo es irremplazable y que su sustitución sería un suicidio político, el espacio K delata que todo otro objetivo es secundario.

En música se llama "rubato" al repentino silencio en medio de un acorde: es una pausa mínima, quizás de una fracción de segundo, durante la cual se interrumpe el sonido. Es un recurso maravilloso de la armonía musical que usan todos los grandes músicos, entre ellos los mayores tangueros como Aníbal Troilo, Julio de Caro u Osvaldo Pugliese. El silencio concentra la atención, multiplica la expectativa, nos funde con el arte desplegado y desencadena la emoción cuando la música vuelve.

El rubato es aplicable a la política. Es la momentánea ausencia del conductor. Lo practicaron, por ejemplo, Charles de Gaulle y Winston Churchill. Supieron dejar el poder y por eso lo recuperaron. Claro que, en política, si se adopta la soberbia total como autoconciencia de sí, cualquier cambio es vivido como destructor. Entonces, el silencio, la pausa, la salida de escena son percibidas como la muerte, la pura disolución. En ese camino se embarcó el Gobierno K que, según lo define la mencionada Carta, posee una "peculariedad irreductible". ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el Gobierno se considera irremplazable portador de las virtudes, solitario representante de la justicia en la tierra. En tales condiciones, una instancia en la cual se arriesgue a una derrota electoral es inadmisible. En la alternancia, sostiene el texto de esa Carta con barroco lenguaje, "está en juego no una oscura disputa por el poder, sino la posibilidad de que lo realizado. sea liquidado por los agentes de la repetición".

Los opositores espontáneos que bajaron a la calle el jueves 13 son para el espacio K ejemplo de esos "agentes de la repetición".

Cuando Daniel Scioli pronunció su célebre frase ("Si se reforma la Constitución y Cristina se postula, la apoyaré; si no lo hace, seré candidato"), vulneró un mandamiento no escrito pero decisivo del espacio K: la re-reelección es sagrada. Es un mandato absoluto, no admite matices. Decir lo que dijo el gobernador es como para un hincha decir "la semana que viene, si el equipo juega bien, iré a hinchar por él". Inconcebible.

La re-reelección demandará nuevos calendarios, quizás otras estrategias.

Pero no faltarán guionistas para esa película.